Sí, porque mi arzobispo, D. Carlos Osoro, acaba de nombrarme párroco de Braojos, Gascones y La Serna del Monte, en la sierra norte de Madrid. Antes de nada, decir que ha sido un servidor el que se ha ofrecido para ello, y que estoy muy agradecido a D. Carlos, así se lo he manifestado personalmente, por la confianza y la oportunidad de volver a la pastoral rural.
Doce años en la parroquia con la sensación del deber cumplido, de que has llegado a donde podías llegar, que estás entrando en la rutina, y que es bueno el cambio para parroquia y párroco. Hace meses ya se lo hice saber al vicario episcopal de mi zona. Le dije: sin prisa, pero creo que sería bueno ir pensando en el relevo para esta parroquia, por mí, por la parroquia. Ahí quedó la cosa.
El pasado día cinco, víspera de la fiesta de la Beata Mogas, se acercó el señor vicario a la parroquia para felicitarnos el día -el mismo día le era imposible- y cenar y charlar con los sacerdotes. En el trascurso de la cena volví a sacar el tema del posible cambio y le hice saber que mi ilusión era volver un día a la pastoral rural, a algún pueblo pequeño, a rezar y reír con las Rafaelas y las Joaquinas.
Dios marca sus tiempos. El día seis, día de la fiesta de la beata María Ana Mogas, titular de la parroquia, falleció en accidente de tráfico el párroco de estos tres pueblitos. Qué cosas hace Dios. Hablando de mi deseo latente de volver a las rosquillas de Rafaela y las discusiones con Joaquina, y justo, al día siguiente, esto. Lo vi como una llamada clara. Así que me dirigí al señor arzobispo para ofrecerme a sustituir a este buen sacerdote si él lo veía conveniente. Sé que lo ha pensado, que se ha estudiado ampliamente la propuesta en el consejo episcopal, y finamente ha considerado oportuno hacer este nombramiento, que me ha llenado de gozo.
Sueño con esas tres iglesias parroquiales, alguna, la de Braojos por cierto, de extraordinario valor arquitectónico y artístico. Sueño con callejear por esos tres pueblos, no llegan a los quinientos habitantes entre los tres, para sacar adelante la pastoral del tú a tú, del encuentro, de la sencillez, de la fe vivida y compartida en la pobreza de una comunidad muy reducida pero no menos hambrienta y necesitada de la Palabra de Dios.
Sueño con el encuentro con los sacerdotes de la zona, rurales como yo, en pequeños pueblos de un Madrid que nos pensamos acaba en las torres de la Castellana, y que nos necesitamos para la fraternidad y para ayudarnos en la tarea del evangelio.
Sueño en esas misas con los cuatro de siempre, justo esos que mantienen viva la llama de la oración y la liturgia en sus pequeños municipios, con los poquitos niños, deseosos de conocer a Jesús, con invitarme a café o que se tercie en cada casa, acompañar a las familias y acudir especialmente a visitar a los enfermos y ancianos.
Doy gracias a Dios por esa gente, por su religiosidad henchida de tradición y recuerdos, y viva en sus tradiciones y grandes devociones.
No deseo otra cosa que ayudar, ayudarnos a ser santos. Santos corrientes, de pueblo, santos de Braojos, Gascones y La Serna. Santos con ermita y procesión, santos de pastorela -a ver si descubren qué es- y fiesta patronal, santos de pensión de jubilado, solecito de invierno y fresca sombra en verano. Santos de mesa camilla y partida de cartas al atardecer. Santos que trabajan para sacar adelante su casa. Santos pequeños, también, de cartera y autobús al centro escolar. Y yo con ellos. Qué grande ha sido Dios conmigo.
¿Y no te da pena dejar esta parroquia que tú incluso has edificado? Mucha. Es decir adiós a muchas cosas: a la adoración perpetua, al economato, a las misas, a la gente… Pero me voy esperanzado, feliz y animoso. Y más sabiendo que me esperan Rafela y Joaquina, con su mesa camilla, el café y las rosquillas, que me reciben diciéndome: anda, rico, que ya era hora de que volvieras…