Testimonio de la Hna. Guadalupe en San Sebastián
El post de hoy es también brevísimo. Quiero que conozcáis mejor a la Hermana Guadalupe. Hace unos días Infocatólica publicó una entrevista que esta hermana del Instituto del Verbo Encarnado concedía a Unomasdoce. Cuando estalló la guerra en Siria, la Hermana Guadalupe se encontraba en Aleppo, una ciudad que ella había elegido como lugar de descanso. Suele contar ella que comparte esta anécdota de la razón que le llevó a Aleppo para que imaginemos cómo era esta ciudad siria antes de la guerra: un lugar donde uno podía acudir para descansar.
Le ofrecieron la posibilidad de salir de allí, para no poner en riesgo su vida, pero quiso quedarse después de haber pedido permiso a sus padres, que le dijeron: “Ahora es cuando más te necesitan, no puedes abandonarlos".
De vez en cuando, la hermana Guadalupe y otros testigos de la persecución que están sufriendo los cristianos en tantos lugares del mundo viajan por el occidente apóstata ofreciendo su testimonio. ¡Cuánto bien nos hace saber de nuestros hermanos perseguidos!
Ayer mismo compartía yo el relato de lo que Dios hizo conmigo con unos estudiantes de bachiller en Pamplona, y terminé hablando de mis hermanos perseguidos. Decía a los chavales: “Por esta fe de la que yo me burlaba, hoy están dando su vida miles de cristianos".
Hoy están muriendo en Nigeria, China, Siria, Irak, Pakistán, India, Afganistán y tantos otros países por seguir a Jesucristo, por haber querido tomar Su cruz y seguirle. Y aquí, en el occidente apóstata, no nos enteramos. Estamos muy entretenidos con las compras, los adornos y los menús. Con tantas cosas que, con mesura, ilusionan legítimamente a quienes celebran el acontecimiento histórico más grande que se ha dado en la humanidad desde el principio de los tiempos: la Encarnación del Verbo. Lástima que para muchos, la celebración de la Natividad de Jesucristo se ha vaciado de sentido y se ha quedado en un solsticio consumista.
¡No olvidemos a nuestros hermanos perseguidos! Ayudémosles cuanto podamos, ¡oremos por ellos, pidiendo a Dios que les conceda la perseverancia en la fe, que encienda su esperanza! Acudamos a la Virgen, Madre de Dios, y madre nuestra, y pongamos en su regazo maternal nuestras súplicas, para que las presente al Padre.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios.
¡No desoigas las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades!
Antes bien, ¡líbranos siempre de todo peligro,
Virgen gloriosa y bendita!
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Pero no es sólo un mensaje de lo que ocurre con nuestros hermanos perseguidos, sino ELLA es el mensaje que la misma Iglesia y el mundo necesitan ver, oír y admirar. Su valentía, su veracidad, su fe, su caridad, su esperanza en medio del dolor y la muerte.
Sí. La Iglesia vive en sus santos de carne y hueso. Bendito sea el Señor!
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