Poner pie en pared
Últimamente uno se da cuenta de que cada vez son más los católicos que están dejando de sufrir en silencio y no se callan ni debajo del agua. Nuestros fieles, siempre tan comedidos, tan respetuosos con lo que decían sus sacerdotes, tan confiados en que todo iba por buen camino, se empiezan a echar al monte y cuando algo no les cuadra simplemente se ponen en jarras, como una Rafaela cualquiera, y cantan las verdades del barquero a cura común, párroco de campanillas, vicario episcopal y de ahí hasta donde haga falta.
Antes sus quejas no pasaban de la sacristía ni tenían otra consecuencia que el monumental cabreo del criticado. Si alguna vez el fiel decidía legar a más altas instancias lo más que podía esperar era un acuse de recibo con una bendición tan fácil como gratuita.
Los fieles llevan años que han optado por la denuncia y el cacareo allí donde sus quejas son más fáciles de hacer llegar y mayor repercusión tienen: las redes sociales. Lo de la “pseudo boda” gay del pàsado sábado en una ermita dependiente de la parroquia de san Bernabé de El Escorial tuvo efecto fulminante.