El dolor de una apostasía
Hace apenas unos días. Una carta de la vicaría general en la que se me comunica que tal persona, bautizada en una de mis parroquias, ha abandonado formalmente la Iglesia Católica. Se añade que, por supuesto, esta persona no tiene acceso a los sacramentos, exequias, ni puede ser padrino o madrina de bautismo. Tal y como marca el protocolo, he anotado el hecho en el margen de la partida de bautismo y acabo de enviar al arzobispado el aviso de que la nota ha quedado debidamente asentada.
Me he quedado tocado. Porque una cosa es saber que en España prácticamente la mitad de la población ha dejado de ser religiosa y constatar el abandono masivo de la pràctica religiosa, y otra muy diferente que te llegue una apostasía, una sí, pero con papel, sello y firma.