Creo que necesitamos hacer en la Iglesia una seria reflexión sobre cuál debe ser nuestro papel en países islámicos. Creo que las posibilidades se reducen bastante: atender la fe de los pocos cristianos que en ellos viven, dedicarnos a obras de caridad, anunciar explícitamente el evangelio.
Las tres cosas. Si a un país musulmán acude una comunidad religiosa, unos sacerdotes creo que una misión es sostener y fortalecer la fe de los católicos que en ellos viven, que entiendo no debe ser fácil. Pero ineludiblemente vamos para anunciar explícitamente el evangelio y tratar de convertir a la gente a Cristo cumpliendo el mandato del Señor de “id por todo el mundo y haced discípulos” según nos recuerda el decreto “Ad gentes” del concilio Vaticano II: “La razón de esta actividad misional se basa en la voluntad de Dios, que “quiere que todos los hombres sean salvos y vengas al conocimiento de la verdad. Porque uno es Dios, uno también el mediador entre Dios y los hombres, el Hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos”, “y en ningún otro hay salvación”. Es, pues, necesario que todos se conviertan a Él, una vez conocido por la predicación del Evangelio, y a Él y a la Iglesia, que es su Cuerpo, se incorporen por el bautismo”. “Pues aunque el Señor puede conducir por caminos que El sabe a los hombres, que ignoran el Evangelio inculpablemente, a la fe, sin la cual es imposible agradarle, la Iglesia tiene el deber, a la par que el derecho sagrado de evangelizar, y, por tanto, la actividad misional conserva íntegra, hoy como siempre, su eficacia y su necesidad”.
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