Crónica de última hora de la señora Rafaela: pastores con olor a oveja

Que dice que no se viene a España todavía, que se lo está pasando en grande y que por lo menos hasta después de reyes que no contemos con ella.

Nochebuena en el portal de Belén. Me dice, me cuenta asombrada, que llegó al portalico coincidencias de la vida, a la vez que María y José. Una vez acomodados, no sabía donde meterse, por la cosa de la privacidad del parto y porque aquello la superaba en todos los aspectos.

-        A ver, Rafaela, a mí, que soy tu cura de siempre, algo me podrás contar del alumbramiento.

-        Pues que efectivamente fue un alumbramiento.

-        Cuenta.

-        Cuento.

Toda la vida nos han contado que el nacimiento fue a las doce de la noche, así que en llegando esa hora muy discretamente me fui yendo para fuera de la cueva. Me detuvo la voz de José que me pidió que no me fuera lejos. En ese momento, a las doce, sucedió un fogonazo de luz con tanta intensidad que cualquiera diría que el sol había entrado en el pesebre. Luego lo pensé, que Jesús es el sol que viene de lo alto. Apenas unos instantes de deslumbramiento total que dieron paso al llanto de un niño acompañado por una sonrisa llena de paz de María y José. Es todo lo que se puede contar.

De manera casi inmediata comenzó a llegar gente, sobre todo pastores, de verdad, de los que huelen a oveja no figuradamente, sino porque con ellas pasan el día y la noche dando la vida por el rebaño a ellos encomendado. Llegaban, se asombraban, casi ni se atrevían a entrar en el portal, mientras que las mujeres, siempre más dispuestas, barrían, lavaban pañales y ponían allí un poco de orden por si acaso, como se había rumoreado, aparecían gentes notables.

De la proyectada procesión de altísimos eclesiásticos encabezada por el santo padre, nada de nada. Al no conocer de antemano el paradero de María y José y no poder garantizar la cobertura televisiva y un entorno adecuado, prefirieron quedarse en sus dominios. Es verdad que todavía aparecieron un par de cardenales y algunos obispos, que, como los pastores, oyeron el canto de los ángeles y se acercaron a ver qué pasaba, pero se quedaron a distancia.

Llegaron incluso a Belén, pero a la ciudad. Alguna aproximación al campo de los pastores, y ahí comenzaron los problemas. Para empezar, ni siquiera un camino asfaltado, con lo cual los zapatos perdidos de barro y cagarruta de ovejas. Una peste horrible, porque lo del olor a oveja está bien como idea etérea, pero las ovejas huelen mal y los pastores ni te cuento. Pidieron un taxi y la gente los miró con la misma incredulidad que si hubieran pretendido acudir en platillo volante. Uno preguntó que si podría celebrar misas y que si dispondría de ornamentos y altar digno. Otro que si al menos habría ante el portal una alfombra y un reclinatorio. Encima, frío y sin más calefacción que una lumbre echando más humo que calorías. El colmo fue escuchar a monseñor Cupichtránez pedir un cuarto de baño por la cosa de la próstata.

Horrible. Se fueron todos refunfuñando por lo bajo y exclamando que una cosa tan antigua es intolerable en estos tiempos que corren, que cómo no habían ido a una buena clínica o al mismismo Vaticano, que tiene infraestructura suficiente para un acontecimiento de tal calado, y que además quedara claro que con esta forma de hacer las cosas habían disgustado mucho al santo padre, que no es nada partidario de las cosas antiguas, que dice que hay que progresar.

-        Rafaela, y en el portal, la Virgen, san José, el niño, las mujeres… ¿qué decían?

-        Las mujeres y los pastores que si no les gustaba ya sabían el camino de vuelta.

-        ¿Y san José y la Virgen?

-        La Virgen tranquila, san José casi que no podía ni aguantarse la risa.

-        ¿Y el niño?

-        El niño… además de pucheros les hacía peinetas… Cosas de niños.

-        ¿Y tú, Rafaela?

-        Yo con repartir rosquillas y calentar leche tenía bastante.

-        ¿Cuándo vuelves?

-        Ni idea, que aquí me lo estoy pasando en grande.