Bajo el impulso que recibió el ecumenismo en el Concilio Vaticano II, el diálogo entre anglicanos y católicos comenzó oficialmente en 1966, propuesto por Pablo VI y por el arzobispo de Canterbury Michael Ramsey. Tras una fase preparatoria, se constituyó la Comisión conjunta (ARCIC) en 1968. En una primera fase (1970-1981) se habló sobre doctrina eucarística, autoridad y ministerio ordenado, lo cual llevó a la publicación de la declaración conjunta de Windsor.
En la segunda fase, que dio comienzo en 1983, se trataron las doctrinas sobre la salvación, la comunión, el magisterio y la Virgen María. En 2007, la Comisión aprobó el documento “Creciendo juntos en la Unidad y en la Misión". Curiosamente, el Papa Juan Pablo había declarado roto el diálogo 4 años antes, cuando los anglicanos tuvieron a bien ordenar como obispo -en ordenación inválida, por supuesto, como son las ordenaciones anglicanas- a Gene Robinson, que convive públicamente con su pareja homosexual. Se ve que la ruptura no fue tal, sino un mero gesto.
Ahora se ha puesto en marcha al ARCIC III. Al parecer, quieren dialogar sobre “la Iglesia como comunión local y universal y en cómo, en la comunión, la Iglesia local y universal logra discernir la justa enseñanza ética“. Y, sobre todo, unos y otros asumen el “ecumenismo de recepción“ que, dicen, “se basa en nosotros mismos y en la conversión interior, más que en el intento de convencer a los demás“. Es por ello que en esta fase del diálogo, unos y otros procuraran ir “aprendiendo de nuestros compañeros, más que pidiéndoles que aprendan de nosotros“.
Me resulta muy difícil contenerme a la hora de poner por escrito lo que me parece todo este asunto. De momento, voy a hacer algunas preguntas: ¿cuántos fieles católicos y anglicanos conocen que existen los documentos citados? ¿cuántos se los han leído? ¿a cuántos les ha servido de algo para su vida espiritual? ¿en qué medida han ayudado a que la comunión anglicana se acerque a la Iglesia de Cristo? Todo parece indicar que el paso feliz de numerosos anglicanos a la Iglesia Católica, más que por el esfuerzo de encuentros ecuménicos, se ha producido por el hundimiento del Anglicanismo en la indecencia y la vergüenza: Obispos que son mujeres y algunos homosexuales declarados, uniones homosexuales, ausencia casi total de los fieles al culto, etc. Vienen a la Iglesia Católica, con la gracia de Dios, para pasar de la oscuridad a la luz, de la infidelidad patente a las Escrituras a la fidelidad a ellas, de la muerte a la vida.
Y tengo también otras preguntas: ¿qué ha cambiado desde que la comunión anglicana ordenó como obispo a Gene Robinson? ¿no es cierto que desde entonces no sólo los anglicanos no han dado marcha atrás, sino que han seguido profundizando en la brecha que les separa de católicos y ortodoxos? ¿qué tenemos que aprender de ellos a la hora de discernir la justa enseñanza ética cuando es evidente que ellos se han apartado de la moral evangélica en temas tan graves como la homosexualidad?
De hecho, estas son las grandes preguntas: ¿Qué tiene que aprender la Iglesia Católica de una comunión eclesial cismática y herética que además está en claro riesgo de descomposición interna y de extinción? ¿qué tipo de ecumenismo es aquel en el que no se busca -obviamente de forma inteligente- la conversión a la fe católica de quienes no están en plena comunión con aquella en quien subsiste la Iglesia de Cristo? ¿En qué sentido esa visión del ecumenismo forma parte de la aplicación de la hermenéutica de continuidad sobre el Concilio Vaticano II?
Benedicto XVI nos dio una gran alegría al crear ordinariatos para que los anglicanos que quieren ser católicos puedan unirse a la Iglesia, sin perder aquello de su tradición eclesial que no es incompatible con el catolicismo. Esa decisión papal ya ha traído muchos frutos y sin duda, aunque surjan dificultades, producirá muchos más en el futuro. Pero precisamente los ordinariatos, que se basan en acoger a quienes dicen “no puedo seguir siendo anglicano, quiero ser católico", son la antítesis de lo que se plantea en el ARCIC III.
Vamos a hablar sobre la Iglesia con quienes ni siquiera son “Iglesia", pues no pasan de ser una comunión eclesial en la que no existe verdaderamente el sacramento del orden ni la Eucarístía válida y real. Vamos a hablar sobre la forma de tomar decisiones sobre asuntos éticos con quienes han demostrado contar con un modelo nefasto para hacer tal cosa. Y encima renunciamos a convencer con la verdad a los que viven el error. Y vuelvo a preguntarme: ¿qué tendrá eso que ver con la misión de la Iglesia?
Mientras el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos se dedica a no convencer a los anglicanos y se compromete a aprender de ellos, las palabas de San Agustín de Hipona a un obispo cismático de su época siguen dando testimonio de una verdad que la Iglesia no puede jamás dejar de confesar:
“Fuera de la Iglesia él puede tenerlo todo menos la salvación: puede tener el honor del episcopado, puede tener los sacramentos, puede cantar el `aleluya´, puede responder `amén´, puede tener el Evangelio, puede tener y predicar la fe en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; pero nunca podrá encontrar la salvación sino en la Iglesia Católica”
Sermo ad Caesariensis ecclesiae plebem 6
Eso vale tanto para un obispo donatista del siglo IV como para un “obispo” anglicano del siglo XXI. Se llame Rowan Williams o se llame Gene Robinson.
Luis Fernando Pérez Bustamante