¿Ecologista? No, gracias
Soy una persona así de extraña. Huyo del ecologismo, los supuestos productos ecológicos, la vuelta a la vida natural y la protección de la mariposa loca.
Posiblemente la razón sea que uno es de pueblo e hijo de agricultor y ganadero. En casa jamás se escuchó la palabra “ecología”. Pero mi padre sabía perfectamente cultivar buenos tomates y patatas, a las que echaba sus productos para matar bichos, cuidar de sus vacas, ordeñar para obtener la mejor leche, podar los árboles, cortar espinos, aclarar arroyos y desmochar fresnos. Lo de siempre, lo que llevaban haciendo su padre y sus abuelos toda la vida.
Se producía una bonita simbiosis entre el hombre y la naturaleza. Se llevaban bien, sabiendo siempre que la creación es un regalo de Dios para disfrute y provecho del hombre. O al menos eso se había creído siempre.
El actual ecologismo de moda me pone de los nervios. Leo hoy en la prensa que una de las causas de las graves inundaciones en Vera (Almería) ha sido que, a pesar de que se llevaba tiempo pidiendo la limpieza del cauce del río Antas, esta no se había hecho porque estaba previsto el estudio de un humedal. Las inundaciones en esa zona han dejado “además de una persona muerta y otra desaparecida: alrededor de 4.000 viviendas afectadas, de las que el 80% “están perdidas", según Ayuntamiento, más de 1.000 vehículos arrastrados y destrozados, unos 200 locales comerciales afectados, al igual que los cuatro hoteles de la zona, algunos de los cuales ya se plantean el cierre”.
En la comunidad de Madrid tenemos las famosas curvas de Aranjuez, donde la carretera hace un recorrido inverosímil para salvar unas colonias de mariposas de gran valor. El número de accidentes de tráfico, impresionante.
La muerte de un lince en Doñana es portada de todos los telediarios y causa de luto oficial. ¿Es necesario seguir? Y todo esto adornado con las supuestas maravillas del retorno a la naturaleza, la vida ecológica, los productos naturales y el abandono de la química.
No hace mucho me preguntaron en la calle que si yo era partidario de la vida natural. Les respondí más o menos así: “¿Verdad que antes la vida era mucho más natural y sana que ahora? Pues desde que nos hemos llenado de emisiones de C02, sprays, pesticidas, aire acondicionado, calefacción, automóviles contaminantes, colorantes, conservantes y pastillas para el colesterol, la gente cumple 90 años bailando pasodobles en Benidorm. Antes, con una vida mucho más sana, a los cincuenta años, difuntos. Yo quiero contaminación".
Ya. Ya sé que exagero. Pero me temo que se me entiende todo. Por supuesto que hay que respetar a la naturaleza. Pero lo que no podemos permitirnos es que el hombre pase de rey de la creación al último mindundi, de forma que nos vengan a importar más la tortuga autonómica, la mariposa loca o el lince común que el ser humano, hasta el punto de que romper un huevo de cigüeña se castigue poco menos que con la cárcel y matar a un niño en el vientre de su madre sea casi una obra de caridad.
Y ya que hablamos de creación y de naturaleza, invito a releer lo que el Catecismo de la Iglesia nos enseña sobre el particular.
PD. No conozco un solo catedrático de biología militante en movimientos ecologistas.
15 comentarios
Coincidiendo con que los abuelos de 90 años pueden bailar en Benidorm ha ocurrido la mayor apostasía y la súper secularización. Y más suicidios que nunca!
Quizá una vida no más ecologista, pero sí más sencilla y quizá más rural, también ayudaría a volver a poner a Cristo como quicio de la sociedad.
No es necesario para una vida más sencilla y familiar renunciar a los logros de la medicina y a todos los de la tecnología.
Y la contaminación tampoco es un mal necesario para nuestra sociedad. Es un mal impuesto, porque hay medios que no nos hacen retroceder -sino avanzar mucho tecnológicamente y en calidad de vida- que están siendo retrasados para poder sacar el máximo beneficio económico (véase la compra de patentes por parte de jeques árabes, por ejemplo).
Sandía, que como todo el mundo sabe, viene de sandez o sandio.
Me gustaría, sin embargo, recuperar aquella fruta natural tan buena aunque mucho menos presentable que la de ahora ( que no sabe a nada ), aquellas maravillosas patatas, sabrosos tomates... que no necesitaban aditivos para un guiso casero bien sabroso. ¡ Lo echo de menos !
He conocido aquello de: " Niña, vete a la huerta y tráeme dos cebollas, cuatro tomates grandes, y luego pasas por el gallinero y recoges los huevos. "
Sobrevivieron a un primera infancia sin vacunas; a una juventud sin antibióticos,vivieron sin emisiones de C02, sin sprays, sin pesticidas, sin aire acondicionado, sin colorantes ni conservantes hasta edad muy avanzada ya.
Y entonces sí: al primer achaque, antibióticos, pastillas pata el colesterol y de todo. Por eso alcanzan 90 y más. Esa generación es la última en la que funcionó,al natural casi, la supervivencia del más fuerte, porque fue criada en ambiente bastante natural.
Somos los de las siguientes generaciones los que hemos sobrevivido con vacunas y antibióticos a la primera bronquiolitis infantil; contaminación que nos produce alergias, pero para las que tomamos antihistamínicos a toneladas; conservantes que nos permiten tomar productos muchos días después de lo razonable; calefacción y aire acondicionado que nos producen muchos catarros que tratamos irresponsablemente automedicándonos... y a ver lo que duramos.
Los que hemos crecido con tantas modernidades poco naturales somos los del baby boom y, andamos aún muy lejos de esos 90 años, que estoy segura de que no alcanzaremos masivamente. Siquiera porque seremos tantos ancianos y tan pocos jóvenes para sostenernos que "nos eutanasiarán compasivamente" en cuanto estorbemos, mucho antes de alcanzar los 90.
Dicho todo lo cual, esa ideología ecologista radical que se mata por defender un toro de lidia y no a un niño o que odia las centrales nucleares que los físicos, incluso progres defienden, es una soberana estupidez, sí.
¿Ecologismo cristiano?, sí: San Francisco de Asís, y su amor a la hermana creación.
Si bien desde una “cuasi-religiosidad” naturalista (o de una sacrée laicité), presente en algunos movimientos ecologistas, se hace hincapié en un sentido de reverencia por la naturaleza (v.g. Carl Sagan), lo cierto es que desde la sola ciencia y técnica, se tienden a generar actitudes y prácticas de dominio sobre la naturaleza que chocan con su conservación y respeto. Es así que solemos ver científicos y técnicos con actitudes prepotentes que sólo ven en la naturaleza un medio manipulable sin límites para provecho (o más bien diríamos al final para perjuicio) del hombre.
En cambio, en el cristianismo no sólo se considera la naturaleza en función del hombre, sino como un bien para todos los hombres, no sólo para algunos grupos, y no sólo para las generaciones presentes, sino también para las futuras.
Los que hoy llegan a los 90 años bailando pasodobles vivieron una infancia sanísima. Los que en los años treinta, cuarenta, cincuenta se morían a los cincuenta años, también habían vivido esa misma infancia tan sana.
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