Una primera valoración de "Caritas in Veritate"
Como todo el mundo se puede imaginar, intentar hacer una valoración profunda de un texto de decenas de páginas tras haberlo leído un par de veces no es cosa fácil. Por tanto, mi primer artículo sobre la encíclica Caritas in Veritate difícilmente puede contener un análisis exhaustivo sobre esta obra vital del magisterio papal.
Mi primera sensación tras los tres primeros puntos, que por sí solos dan material para una futura encíclica, es que nos encontramos ante la encíclica menos “ratzingeriana” de las publicadas hasta ahora. Del punto 4 al 20 no se aprecia la frescura de este Papa a la hora de explicar las cosas. Con eso no estoy diciendo, líbreme Dios, que el texto no sea suyo. Pero más parece una clase teórica de ámbito universitario sobre la Populorum progressio que un texto de encíclica. Pero a partir del punto 21 la cosa se anima. Y si hay algo claro, nítido, contundente y hasta abrumadoramente irrebatible es que estamos ante un texto que arremete contra la esencia de la política económica neoliberal. Por ejemplo, dice el Papa:
…las políticas de balance, con los recortes al gasto social, con frecuencia promovidos también por las instituciones financieras internacionales, pueden dejar a los ciudadanos impotentes ante riesgos antiguos y nuevos; dicha impotencia aumenta por la falta de protección eficaz por parte de las asociaciones de los trabajadores.
y
El mercado único de nuestros días no elimina el papel de los estados, más bien obliga a los gobiernos a una colaboración recíproca más estrecha. La sabiduría y la prudencia aconsejan no proclamar apresuradamente la desaparición del Estado. Con relación a la solución de la crisis actual, su papel parece destinado a crecer, recuperando muchas competencias.
Y por si no es suficiente, más adelante plantea una de las cuestiones más espinosas y posiblemente polémicas de toda la encíclica:
La globalización necesita ciertamente una autoridad, en cuanto plantea el problema de la consecución de un bien común global; sin embargo, dicha autoridad deberá estar organizada de modo subsidiario y con división de poderes, tanto para no herir la libertad como para resultar concretamente eficaz.
y
Para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial, como fue ya esbozada por mi Predecesor, el Beato Juan XXIII. Esta Autoridad deberá estar regulada por el derecho, atenerse de manera concreta a los principios de subsidiaridad y de solidaridad, estar ordenada a la realización del bien común, comprometerse en la realización de un auténtico desarrollo humano integral inspirado en los valores de la caridad en la verdad. Dicha Autoridad, además, deberá estar reconocida por todos, gozar de poder efectivo para garantizar a cada uno la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos. Obviamente, debe tener la facultad de hacer respetar sus propias decisiones a las diversas partes, así como las medidas de coordinación adoptadas en los diferentes foros internacionales.
Yo no sé cómo van a encajar eso los católicos que están a favor del liberalismo económico, pero el Papa no está haciendo otra cosa que volver a la esencia de la doctrina social de la Iglesia tradicional, desde el tiempo de los Padres de la Iglesia hasta las encíclicas sociales de los últimos 120 años. Y, tanto si gusta como si no, esto es magisterio de la Iglesia y, por tanto, debe de ser tenido en cuenta por todos los fieles, en especial aquellos que se dedican al mundo de la empresa y de la función pública. Dicho eso, me gustaría una ulterior aclaración sobre esa apelación a una autoridad mundial que tenga poder real para dirigir la globalización. Porque creo que puede ser interpretado de forma “peligrosa".
La parte que más me agrada de la encíclica es la que se dedica a explicar la relación entre la verdad y la caridad. Es más, creo que ahí puede estar el germen de futuros textos de nuestro Papa. Su advertencia contra el indiferentismo religioso y contra una caridad que deje a un lado la verdad, y ya sabemos los católicos de qué verdad habla el Papa, es muy necesaria en estos momentos. Lo que ocurre es que esa referencia puede quedar minimizada en medio del resto de la encíclica.
Muy interesante es sin duda su apelación a que se fomente la “gratuidad” en el ámbito de las relaciones financieras y económicas. Para ello hará falta que se den iniciativas empresariales de clara inspiración cristiana que puedan abrir una vía a que ese factor sea algo a tener verdaderamente en cuenta en el futuro. Digo de inspiración cristiana porque dudo mucho que algo así pueda darse fuera del ámbito del cristianismo.
En relación al medio ambiente, el Papa no cumple, ni falta que hace, las expectativas de los ecologistas radicales y avisa en contra de una concepción pagana, tipo Nueva Era, de la ecología. Aunque, como no podía ser de otra forma, advierte contra los abusos que pueden poner en peligro el medio ambiente, lo que perjudicaría gravemente a generaciones futuras.
Crítico, muy crítico, se muestra el Papa tanto con el fundamentalismo religioso como con el laicismo radical que promueve el ateísmo. Que el Santo Padre haya puesto a ambos extremos en un mismo párrafo es ciertamente sintomático. Me temo que pronto aparecerán los que digan que Benedicto XVI equipara al terrorismo de Al Qaeda con los autobuses ateos, pero en realidad el Santo Padre se limita a decir que al hombre le perjudica tanto el mal uso de la religión como la ausencia total de la misma en el ámbito público. Los que nieguen tal cosa no suelen tener en cuenta los millones de víctimas que causa la cultura de la muerte, condenada de forma explícita por el Papa, en todo el mundo.
En todo aquello relacionado con los avances tecnológicos y la bioética, el Papa se reafirma en la doctrina tradicional de la Iglesia. Si alguien espera algún cambio en ese área de la doctrina católica, que espere sentado.
En definitiva, y para no alargar de forma innecesaria este primer post, creo que estamos ante una encíclica importantísima, que va a causar no poco revuelo, que va a dejar huella en la historia y que, en algunos aspectos, puede abrir nuevas expectativas a un desarrollo ulterior de la Doctrina Social de la Iglesia.
Luis Fernando Pérez Bustamante