Me mata usted a mi hijo enfermo para que el sano engorde
Lo primero de todo, quiero rogar a mis lectores cristianos que pidan a Dios por la convresión de los protagonistas de este post. La gracia de Dios llega también a quienes son capaces de matar a sus hijos si en verdad se arrepienten y se entregan a los pies de Cristo.
“Mi marido y yo decidimos abortar al bebé enfermo por la mala calidad de vida que iba a tener y para que así el otro bebé sano cogiera más peso y creciera mejor“…
¿Qué puedo uno decir ante semejante declaración de parte? Muchas cosas. O ninguna. Se puede alzar la voz y soltar todo aquello que el corazón indignado quiere expresar o quedarse sin palabras porque no existen aquellas que sirvan para describir lo que se siente.
Lo que ha ocurrido en Cádiz pone ante la opinión pública la realidad del aborto de una manera que incluso los máss ardientes defensores del derecho a matar -lo llaman derecho a decidir- tienen que bajar la cabeza para que no se les note el enrojecimieno que en el rostro produce la desvergüenza.
Todas las barbaridades que rodean al mundo de la cultura de la muerte se dan en este caso. Primero, la maternidad se convierte en un bien de consumo. Es decir, se quiere tener hijos como se quiere tener un buen coche. No es que sea malo querer tener descendencia, pero sí lo es que se use cualquier método, por muy inmoral que sea, para lograr tal fin. Muchos de los que son padres hijos nacidos de la fecundación artificial tienen también un número indeterminados de hijos que permanecen congelados a la espera de ser implantados en el seno de una mujer para poder desarrollarse.