Sucumbíos, solución a un mal que duró demasiado tiempo
“Si el presidente no los saca, llamaremos a la guerrilla". Al parecer, esa frase salió de uno de los participantes en la última protesta de los autodenominados cristianos de base del vicariato apostólico de Sucumbíos, en la región nordeste del Ecuador. Esos “católicos” son tan peculiares que no aceptan que la Iglesia haya decidido que la pastoral llevada a cabo en dicha iglesia local debe cambiar. Y en vista de cómo son y cómo se comportan los que se oponen al cambio, es evidente que el mismo era absolutamente necesario.
El Vicariato estaba en manos de religiosos carmelitas. Y muy bien no debían de hacerlo porque Roma decidió que tras aceptar la renuncia por edad de Mons. Gonzalo López, el nuevo Administrador Apostólico no sería otro carmelita sino el P. Rafael Ibarguren, sacerdote de los Heraldos del Evangelio. El Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos indicaba en su carta que “el nuevo Administrador Apostólico tendrá que organizar el Vicariato e implantar de manera diferente todo el trabajo pastoral“. A buen entendedor, pocas palabras bastan. El mensaje era claro.
Pero los carmelitas se tomaron muy a mal que Roma quisiera dar un cambio al trabajo pastoral en Sucumbíos. Y tanto ellos como los que querían que todo siguiera igual, han montado un cirio que va camino de poder ser considerado como un cisma. Lo primero de todo, arremetieron contra los Heraldos de Cristo, a quienes poco menos que presentaron como siervos del Gran Imperio capitalista, como ultra-católicos peligrosos. Sinceramente creo que a los cismáticos les importa poco que el nuevo vicario apostólico sea de los Heraldos. Habrían reaccionado igual ante cualquier otro vicario que no estuviera dispuesto a seguir un modelo de pastoral que la Santa Sede quiere que cambie.