EL Enemigo de las almas
Discúlpenme, esto me pasa por no haber trazado de antemano un guión claro para la serie de post cuya primera entrega fue “Enemigos del alma (1)”. Para los siguientes artículos no tenía de momento más que unas cuantas notas escritas y unas muchas ideas en mi cabeza. No digo que no quiera ya denunciar el feísmo – p.ej. pastoral juvenil que presupone una incapacidad innata a toda la juventud para apreciar la belleza de la polifonía o del mismísimo silencio- , las espiritualidades voluntaristas, la blandura de la iglesia líquida –o en liquidaciones- que se adapta a lo que haga falta y renuncia a lo que sea con tal de parecer simpática, o el relativismo amazónico que prefiere abrazar árboles a abrazar la Cruz. Por lo hablar de esa pastoral festiva y triunfante que promete felicidad en lugar de Verdad… Lo dicho. No es que vaya a callar. Simplemente he creído necesario aclarar un par de cuestiones o, más bien, enfrentar un par de desafíos, antes de seguir con denuncias.
Primer desafío: identificar al Enemigo.
Quizás, si sigo llamando “enemigos” a los artífices de todos estos desvaríos, desviaría la atención del verdadero Enemigo. O, dicho de otro modo: si me empeño en llamar, con toda lógica, “enemigos” a quienes forman parte del ejército enemigo, tengamos claro en todo momento que al frente de ese ejército está El Enemigo. Sí, ya saben, el Innombrable: Satanás. El diablo. Ese ser maléfico y listísimo que ha conseguido que muchos católicos hayan dejado de creer en su existencia.
Es decir: no es lo mismo un orco cualquieraque Saruman el Blanco. Pero tampoco Saruman es Sauron, malo malísimo. A los que no hayan leído “El Señor de los Anillos” les cuento que los orcos son muy malos y muy feos, principalmente después de haber pasado por los “laboratorios” de ese Saruman, que es un auténtico demonio disfrazado de ángel de luz. Sin embargo Saruman el Blanco, no es más que un “malo aficionado” si lo comparamos con Sauron. Sauron no es un malo cualquiera. Es El Malo.
No obstante, no me hagan mucho caso cuando llamo enemigos a los orcos que sirven, consciente o inconscientemente, a Sauron. Verán más adelante cómo alguien mucho más inteligente y formado que yo cambia el vocablo “enemigo” por “paciente”. Elijan ustedes. A mí no me importa hacer el cambio. Quizás acabe escribiendo sobre pacientes que padecen enfermedades que se empeñan en contagiar…
Segundo desafío: el Amor.
Una vez identificado El Enemigo, y habiendo visualizado a ese terrible Capitán al frente de sus huestes –enemigos o pacientes, como prefieran-, se plantea otro desafío: el amor.
Sólo los ciegos no ven que tenemos todo un ejército de orcos dentro y fuera de la Iglesia decididos a demoler el Cuerpo de Cristo como sea. Frente a ellos, ¿quién está presto para el combate? Siento decepcionarles, pero no somos sino una cuadrilla de lisiados. Cojos, tuertos, feos…pecadores. (Yo misma puedo ser muy orco. No es poco frecuente que me enrede con las pajas de los ojos ajenos como si no tuviera yo una docena de vigas en los míos…).
Estos prójimos difíciles nos plantean un reto que, si no contáramos con la gracia de Dios, que todo lo puede, nos parecería imposible: tenemos que combatirles y amarles al mismo tiempo. Confiemos, como decía, en que Dios nos dará combatir y amar.
¿Tenemos que callar? Si callamos, gritarán las piedras. Miles de almas se están precipitando por las cloacas del pecado por no tener pastores que les aparten de esos pozos pestilentes o, lo que es peor, porque sus pastores les están arrojando en ellos con sus doctrinas erróneas. No podemos, no debemos callar pero no podemos tampoco dejar de orar por la Iglesia y sus pastores. Eso sí, tenemos que encontrar el necesario equilibrio entre denunciar los errores y no perder la caridad con quienes los cometen, pidamos a Dios que nos dé amar a la Iglesia hasta que nos duela, si fuera necesario.
Les confieso que no soy amiga de propósitos pero hoy me propongo la compasión. Les propongo la compasión. ¿Nos proponemos la compasión? Perdón, corrijo: ¿Qué tal si le pedimos a Dios nuestro Señor un poco de compasión? Hay prójimos difíciles, ¿verdad? ¿Qué tal si nos vamos dando cuenta –yo la primera- de que los orcos son, al mismo tiempo, aliados y víctimas de Sauron? (No sé cómo lo viven ustedes pero a mí, con la que está cayendo en la Iglesia, me sucede a menudo aquello de que “no hago el bien que quiero sino el mal que no quiero”, y me pongo a arrojar bilis rabiosa sobre los herejes amazónicos en lugar de rezar por su conversión…)
No les digo nada que no sepan si les digo que Dios es todopoderoso y maravilloso (disculpen los amigos blogueros realmente sabios este tipo de expresiones propias de una “espiritualidad blandiblub” …corríjanme sin miedo, que no hago sino aprender de ustedes). Muchas veces se adelanta incluso a nuestros propósitos –quizás protegiéndonos así de nuestros voluntarismos- y nos da lo que todavía no habíamos pedido pero sabe que necesitamos.
Es lo que me ha sucedido hoy mismo leyendo “Cómo ganar la guerra cultural” del filósofo católico estadounidense Peter Kreeft. Llevaba yo días atascada con esto de los enemigos, no sabiendo cómo dar con el tono adecuado a la realidad material y espiritual de lo que acontece (¡qué pretenciosa!) y entonces me ha regalado unos párrafos que no puedo no compartir con ustedes, y que me han dado la clave. Digamos que ahora veo mejor el tablero, y veo también que debo sentir compasión por esos peones.
A partir de ahora, las negritas son mías, el texto de Peter Kreeft:
Nuestros enemigos ni siquiera son los fanáticos anticristianos que nos odian y desean eliminarnos, ya sean totalitarios chinos comunistas que encarcelan y persiguen a los cristianos o terroristas sudaneses musulmanes que esclavizan y asesinan a los cristianos. Ellos son nuestros pacientes, no nuestros enemigos. Son aquellos que intentamos salvar. Somos los enfermeros de Cristo. Esos pacientes piensan ue los enfermeros son sus enemigos, pero los enfermeros lo tienen claro. Nuestro consejo – la Palabra de Cristo- es “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34)
Nuestros enemigos ni siquiera son las orugas que habitan en el interior de nuestra propia cultura, los portavoces de los medios de comunicación de la cultura de la muerte: Larry Flynt, Ted Turner y Howard Stern, así como AOL Time Warner y Disney, que realizan películas misioneras para el Anticristo. También ellos son víctimas; también son nuestros pacientes, aunque odien nuestro hospital y correteen envenenando a otros enfermos. Pero los envenenadores también son nuestros pacientes, ya que quien envenena fue asimismo envenenado con anterioridad. Lo mismo puede decirse de los activistas gais y lesbianas que profanan, de las brujas feministas que blasfeman y de las abortistas que asesinan. Si somos lo que decimos ser –células del cuerpo de Cristo- entonces tenemos que hacer a estas personas lo mismo que hizo Él: descender a su mundo y ofrecernos para que alcancen la salvación, hasta el punto de llegar a la sangre si fuera necesario. (…)
Nuestros enemigos ni siquiera son los herejes instalados dentro de la Iglesia, los cristianos laxos, los cristianos a la carta, los cristianos que dicen “lo hice a mi modo”. También ellos son nuestros pacientes, aunque sean unos traidores. Son los engañados; son las víctimas de nuestro enemigo; no son nuestro enemigo.
Nuestros enemigos ni siquiera son los teólogos en los llamados seminarios cristianos y departamentos de Teología que han vendido sus almas por treinta pedazos de becas y prefieren los aplausos de sus colegas a los elogios de su Dios. Estos cristófobos sacan las garras del león de la tribu de Judá y dispensan diafragmas espirituales y DIU a sus estudiantes por miedo a que el Cristo vivo embarace sus almas con su vida activa alarmante. Pero no son nuestros enemigos. También ellos son nuestros pacientes.
Nuestros enemigos ni siquiera son los pocos sacerdotes, pastores, ministros y obispos infames, los canguros abusadores que corrompen a los pequeños de Cristo a quienes juraron proteger. Merecen el premio del mes: la cruz de Cristo. Pero ellos también son víctimas necesitadas de curación.
Entonces, ¿quién es nuestro enemigo? (…)
Nuestros enemigos son demonios. Ángeles caídos. Espíritus malignos.
San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha. Sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes. Y tú, oh Príncipe de la Milicia Celestial, con el poder que Dios te ha conferido, arroja al infierno a Satanás, y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición de las almas. Amén.
17 comentarios
Estupenda reflexión. Me ilustra mucho con la metáfora de las huestes del Mal en "El Señor de los Anillos".
Lo difícil para mí, con frecuencia, es contener la preocupación ante los "avances" aparentemente definitivos y contundentes del Mal y la débil respuesta de los buenos.
Nos queda refugiarnos confiadamente en la Oración, en los Sacramentos y en las pequeñas, medianas o grandes acciones de servicio a Dios y al prójimo.
Dado los tiempos que corren es fácil perder ambos y dejarte llevar. Un difícil equilibrio entre la caridad y la verdad, que debe ser expuesta sin respetos humanos y sin cobardía.
Recemos y pidamos para que halla verdaderos sacerdotes santos y por los laicos que hoy en dìa tienen una misiòn un tan importante como es la de acercar las almas a Dios.
... y teniendo un mensaje de Bien y Verdad y Belleza, dejamos que mal, mentira y fealdad, deformen en zombis espirituales a las almas.
¡¿Quién como Dios?!, nos grita San Miguel.
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Muy agudo comentario, Sancho, se lo agradezco. Podemos matizar todavía la cuestión de los enemigos.
Es cierto, no podemos amar a Satanás. Tendríamos un gran problema.
Quizás es punto podría estar en ver a los enemigos que todavía están a tiempo de conversión como a enfermos contagiosos a los que hay que curar con oración y sana doctrina para su propio bien y el de las almas que podrían contagiarse.
Pretendía principalmente con este post introducir la caridad en las críticas desde una profunda compasión por esas almas que chapotean en el error y pretenden invitar a muchas otras almas a saltar en su charca neomodernista.
Muchas gracias por su comentario.
Lo peor no son los enemigos de fuera de la Iglesia, esos que vienen de frente, aunque sea a matarnos. A esos se les puede enfrentar siempre.
El problema son los enemigos de dentro, los que nos apuñalan por la espalda pervirtiendo la Verdad de Cristo. Frente a eso no caben componendas, mucha oración si, y compasión, pero rebatiendo sus mentiras una por una. Si los católicos que buscamos la Verdad, la de Cristo no nos unimos y actuamos denunciando a los corruptos que pervierten la Fe, entonces no merecemos el nombre de cristianos. ¿Tenemos que estar dispuestos al martirio frente a los de fuera y no podemos luchar contra los corruptos de dentro? O testigos o complices. Sin paños calientes ni tonterías. Al pan pan y al vino vino. Sencillo y sin verborrea austral.
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Estimado Juan
Lo que usted dice es precisamente lo que yo pretendo también transmitir: combate y caridad. Todo en uno. Denunciar el error sin caer en el deseo de aplastar y humillar al que yerra. Y por supuesto estoy de acuerdo en que los peores enemigos de la fe están dentro de la Iglesia.
Por cierto, soy de un lugar tan poco austral como Navarra.
Saludos cordiales
Después están los hombres que pueden actuar como enemigos. Pero a esos debo amarlos . AMAD a vuestros enemigos y haced el bien a los que os odian. Debo amarnos con la ayuda de Dios.
Si Amaia a los que os aman.... Que mérito tenéis??
Por tanto ese enemigo hombre está permitido por Dios para mi para que pueda amarlo.
Y el que lo embrolla todo para que busquemos como enemigos a los que no lo son es el demonio. El verdadero enemigo
Saludos
Al Demonio no se le grita, es totalmente ineficaz y muy peligroso, es mejor mantenerlo a raya, que ya es de por sí difícil. Tampoco El Bautista predicaba al Demonio sino a aquellos que se acercaban al Jordán, que eran simples pecadores y gritaba bastante. A mi me educaron para no enfadarme si alguien me gritaba, pero vivimos en un mundo hipersensible que ve odio en cualquier palabra que no sea de total aprobación. A mi me educaron para no desequilibrarme por la opinión ajena e incluso a enfadarme conmigo misma si el otro tenía razón. Hoy tal cosa es imposible porque desde la blandenguería la razón no sirve, solo los sentimientos heridos deben predominar y los sentimientos son caprichosos. La que es adúltera no dejará de serlo cómo no sea dura consigo misma, el que es ladrón tampoco. Más tarde o más temprano tendrá que ver al demonio dentro de sí mismo y esa labor es del Espíritu Santo, nosotros no la podemos hacer y, además, si lo conseguimos lo más probable es que sea con la persona más inesperada y no lo sepamos nunca. Estoy pensando en el que entró un día en una iglesia desierta y vio a una mujer arrodillada que despedía tal fervor que el hombre salió de la iglesia conmovido, pero la mujer ni siquiera se percató de su presencia.
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Querida Palas
Es cierto que en el tú a tú habitualmente poco o nada conseguimos, al menos en apariencia. A nuestros argumentos se opone la sinrazón sentimental moderna y, en ese contexto, el debate es inútil. Sé muy bien de qué hablas porque yo misma estaba en ese "lado oscuro". Y todavía no comprendo cuáles eran mis propios mecanismos mentales. No entiendo cómo podía afirmar tantas contradicciones (pro focas del Ártico y pro aborto, etc.). Por supuesto cualquier diálogo con el creyente era inútil.
Sin embargo Dios me regaló la fe y me sanó la razón. Sin buscarlo ni merecerlo.
Confiemos en que Dios sí hace lo que nosotros no podemos hacer.
Estamos en una batalla espiritual. Nuestra principal arma es la oración.
Un abrazo y mi oración
Ya se que es de aquí.
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Ahora me doy cuenta de por dónde van los tiros de la "verborrea austral".
Mil perdones
Saludos cordiales
Estoy totalmente de acuerdo con esto y pienso muchas veces si no estamos siendo demasiado blanditos con los demás empezando por los que tenemos al lado, por la propia familia. Queremos tenerlos cerca, no perderlos del todo y así nuestras aportaciones a su conversión la mayoría de las veces son casi simbólicas, "se lo he dicho una vez, quizás dos, no voy a estar todos los días repitiendo lo mismo". No sé si es este el camino, tengo mis dudas.
Conozco a una persona que queriendo mucho a su hija no le ha permitido dormir en su casa con su pareja, todo lo demás, comer, estar allí, sí, pero dormir no. Todos en su casa son católicos, la hija también y de misa dominical. Hoy está muchacha está a punto de casarse por la Iglesia, y yo admiro a su madre.
Solo Dios puede hacer el milagro de convertir el agua en vino, pero a veces siento que nosotros apenas sí ponemos unas gotita de agua en las cántaras.
Gracias María por este post.
Que el Espíritu Santo nos ilumine, y San Miguel Arcángel no ceje en su lucha.
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