Una Iglesia de base, altura, cotangente e hipotenusa
Pues es algo que me vengo preguntando desde hace tiempo. Porque de cuando en cuando aparecen por ahí escritos y reflexiones que saca una autodenominada “iglesia de base” protestando por todo y quejándose de todo. Sea por lo que sea. ¿Se acuerdan aún de lo que pasó con la JMJ de Madrid? Gritos, lamentaciones y rasgamiento de vestiduras. Es como si todos fuéramos por el camino errado excepto un pequeño resto de Israel, investidos de especial pureza de visión y conciencia, constituidos a sí mismos como nuevos profetas del Reino de Dios, que se autoproclaman la iglesia de base y nos hacen el gran regalo de iluminar nuestras mentes pecadoras con sus sesudas y meditadas reflexiones.
Servidor se hace preguntas tratando de esclarecer quiénes son los que pueden tener el honor de pertenecer a tan distinguida casta de iluminati, capaces de ver la precisa voluntad de Dios ahí donde el resto de la iglesia se confunde de parte a parte.

Hablar, comentar, discutir y aclarar lo que haga falta, pero siempre con una cierta seriedad. Ponerte a comentar cualquier cosa con alguien que esgrime como argumentos eso de “total no es tan importante“, “a ver si crees que a Dios le importa” o “Jesucristo haría o dejaría de hacer” es una pérdida de tiempo, amén de una total vagancia inntelectual.
Seamos claros. El sínodo de la sinodalidad ha suscitado en la santa madre Iglesia un interés del todo descriptible: escasísimo. Desde el primer momento. Y cada vez menos. Evidentemente es defendido con mayor o menor convencimiento por todos aquellos que lo llevan en el sueldo: secretaría general, obispos… A ver qué remedio queda. No va a decir un obispo abiertamente, salvo rarísimas y valientes excepciones: Müller, Zen, Sarah… que todo es un despropósito. Si toca sínodo, toca sínodo y, por lo menos, habrá que cumplir por la cosa de la obediencia debida, aunque no sé si mal entendida, y para que en Santa Marta no digan que tal obispo es poco sinodal. Cumplir. Al menos.