Casarse en la playa, el campo o el chalet de la abuela
¿A qué sacerdote no le han llegado en varias ocasiones propuestas de celebrar una primera comunión en el jardín del chalet, un bautizo en medio del campo o una boda en lo alto del pico Picacho? La inmensa mayoría decimos simplemente no, cosa que cuesta bastante trabajo comprender a algunas personas.
Las razones suelen ser sobre todo o bien de tipo estético: “qué bonito sería aquí”, o práctico: “en lugar de desplazar a la gente todo en el mismo sitio y más sencillo”, aunque visto el flojo argumento se suelen disfrazar con la cosa de que la naturaleza es el gran espejo de Dios y en último caso con que es “nuestra boda” y “podremos decidir”.

En las antiguas cartillas militares existía un epígrafe que rellenar sobre el valor del titular de la misma. La respuesta era siempre la misma: “Valor: se le supone”. Por principio creo que lo normal es suponer la buena voluntad de las personas y creer que la gente hace las cosas como debe de hacerlas mientras no se demuestre lo contrario.
En cuatro o en ocho, pero en definitiva en no demasiado tiempo. Levantar una parroquia es tarea ardua y que lleva su tiempo. Cargársela lo hace cualquiera y en un santiamén. Les doy unas pistas – consejos a sacerdotes que quieran acabar con una parroquia medio normal, que seguro que mis lectores completarán con sus propias experiencias.