Un parpadeo impidió que le «eutanasiaran»
Ayer la BBC retransmitió el documental «Between Life and Death». Richard Rubb había manifestado a su familia que lo último que querría es que si le ocurría algo le mantuviesen con vida unido a una máquina.
Hace un año tuvo un accidente en moto del que quedó en coma y paralítico. Ha vivido ese trance en el que es posible la actividad cerebral, pero no la comunicación con el exterior. Preguntaron a la familia, y su padre trasladó la voluntad de Richard.
En el momento de la desconexión los médicos se percataron de que había algo de movimiento. Por tres veces le preguntaron si deseaba seguir con vida, que lo confirmase con un parpadeo. Y parpadeó tres veces «sí».
Ahora nueve meses después puede mover la cabeza de lado a lado y sonreír la familia. Necesita la ronda médica diaria y unos cuidados muy especiales, pero puede ver a sus hijas Charlotte y Bethan.
Me vino a la memoria el caso de Euliana Englaro, que se la «ejecutó» con esa argumentación: dijo su padre que Euliana dijo…
En cualquier caso me alegro por Richard y sus hijas, y por el debate que se reabre en el Reino Unido sobre la validez del «testamento vital» ¿Qué validez tiene la voluntad manifestada?, ¿cuántos habrán muerto en contra de su verdadera «última voluntad»?
9 comentarios
Así por ejemplo el testamento es la ley de la herencia, salvas las limitaciones legales, el testador es libre de testar como quiera, y ese testamento se cumplirá a rajatabla, pase lo que haya pasado entre el día que el testador lo dio y el momento de su fallecimeinto, por ejemplo una pesona deja un bien a otra, pero al tiempo dejan de ser amigos, se distancian, y no vuelven a saber más el uno del otro, pues bien, ese testamento, pese a todo, debe cumplirse. El testador debería haberlo modificado antes de fallecer.
Si ésto es así respecto de la disposición de bienes, y es causa de muchos litigios, basta imaginar lo que sucede con la disposición de la propia vida.
Una persona soltera hace un testamento vital en el sentido del texto, no quiere permanecer con vida mecánicamente, porque estima que no tiene por que luchar por su vida, pero entre tanto se casa, tiene hijos a los que quiere, y se olvidó de cambiar su testamento vital.
A mí siempre me pareció un expediente de gerentes de hospitales de Centro Públicos para ahorrar costes.
La supuesta última voluntad que transmite el padre de Richard está manifestada unos días antes del accidente, hablando con su hija del un caso similar de un amigo de ella, él le dice que si a él le ocurriese que lo maten.
Cuánto han de pensar muchos bocazas.
Para las cosas pequeñas está bien, pero cuando los riesgos suben nadie pretende que el solo querer baste.
La vida de cada cual ha dejado de ser relevante para la sociedad, y por eso se permite que la persona no ya pueda disponer de la propia vida, siempre puede hacerlo, suicidándose, sino que puede pedirle a la sociedad que coopere necesariamente para acabar con su vida.
Y ojo, estamos en una situación de crisis generalizada, donde no sólo las cosas sino las propias personas, sus vidas, valen menos. Y eso se plasma, antes o después en normas. Se empieza asistiendo al suicidio, el siguiente paso será recomendarlo.
Ya hay antecedentes de «recomendaciones»: el del profesor Neira, a cuya mujer le recomendaron la desconexión cuando estaba comatoso.
El último paso es insistir en el «matarile» y convencer de lo insolidario que es no hacerlo, lo costoso para la SS, etc. Tiempo al tiempo.
Dejar un comentario
Últimos comentarios