Me devuelva los 1.200 € (cosas de la señora Rafaela)
Nota previa: Esta entrada fue publicada en mi blog “Jorge. De profesión, cura”, va a hacer dos años. Quizá alguna vez publique aquí cosas tomadas de este blog, advirtiendo siempre que ya fueron publicadas en su momento. Gracias.
Menuda es la señora Rafaela. Hace no mucho estaba ella tan tranquila escuchando la homilía de su cura. Porque ella es de su parroquia, aunque con el párroco de cuando en cuando se las tenga tiesas.
Hablaba el sacerdote del final de la vida. Y su teoría, demasiada extendida por cierto, es que cuando uno se muere se va derechito al cielo. Automático. No importa cómo hayas vivido, ni lo que hayas hecho, ni tu fe o la falta de ella, ser honrado o sinvergüenza. Todos al cielo. El razonamiento simplísimo: si Dios es bueno y es misericordia está claro. No hay purgatorio, no hay pecados que expiar, no hay pena, no hay necesidad de nada. Todo es gratuito de parte de Dios. Por tanto, era la conclusión, no nos agobiemos por los difuntos porque todos sin excepción están en el cielo desde el mismo momento de su muerte.
Rafaela no tiene estudios especiales, pero sí su formación con un catecismo muy bien aprendido. Y de tonta ni un pelo.

Mucho había oído hablar de Medugorje. Tengo amigos que acuden allá con cierta frecuencia y algún compañero sacerdote también me había contado cosas. También he leído artículos varios y me he dado alguna vuelta por la página web. Por eso me hacía ilusión pasar por el lugar. Sé que es poco tiempo, apenas un día, pero quisiera transmitiros la misma reflexión que hice a la gente que me acompañaba al final de la tarde mientras tomábamos unos refrescos.
Sor María Luz tuvo que pedir permiso con poco más de cuarenta años para vivir fuera del convento y atender a sus ancianos padres muy limitados por la enfermedad. Más de veinte años en el pueblo, durante los cuales pudo hacer de todo: profesora de religión, catequista, colaboradora de la parroquia, clases particulares a niños con problemas. Lo mismo dirigía el coro parroquial que visitaba enfermos.
Las viejas herejías son como las olas de calor: siempre vuelven. El pelagianismo está superado desde el concilio de Éfeso (431), pero sigue apareciendo de cuando en cuando y con especial fuerza en estos tiempos.
Nueve carros de comida. Nueve. De un supermercado y por las bravas. Para eso necesitaron nada menos que treinta personas, violencia y montar el numerito. Consiguieron salir en la tele eso sí y, una vez más, soltar el demagógico discurso de los ricos, los pobres, el capital y la opresión proclamado, qué cosas, por la izquierda más rancia y más enemiga de la libertad.