Fidelidad o apostasía

Les hago llegar hoy, gracias al servicio de prensa de Ayuda a la Iglesia Necesitada,  el testimonio de una adolescente egipcia, Nesma Wael, cuya madre fue una de las víctimas del atentado perpetrado por terroristas del Estado Islámico en una iglesia copto-ortodoxa de El Cairo, Egipto, el pasado diciembre. La muerte de su joven madre es sólo un ejemplo de esa impresionante fidelidad a Cristo que, por gracia de Dios, lleva a miles de cristianos a entregar la vida por su fe. India, Nigeria, Pakistán…han sido en los últimos días objeto de nuestra oración por tantos hermanos perseguidos en Cristo. Se trata de países en los que se diría que la siempre creciente persecución pretende hundir una fe que, sin embargo, es cada vez más fuerte, más grande, más esperanzada, más atenta a la eternidad

En estas tierras de persecución se multiplican las conversiones, los bautizos…las almas se mueven hacia Dios Padre desafiando toda lógica humana. Y sin embargo yo, a pesar de -por poner un ejemplo entre mil- la sincera y luminosa sonrisa de las viudas de la diócesis nigeriana de Maiduguri, a veces me dejo aplastar por penas que no son mías -¡Ay, el Malo con sus tristezas!- , y mi imaginación pinta a los que sufren una desesperación que, por gracia de Dios, no tienen. Me pregunto por el sentido de tanto dolor, y finalmente recibo del testimonio de esos hermanos perseguidos la respuesta viva a tantas preguntas: la fe inquebrantable del que ofrece a Dios su sufrimiento y recibe una paz que no es de este mundo. Testimonios como el de Bita, cristiana de India, me hacen pedir a Dios esa fe sencilla y rotunda…confiada. Escuchen conmigo este testimonio de un sufrimiento que, en la cruz de Cristo, ha encontrado un sentido nuevo:

Cuando, en el verano de 2014, supimos del éxodo forzoso de los cristianos de Irak, se desató nuestra solidaridad material y espiritual, mientras recibíamos a cambio el testimonio de una fe más viva que la nuestra y de unos hermanos que, desde sus refugios provisionales, nos decían: “¡Despertad!”, “Vuestra fe nos preocupa”, “Rezamos por vosotros”…

Millones de cristianos sufren con fidelidad inquebrantable la persecución y el martirio mientras Occidente reniega de sus orígenes, niega a Cristo y se entrega a la apostasía. ¡Y no nos persiguen, no tanto, todavía no, no hermanos, esto no es India, no es Nigeria, no es Egipto! Lo sé, en occidente el liberalismo masón legisla a diestro y siniestro metiéndose en las aulas, en las conciencias y en los úteros. Temblamos: nos viene una gorda…Pero yo hoy puedo escoger misa. Organizamos retiros sin que el Gobierno se nos eche encima, puedo acudir con mi familia a recibir catequesis, participar en las procesiones de Semana Santa o el Corpus, y en el cole de mis hijos hay siempre una capilla abierta, confesiones, adoración y rosario. Y sin embargo… ¡Ay¡, la que se nos viene encima… Parecemos orondos Obelix, colocándonos el escudo sobre la cabeza, no vaya a ser que se nos derrumbe el cielo encima…

¿Dónde está nuestra confianza, dónde nuestra esperanza? Timoratos y acomplejados, viviendo la fe como quien se pone un vestido bonito, nuestro corazón no late a una con el Corazón de Cristo, no tenemos vigor para anunciar a Jesucristo Resucitado, no podemos dar lo que no tenemos. Huyendo de radicalidades, convivimos con el pecado, la apostasía y el neopaganismo tratando de pasar desapercibidos. ¿No nos sucede a nosotros lo que a esa comunidad de religiosas solidarias y estériles que lo respetan todo mientras las ovejas que Dios ha dispuesto poner al amparo de sus alas son evangelizadas por los protestantes? ¡No solo en Nepal, no solo! Después de leer el tremendo post del Padre Federico, ¿no se sienten interpelados, no les parece que también nosotros deberíamos hacer algo más que enfadarnos cuando el nuevo curica al que le han asignado quince pueblos nos dice que no va a poder llegar a celebrarnos una misa cada domingo? (Por cierto: ¡¡¡Cuidemos a nuestros curas!!!)

Quizás exagero, y estará pensando algún lector: “María, no generalice de ese modo, yo no hago eso”. Pero quizás, como a mí, sí le sucede que le da vergüenza persignarse en las comidas de trabajo. Tal vez tuvimos usted y yo una de esas comidas el mismo día en que la mamá de Nesma iba con su cruz al cuello nada menos que en Egipto, tras haber heredado siglos de persecución, viviendo la amenaza yihadista. ¿A ustedes esto no les sienta como un bofetón en la cara? A mí sí. Y especialmente me golpea la frase final del testimonio de Nesma: “¡No temáis! Nuestras vidas están en las manos de Dios y debemos permanecer fieles a nuestra fe”

Señor, danos la confianza. Señor, danos la fuerza necesaria para anunciarte. Señor, aumenta nuestra fe.

Feature Story, 25.04.2018 / Egypt / Written for ACN by Engy Magdy,
edited by Maria LozanoCONTACT: [email protected]

Testimonio de la hija de una de las víctimas de los atentados en Cairo el pasado Diciembre.  Unos hombres armados atacaron a los creyentes que salían de una iglesia copto-ortodoxa en la periferia meridional de Cairo el 29 de diciembre de 2017. Este atentado, reivindicado por el Estado Islámico, tuvo lugar unos diez minutos tras la finalización de la Misa en la iglesia de San Menas y se saldó con la muerte de nueve personas. Una de las víctimas era una joven madre llamada Nermeen Sadiq. Su hija de trece años de edad, Nesma Wael, estaba a su lado cuando recibió el primer tiro. Nesma relata así la tragedia a la Fundación Pontificia Aid to the Church in Need:

“Cuando terminó la Misa, mi prima, mi madre y yo salimos de la iglesia. Mi madre llevaba un crucifijo al cuello y ninguna de nosotras llevaba velo. En los barrios pobres, las mujeres musulmanas a menudo llevan velo para distinguirse de las mujeres cristianas.

Entramos en una calle lateral y vimos cómo un hombre que se acercaba a la iglesia en motocicleta se cayó de esta al chocar con un bache. Mi madre acudió deprisa en su ayuda y le preguntó: ‘En el nombre de Jesucristo, ¿se encuentra usted bien?’. El hombre se reincorporó rápidamente y en un abrir y cerrar de ojos abrió fuego contra nosotras con un arma automática que sacó de debajo de su chaleco.

Tan pronto como mi prima y yo vimos el arma, nos escondimos detrás de mi madre, que nos gritó que saliéramos corriendo. El terrorista primero le disparó en el brazo cuando todavía estaba intentando protegernos. Salimos corriendo, pero mi madre se cayó y no pudo escapar con nosotras. La distancia entre nosotras y el terrorista cuando sacó su metralleta era de poco más de un metro. Mi prima y yo corrimos hacia un pequeño supermercado, en el que la vendedora nos escondió detrás de la nevera. Desde nuestro escondite podíamos ver cómo el hombre nos buscaba con la mirada. Como no podía vernos, se volvió de nuevo hacia mi madre y le disparó varias veces.

Todo esto ocurrió en pocos minutos. El terrorista se fue y corrimos hacia mi madre. Mucha gente acudió pero nadie se acercó para atenderla, a pesar de que todavía estaba con vida. Llamé a mi padre, pero no cogió la llamada. Logré localizar a mi tío que vino de inmediato.Entonces llegó una ambulancia, pero el personal de emergencia se negó a introducir a mi madre en la ambulancia hasta que no obtuvieran el permiso de los agentes de seguridad. Estos estaban buscando por las calles al terrorista y también a otro tirador que había atacado a las personas que estaban frente a la iglesia.

Entonces se inició un tiroteo y la gente salió huyendo. Mi prima, mi tío y yo permanecimos con mi madre. Esta me miró y me dijo: ‘No tengas miedo, yo estoy contigo. Obedece a tu padre y cuida de tu hermana’.Cuando el tiroteo cesó, regresé a la iglesia para buscar a mi hermana menor, Karen, que tiene ocho años y había permanecido allí porque el servicio para los niños todavía no había acabado. Vi a tres personas conocidas yaciendo en charcos de sangre que habían sido asesinadas frente a la iglesia.

Cuando finalmente introdujeron en la ambulancia a mi madre ya estaba muerta.

Hoy día ya no recorro sola las calles; mi padre siempre me acompaña a todos los lugares. Pese al dolor que atenaza mi corazón –echo muchísimo de menos a mi madre–, estoy contenta porque yo estaba con ella durante el ataque y además yo ni siquiera fui herida: fue Dios quien quiso elegirla a ella para que fuera al cielo.

No quiero abandonar mi país, pero sin duda quiero encontrar la forma de estudiar y vivir de forma más desahogada, sobre todo porque nuestra situación económica no es buena. Mi padre, que tiene 35 años, es chófer, pero no tiene un trabajo fijo. Mi madre era la principal fuente de ingresos en nuestra familia: era enfermera en el Centro Nefrológico de El Cairo. Yo quiero llegar a ser doctora especializada en Nefrología, pues ese era el sueño que tenía mi madre para mí.

Este es mi mensaje a todas las personas perseguidas en el mundo: ¡No temáis! Nuestras vidas están en las manos de Dios y debemos permanecer fieles a nuestra fe”.

3 comentarios

  
"A tiempo y a destiempo"
"Me pregunto por el sentido de tanto dolor", y
LA RESPUESTA SABIA ES CONFIAR EN DIOS.
Jesús dijo a una sierva de Dios,, " Déjame hacer:
Yo sé cuándo es necesario el Trabajo, la Palabra, el Silencio y el Reposo"
01/05/18 4:02 AM
  
Residente en Fátima
Pido a Dios siempre me de luz sobre el grado alto de contaminación inconsciente de pecados y apostasIa que arrastro. Lo que me ha ido mostrando es desolador. Y no se cuanto me queda. Pero dolorosamente me someto a su juicio con temor y temblor con la esperanza de pedir perdón y ser purificado por su misericordia.

Gracias por este post. Doy por hecho que soy participe de la putrefacción que nos rodea.
01/05/18 3:47 PM
  
Palas Atenea
Residente en Fátima: Tú y todos los que que no pueden desembarazarse de su propia conciencia. ¡Que Dios tenga misericordia de nosotros!
No andaba descaminado el Cardenal Newman cuando dijo que la conciencia es el primer vicario de Cristo en la Tierra, y eso lo recoge el Catecismo. El Espíritu Santo trabaja dentro de nosotros por medio de la conciencia objetiva.
01/05/18 8:31 PM

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