Cura. ¿Profesión o vocación?
Me preguntan muchas veces que cómo es posible que me presente diciendo que “mi profesión” es la de cura, que si no sería mucho más correcto decir que ser cura es “mi vocación”. Pues sí y no, y me explico.
El concilio habla de la vocación al presbiterado, es decir, al ministerio sacerdotal. Así es. Uno es sacerdote, presbítero, por pura misericordia de Dios que quiso llamarnos a ello. Esa llamada se ha ido madurando y clarificando en el seno de la Iglesia hasta que un día llega la ordenación sacerdotal. Sacerdotes porque Dios así nos ha llamado, sacerdotes porque así lo ha aceptado la Iglesia.
Los sacerdotes podemos ejercer funciones muy diversas según lo disponga el obispo. Entre los diocesanos, la mayor parte nos dedicamos plenamente a “la cura de almas”, es decir, a apacentar a una porción de la grey del Señor y muy generalmente en parroquias. De ahí viene lo de ser “cura”, presbítero que ejerce de manera especial la “cura de almas”. Sobre todo los párrocos, “a quienes, bajo la autoridad del obispo, se les encomienda, como a pastores propios, la cura de almas de una parte determinada de la diócesis” (Ch. D. 30).