La que se está liando en el Sínodo de la familia
La mejor cosa que ha hecho hasta ahora el sínodo sobre la familia ha sido la publicación en el boletín de la Santa Sede de las aportaciones de los círculos menores tras el tsunami de la Relatio.
Nadie en su sano juicio era capaz de comprender que, en una Iglesia que se quiere presentar desde la transparencia, libertad, apertura y ese nuevo espíritu fraterno y primaveral de Francisco, luego los fieles, a los que se dice considerar adultos, no puedan conocer qué se cuece de puertas adentro. No era tan complejo publicar las intervenciones de los distintos intervinientes, sobre todo para que eso nos permitiera conocer de qué pie cojea cada uno, sus ideas y sus ocurrencias más o menos afortunadas.

Cuando un párroco llega a su nuevo destino, lo hace para suceder a un compañero que antes que él, con sus luces y sombras, pero aceptando siempre su buena voluntad y su deseo sincero de servir al evangelio y a los fieles. El compañero anterior es merecedor de todo el respeto, el aprecio y el agradecimiento por la labor realizada.
Cosas que uno escucha y le hacen pensar. Una reflexión que ayer mismo me hacía un feligrés muy bien formado, que se ha leído la “Relatio” y tampoco sale de su asombro. Porque además de asegurar que hay cosas en ella que van directamente en contra del magisterio de la Iglesia, tanto que me afirmaba -yo también lo afirmo- que con un trabajo así no pasaría el examen un alumno de teología, hay otra cosa que le duele aún más si cabe.
Ayer, al acabar la jornada, cuando salí a la calle un rato con el buenazo de “Socio” –“Socio es mi perrillo”- me encontré con unos feligreses que me preguntaron a bocajarro: “oye, ¿es verdad eso de que los divorciados que se han vuelto a casar pueden comulgar y que la Iglesia acepta las parejas de hecho y las parejas de homosexuales?” Mi respuesta: “no me consta”. Y ellos de nuevo: “pues lo acaban de decir en la tele”.