De formas, fondo y la cantidad justa de picante en un escrito
Soy visceral e incapaz de escribir sin un punto de ironía. Estos dos factores juntos pueden hacer que en ocasiones me salgan escritos tal vez pelín duros e incluso hirientes. Es el problema que tiene el picante: difícil encontrar el punto justo que alegre pero que no queme el paladar. Más difícil aún dar en el gusto a todos: desde aquel que pide su plato con picante nulo hasta el amante de comer entre lágrimas de satisfacción.
Lectores me dicen que aunque sea cierto lo que digo, y la valoración de las cosas o las ideas que expongo irreprochable con la doctrina de la Iglesia en la mano, en ocasiones me pierden las formas: duras, irónicas, fuertes, con su punto de autosuficiencia. Pues no digo que no, ni me voy a disculpar con el sabido “el celo de tu casa me consume” que me autorice a empuñar el látigo de la dialéctica.
Aún sabiendo que forma y fondo son parte de un matrimonio indisoluble, más me preocuparían los errores en el fondo, porque eso querría decir que en dogma, moral, liturgia o vida pastoral uno anda patinando, y eso sí que tiene su peligro: confundir al personal, y eso sí que es algo que no podría perdonarme. Pero parece que problemas de fondo no hay. Bendito sea Dios. ¿Y las formas? Pues siempre opinables, mientras nos mantengamos dentro de los límites de la caridad cristiana, cosa que tal vez no siempre consiga.