La hija pródiga
Maribel (vamos a llamarla Maribel) desapareció de la parroquia hace ahora tres años. Catequista, colaboradora, amiga… Y voló. Un día que no viene y sin avisar, otro que tampoco. No contesta el teléfono, no responde a los correos…
Pregunté a su íntima amiga. Nada de nada. Tampoco le cogía el teléfono. ¿Qué pasará?
Un año después, estaba yo paseando por el barrio, cuando se paró a mi lado un coche, bajó Maribel, se me abrazó llorando y sólo me dijo: perdóname, un día te contaré, ahora no puedo…
Unos meses después supe que había fallecido su padre y me presenté en el tanatorio. Ella no podía creerlo: ¿pero cómo has venido, cómo te has enterado? te estoy muy agradecida…