Poner pie en pared
Últimamente uno se da cuenta de que cada vez son más los católicos que están dejando de sufrir en silencio y no se callan ni debajo del agua. Nuestros fieles, siempre tan comedidos, tan respetuosos con lo que decían sus sacerdotes, tan confiados en que todo iba por buen camino, se empiezan a echar al monte y cuando algo no les cuadra simplemente se ponen en jarras, como una Rafaela cualquiera, y cantan las verdades del barquero a cura común, párroco de campanillas, vicario episcopal y de ahí hasta donde haga falta.
Antes sus quejas no pasaban de la sacristía ni tenían otra consecuencia que el monumental cabreo del criticado. Si alguna vez el fiel decidía legar a más altas instancias lo más que podía esperar era un acuse de recibo con una bendición tan fácil como gratuita.
Los fieles llevan años que han optado por la denuncia y el cacareo allí donde sus quejas son más fáciles de hacer llegar y mayor repercusión tienen: las redes sociales. Lo de la “pseudo boda” gay del pàsado sábado en una ermita dependiente de la parroquia de san Bernabé de El Escorial tuvo efecto fulminante.

Cuando algo imposible se presenta como imposible pero con un resquicio de posible en determinadas circunstancas, lo que en la práctica ocurre es que se entiende que ya tiene carta de naturaleza lo hasta ahora vetado.
Ya saben. Aventuras, charcos, en los que se mete uno, y que no son una cosa tan simple como pudiera parecer. Bah, media horita para contar cuatro cosas. Je. Bien se conoce que no han pensado en el asunto.
En estos pueblos serranos se tiene miedo a la despoblación. Por eso desde hace años fuimos privilegiados a la hora de contar con fibra óptica que facilitase el teletrabajo, de forma que las familias no tuviesen miedo de venir a vivir aquí. Ya sabemos todos que desde hace tiempo, especialmente tras la pandemia de COVID, el trabajo a distancia se ha ido haciendo con su propia carta de naturaleza.