Desesperación en Eritrea

Quiero compartir hoy con ustedes un espeluznante testimonio que el observatorio Open Doors ha publicado en su página web. Se trata de un cristiano de Eritrea que ha pasado más de diez años recluido en condiciones infrahumanas por su condición de cristiano. Pero conozcamos antes el “escenario” de la persecución en este país a orillas del Mar Rojo.

En Eritrea conviven un 50% de musulmanes suníes con casi un 48% de cristianos. Según el Informe de Libertad Religiosa 2016 elaborado por Ayuda a la Iglesia Necesitada, la persecución a los cristianos ha empeorado respecto al informe de 2014. La constitución aprobada en 1997 que establecía el derecho a practicar cualquier religión nunca entró en vigor y se gobierna a base de decretos. En uno de ellos “el Gobierno indicó que el Estado solo iba a reconocer cuatro comunidades religiosas: la Iglesia ortodoxa Tewahedo de Eritrea; la Iglesia evangélica luterana de Eritrea, la Iglesia católica y el islam.”

Durante los últimos años, el Gobierno ha logrado tener a la Iglesia ortodoxa y la comunidad musulmana bajo su control, no solo pagando salarios a sus jerarquías y proporcionándoles medios de transporte, sino también supervisando sus actividades y recursos económicos. La Iglesia católica y la luterana, en cambio, conservan su autonomía. Las cuatro comunidades religiosas autorizadas siguen necesitando licencia de la oficina de asuntos religiosos para editar y distribuir textos religiosos entre sus fieles.

Además, el Gobierno insta a las cuatro religiones reconocidas a que no acepten financiación procedente del extranjero, a que funcionen con sus propios recursos económicos y a que limiten sus actividades exclusivamente al culto religioso.

Las violaciones extremas de los derechos humanos podrían provocar, según Amnistía Internacional, que Eritrea sea “uno de los principales países productores de refugiados”. El Alto Comisionado para los Refugiados de las Naciones Unidas (ACNUR) ha denunciado que cada mes huyen de Eritrea 5000 personas. Respecto a los grupos religiosos, unos 3000 cristianos están encarcelados a causa de sus creencias. (ACN-AIN. Informe de Libertad Religiosa 2016)

La organización defensora de los derechos humanos Christian Solidarity Worldwide difundió el testimonio de Benyam, eritreano que consiguió huir de su país y conseguir asilo político en Reino Unido: “Eritrea es una de las naciones más represivas del mundo. Un cruel dictador lleva más de 20 años gobernando un Estado de partido único. No hay libertad de expresión ni de religión o creencia”. Subrayando la amenaza del “servicio militar indefinido”, declaró: “Decidí huir. Salí caminando hacia la frontera con Sudán”. Corriendo un gran peligro, cruzó la frontera y llegó al Reino Unido. “Tuve suerte. No acabé en una de las prisiones del desierto donde meten a las personas en contenedores de mercancías o en los contenedores negros que utilizan para el régimen de aislamiento. En Eritrea no se puede ser cristiano”

A continuación reproducimos el artículo de Open Doors. Los nombres han sido cambiados porque se teme por la seguridad de sus protagonistas.

“Shiden” yace en su cama mirando al techo. Amanece, y fuera se oye el canto de los pájaros junto al bullicio de la ciudad de Asmara (capital de Eritrea). Pero Shiden lleva horas despierto. Como tantas noches, casi no ha podido dormir.

Puede oír a su anciana madre levantándose de la cama, resoplando y gruñendo: cuidar de Shiden es una tarea cada vez más difícil para su viejo cuerpo. De la cocina llega el aroma del café mezclado con el familiar olor de las especias tostadas, pero no tiene ninguna prisa por levantarse. Se gira sobre sí mismo y queda mirando a la pared. Desde que salió de prisión, la oscuridad que rodea a Shiden es impenetrable.

Shiden se convirtió al cristianismo siendo un adolescente, después de ver cómo Jesús había cambiado la vida de su hermano. Su padre echó a John de casa cuando supo que había abandonado su religión pero tras la muerte de su padre, John volvió a casa y supo, con gran gozo, que Shiden también había decidido seguir a Cristo.

Shiden sabía que aquello era peligroso. Su cultura tenía arraigadas sospechas de los cristianos “libres”, y el Gobierno encarcelaba a menudo a quienes habían abandonado el Islam o las tres confesiones aprobadas por el Gobierno. Shiden había oído terribles historias sobre lo que sucedía a los cristianos en prisión, pero estaba dispuesto a pagar el precio de su libertad en Cristo. Las consecuencias llegaron antes de lo que esperaba.

Con apenas 20 años, Shiden y otros 40 fueron sorprendidos celebrando en secreto. El grupo fue arrestado y Shiden, después de dos años en una prisión desértica, fue trasladado a la conocida prisión Mai Seerwa, en las afueras de Asmara. Shiden fue encerrado en un contenedor metálico con otras 30 o 40 personas. Podían salir 10 minutos al día para ir al baño, durante los que los prisioneros se acercaban a unos matorrales cercanos para aliviarse. La falta de salubridad causó numerosos casos de diarrea. El sufrimiento era indescriptible.

Cuando se le pregunta por qué renunciaba a abandonar su fe Shiden decía: “No voy a renunciar a mi fe porque vivo lo que creo. He servido a este país sincera y honestamente. Pero mis creencias son mis creencias, y tienen que respetar eso. Si no lo hacen, estoy dispuesto a pagar por ello.”

Le dejaron solo durante seis meses y entonces le llamaron. Le entregaron un papel en el que le ofrecían elegir entre “reo” o “no creo”. Él eligió “creo”.

Shiden fue trasladado a una prisión en Barentu, donde siguió sufriendo durísimos castigos por su fe durante una década. Llegó a estar confinado durante seis meses en una celda de aislamiento en la que no podía cruzar los brazos o mantenerse erguido.

Un buen día, sin explicación previa, Shiden fue liberado. Sin embargo, los cristianos liberados como Shiden siguen viviendo como prisioneros, en continua vigilancia. ¿De qué hablaba con los demás? ¿Rezaba? ¿Tenía una Biblia?

Los espías descubrieron algunos preciados fragmentos de la biblia que Shiden había escondido bajo su chaqueta y fue trasladado a una celda de aislamiento durante otros tres meses. Durante este tiempo no vio a nadie. Un día, una taza de té y una rebanada de pan se deslizaron a través de una ranura de la puerta. Shiden llegó a pensar que sus amigos habían logrado escapar del país sin él, y que nadie sabía que él estaba vivo…

Desde entonces Shiden nunca volvió a ser el mismo.

Un dia fue enviado a casa sin explicación. Su familia se alegró de su regreso y se volcaron con él, pero era evidente que Shiden no estaba bien.

Contó a su hermano John algo de lo que había sufrido, detalles que hicieron llorar a John como un niño. “Estaba tan orgulloso de él por no haber negado a Cristo durante todos aquellos años…pero no podía asimilar el terrible sufrimiento que había tenido que sufrir.”

La familia de Shiden se dio cuenta de que el regreso a la vida normal después de tantos años de prisión no sería fácil. No se trataba de la historia de una fe que triunfaba sobre la persecución, era la historia de un hombre roto.

Shiden había ingresado en prisión antes de los 20 años. Cuando salió tenía más de 30. Había perdido la oportunidad de recibir una educación y un trabajo que le ayudaran a llevar adelante su vida. No había esperanza para el futuro.

“Desde que salió, le hemos visto cambiar día a día. Ha caído en una profunda depresión, y hay momentos en que es completamente irracional. Tenemos que vigilarle todo el tiempo, incluso de noche, para evitar que se dañe a sí mismo. Es muy triste”, decía John.

La historia de Shiden es una de tantas. Hay miles de cristianos eritreos que afrontan situaciones semejantes. (…)”

Oremos, oremos, oremos…

 “Somos un solo cuerpo. Cuando una parte sufre, todos sufrimos. Cuando una bomba explota en Egipto, explota en toda la Iglesia. Cuando un cristiano de India es expulsado de su pueblo por su fe, todos somos expulsados de nuestro pueblo por nuestra fe. Cuando un creyente es encarcelado en Corea del Norte, todos somos encarcelados. Saber esto, sentir esto, creer esto es de la máxima importancia. (…) Somos un solo cuerpo.”

¿Cuántos Shiden están sufriendo la persecución mientras nuestra fe languidece? Si queda algo de fe en el occidente apóstata cuando el Señor vuelva, ¿no será gracias a la perseverancia de nuestros hermanos perseguidos, de esos bienaventurados a quienes recibirán legiones de ángeles cantando cuando se presenten ante el Padre?

Oremos, oremos, oremos…

Consulta aquí el texto completo del Informe de Libertad Religiosa 2016 sobre Eritrea.