La única solución es Jesucristo
Cada nueva guerra trae consigo toda una herencia de conflictos antiguos. Según en qué momento de las décadas o siglos previos nos detengamos, la historia parece dar la razón a unos o a otros. Así, al dolor le sigue el dolor, y se mezclan víctimas y verdugos en una espiral que parece no tener fin.
En el resumen de noticias de hoy, Asia News informa que “milicianos sirios y turcos se dirigen a Ucrania para vengarse de los rusos". No aclara la reseña -y tampoco el artículo que cita Asia News- si se trata de miembros de las mil y una milicias yihadistas que operan en Siria o si se trata de aquellos opositores democráticos que al parecer fueron fagocitados por la yihad. Lo que sí queda claro es el móvil: la venganza.
La pedagogía de Dios nos conminaba a corregir aquello de “si matas una de mis vacas, exterminaré a todo tu pueblo, vacas incluidas” (es decir: “mi venganza será terrible") por el “ojo por ojo, diente por diente". Es decir: una vaca por una vaca. Pero era sólo una primera lección en la pedagogía del amor.
Jesucristo, el Hijo de Dios vivo, palabra definitiva del Padre, habló así:
Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo’ y aborrecerás a tu enemigo”.
Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
En una formación que recibí junto a otros voluntarios de Ayuda a la Iglesia Necesitada oí contar algo que me quedó grabado, y que transmito desde aquel día en todas las charlas que doy sobre cristianos perseguidos.
Se le preguntó a un obispo etíope cuál era, en su opinión, el más grave problema de África, y él contestó: “el tribalismo". Le preguntaron entonces: “¿Y cuál es la solución?” Contestó el obispo: “La única solución es Jesucristo”. Y explicó que en Jesucristo somos hijos de Dios -lo que borra, por ejemplo, la diferencia tribal- y en Jesucristo EXISTE EL PERDÓN.
Sólo el perdón puede detener los deseos de venganza, sólo el perdón puede cerrar las heridas que el enemigo de ayer abrió en nuestras carnes. Sin perdón, siempre habrá una razón anterior, un conflicto, una injusticia, un régimen totalitario enviando a tus padres a Siberia, matando de hambre a millones, o matando a quien nada tiene que ver con aquello que hicieron sus antepasados un par de generaciones atrás. Siempre habrá quienes, desde un supremacismo racista o desde la exaltación de lo propio (la lengua, la cultura, lo que fuere) por sobre lo del otro, arrasen a miles de diferentes que, en Cristo, serían hijos de un mismo padre y, por tanto, hermanos.
La única solución es Jesucristo. Y Cristo nos dijo que anunciáramos el Evangelio a todos los pueblos. Por eso es tan importante la misión, por eso importa cada Padre Federico anunciando la Buena Nueva a los paganos. Y la labor de cada Padre Oliveira recordando al occidente apóstata que Cristo es Rey.
Y nos dijo Cristo que hay que perdonar al enemigo. Y que hay que perdonar no una, sino setenta veces siete. Es decir: siempre. Y sí, hay prójimos difíciles. Hay heridas muy profundas. Por eso nos dijo también: “Sin mí no podéis hacer nada". Es decir, la gracia de Dios puede darnos perdonar lo que ayer parecía imperdonable.
Por eso es tan importante que la Iglesia pueda anunciar el Evangelio del amor allí donde estallan las bombas, allí donde las almas heridas claman venganza.
Me dirán que soy una ilusa. Pero creo firmemente en lo que digo. Sólo Dios basta. Sólo en Dios está la solución. Cristo es el único redentor. No redime el hombre.
Sin conversión, sin perdón, nunca se pondrá el contador a cero. Y volverán a sonar los truenos de la venganza. Y habrá más muerte, más heridas, más rencores. Y de nuevo venganzas. Y de nuevo muerte.
¡Ven, Señor, no tardes!
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