Cuando la parroquia se convierte en válvula de escape
Las parroquias van desarrollando su labor pastoral gracias a tantos y tantos voluntarios. Una suerte contar con ellos, pero un peligro si no sabemos mantener las cosas en su justo lugar.
La inmensa mayoría de los voluntarios son gente que echa algún ratillo en una cosa concreta y luego tiene su vida. Más aún, suele ser gente que el tiempo de estar en la parroquia lo mide, lo valora y raciona. Ya podemos imaginarnos: amigos, familia, obligaciones, casa, trabajo.
Pero hay voluntarios que tienen su peligro. Son esas personas, hombres o mujeres que han decidido convertir la parroquia en su segundo hogar, o a veces el primero, de tal forma que a su casa van a comer, dormir y poco más. Cuántas veces no habremos conocido gente de esa. La mayor parte de estos ejemplares suele coincidir con señoras de buena voluntad, solteras, que han hecho del servicio a la iglesia la razón de su vida. Gente muchas veces sin familia o amigos, que ha encontrado en este servicio parroquial la forma de ser útiles, llenar sus horas y sentirse importantes. Si además de trabajadoras y serviciales son discretas, son un tesoro. Si metomentodo, una desgracia.