Con la palma en la mano, a por la corona del martirio
MIs hijos han agitado hoy, divertidos, sus ramitas de olivo durante toda la misa. Mi marido es organista en nuestra parroquia y yo canto en el coro con otros parroquianos amigos que, como nosotros, también tienen hijos pequeños. Entre canto y canto a veces tratamos de poner orden en esa piadosa guardería que nos acompaña cada domingo, y que hoy ha dejado el suelo sembrado de esas hojitas duras y verdes. Esta escena de misa dominical familiar adornada hoy con palmas y ramas de olivo se ha repetido en todo el mundo. Pero a nosotros no nos ha estallado una bomba en las narices.
Con el corazón encogido vivíamos hoy el Domingo de Ramos sabiendo que hermanos nuestros en Cristo acababan de morir por Él, quizás muchos niños con su ramita en la mano. Otros, malheridos, acudirían al Padre horas después. Quizás en este minuto otro bienaventurado ha sido recibido por Su Corazón amoroso…
En la misa de hoy se proclamaba la Pasión, que se actualizaba de un modo terrible y al mismo tiempo glorioso en esos cristianos que padecían por Él, con Él, en Él. La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo parecía derrota, fin, desenlace absurdo para una promesa que se esfumaba entre sus llagas. Y, sin embargo, en ese rostro que no resistía los ultrajes ni los salivazos se presentía la gloria futura, la resurrección.
El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.
“Bienaventurados cuando os persigan en mi nombre"… Son bienaventurados. Bien podían haberse quedado el casa, el ISIS les viene amenazando, persiguiendo, matando y echando de sus casas -hace sólo semanas de esas muertes en el Sinaí, de esos cientos de desplazados por el miedo- y había sobradas razones para pensar que hoy podía pasar algo así. Pero la Iglesia estaba llena.
Con Cristo están viviendo la Pasión hoy cientos de miles de cristianos perseguidos en todo el mundo. Algunos de ellos, como los coptos de Egipto, vienen recorriendo el Via Crucis desde hace siglos. Unos agonizan en Getsemaní, otros ya recorren cada estación, esperando que algún Cireneo -¿tú, yo?- les ayude a llevar la cruz.
Todos los mártires resucitarán con él. ¡A Él la gloria y la alabanza por los siglos de los siglos!
Después de esto vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con voz potente: “¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!” y todos los ángeles que estaban de pie alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y adoraron a Dios diciendo: “ Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén.” Y uno de los ancianos me dijo: “Estos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?” yo le respondí: “Señor mío, tú lo sabrás”. Él me respondió: “Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, dándole culto día y noche en su templo. El que se sienta en el trono acampará entre ellos. Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono los apacentará y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos”. Ap. 7, 9-17
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