Un monje ortodoxo
En mi post de ayer señalé parte de las dificultades ante las que se encuentra el ecumenismo. Sin embargo, dado que estamos en la semana de la oración por la unidad de los cristianos, quiero contribuir al conocimiento de la realidad espiritual de los cristianos no católicos, ofreciendo fragmentos de obras escritas que difícilmente están al alcance de los católicos españoles.
Empiezo con una selección de sentencias de Silvano, monje ortodoxo que vivió a caballo entre el siglo XIX y el XX. Es bastante largo, pero merece la pena. Examinadlo todo, retened lo bueno:
El Señor nos ama infinitamente. Él me lo reveló en el Espíritu Santo que me dio, por su sola misericordia. Soy viejo y me preparo a la muerte, y he escrito la verdad; he escrito para el bien de los hombres. El Espíritu de Cristo desea la salvación de todos, desea que todos conozcan a Dios. Él, que ha dado el paraíso al ladrón, lo dará también a todo pecador penitente.
Yo soy malo frente al Señor, más feo que un perro sarnoso, a causa de mis pecados. Pero he rogado a Dios que me los perdone y he aquí que no solamente me ha dado su perdón, sino además el Espíritu Santo, y en el Espíritu Santo he reconocido al mismo Dios.
El Señor es misericordioso; mi alma lo sabe, pero no es posible describirlo con palabras… Él es infinitamente dulce y humilde y si el alma lo ve, se transforma en Él, deviene todo amor para el prójimo; deviene dulce y humilde. Pero si el hombre pierde la gracia, llorará como Adán cuando fue expulsado del Paraíso. El desierto se llenó de sus gemidos, y sus lágrimas amargas por la pena…
Ven, Señor, consume mis pecados que me ocultan tu Rostro como las nubes ocultan el sol.
El Señor ha venido a la tierra para conducirnos hasta donde Él mismo y su purísima Madre viven y donde se encuentran también sus discípulos y sus compañeros. Allí nos llama también a nosotros, a pesar de nuestros pecados. Allí veremos a los santos Apóstoles llegados a la gloria por el anuncio de la buena Nueva; veremos a los profetas, los santos obispos, los doctores de la Iglesia, los venerables ascetas que humillaron sus almas con el ayuno; allí son glorificados los locos por Cristo, porque ellos han vencido al mundo y a sí mismos. Ellos rogaron y cargaron con las penas del mundo entero, porque en ellos estaba el Amor de Cristo y el amor sufre cuando una sola alma se pierde… El alma desea llegar a esta patria, pero nada impuro puede acercar a ese lugar, pues él se alcanza solamente llevando con paciencia los sufrimientos y las pruebas, después de muchas lágrimas. Sólo los niños que han guardado la gracia de su bautismo llegan sin aflicción.
¿Qué cosa más grande podría buscar el alma en la tierra? ¿Qué podría haber allí de grande y admirable? ¡Súbitamente el alma conoce a su Creador y su Amor! Contempla al Señor, ve cuán dulce y humilde es y no desea más que adquirir la humildad de Cristo. En tanto peregrina aquí abajo, ella no puede olvidar esa humildad inconcebible.
Señor, concede a todos los pueblos la virtud de tu gracia para que te conozcan en el Espíritu Santo y te alaben en la alegría, pues incluso a mí, impuro y miserable, Tú has otorgado el gozo de desearte. También mi alma arde de un amor inextinguible hacia Ti, día y noche.
Quien no ama a sus enemigos no gustará la dulzura del Espíritu Santo. Es el Señor mismo quien nos enseña a amar a nuestros enemigos, a sentir y a compartir con ellos como si fuesen nuestros propios hijos.
Para poder orar puramente, tú debes ser humilde y tierno y confesar tus pecados con un corazón sincero. Debes estar contento de todo, obedece a tus superiores, así tu espíritu será liberado de los vanos pensamientos y la oración te será amada.
Piensa que el Señor te ve constantemente; no ofendas; no critiques a tu prójimo; no lo aflijas con la expresión de tu rostro; entonces el Santo Espíritu te amará y te socorrerá en todo.
Hay hombres que desean las penas y los tormentos del fuego eterno para sus enemigos y los enemigos de la Iglesia. Al pensar así, no conocen el Amor de Dios. Quien tiene el Amor y la Humildad de Cristo llora y ruega por todo el mundo.
¡Señor, de la misma forma que Tú has rogado por tus enemigos, enséñanos por tu Santo Espíritu a amarlos y rogar por ellos con lágrimas. Sin embargo, esto es difícil para nosotros, pecadores, si tu gracia no está con nosotros!
¡Oh Humildad de Cristo! ¡Tú das un gozo indescriptible al alma! Tengo sed de ti, porque en ti el alma olvida a la tierra y tiende siempre más ardientemente hacia Dios.
Si el mundo comprendiera el poder de las palabras de Cristo: "Aprendan de mí la ternura y la humildad", dejaría de lado toda ciencia para adquirir este conocimiento celestial.
Los hombres no conocen la fuerza de la humildad de Cristo y por eso desean las cosas terrestres; pero el hombre no puede llegar al poder de las palabras del Señor sin el Espíritu Santo. Quien ha penetrado en ellas no las abandona más, aunque le fuesen ofrecidos todos los tesoros del mundo.
Dios ha dado al hombre la libertad, y lo atrae por la humildad hacia su Amor.
El Señor nos manda amarlo con todo nuestro corazón y todas nuestras fuerzas. Pero, ¿cómo podemos amar a Aquel a quien jamás hemos visto? ¿Y cómo se aprende tal amor? Nosotros conocemos al Señor por su acción en el alma; ella sabe quien es el huésped que entra en ella; y cuando el Señor está nuevamente en la sombra, he aquí que lo desea y lo busca llorando: ¿Dónde estás, mi Luz y mi Alegría? El perfume de tu paso ha quedado en mi alma, y yo tengo sed de Ti. Mi corazón está desalentado y nada me da alegría. Yo te he entristecido y Tú te has ocultado de mí.
Mi corazón te ama, te desea, te busca llorando. Tú has adornado el cielo con estrellas, el aire con nubes, la tierra con lagos, ríos y jardines; pero mi alma te ama sólo a Ti, y no al mundo, por bello que sea. Eres Tú a quien yo deseo Señor. No puedo olvidar tu mirada tranquila y tierna; te suplico con lágrimas: Ven, entra en mí, purifícame de mis pecados. Tu miras aquí abajo, desde lo alto de tu gloria, sabes bien el fervor del deseo de mi alma. No me abandones, escucha a tu servidor que grita como el profeta David: "Perdóname, Dios mío, por tu gran misericordia".
"Allí donde yo estoy, dice el Señor, allí también estará mi servidor" (Jn 12,26). Pero los hombres no comprenden la Escritura, como si fuese incomprensible. Quien es instruido por el Espíritu Santo comprende todo, su alma se siente como en el cielo, porque el Espíritu Santo está en el cielo y en la tierra, en la santa Escritura y en las almas de todos aquellos que aman a Dios.
Quien ha reconocido el amor de Dios, ama a todo el mundo. No murmura sobre su destino, porque los sufrimientos, llevados en Dios, nos conducen al Gozo eterno.
Hijo, yo he amado el mundo y su belleza; los bosques y los prados verdes; amé los jardines y las selvas, las claras nubes que pasan por encima de nuestras cabezas. Amé toda esta bella creación de Dios… Pero desde que he conocido al Señor, todo ha cambiado en mi alma, que se ha hecho su prisionera. No deseo más este mundo. Mi alma busca incansablemente el mundo donde habita mi Señor. Como un pájaro prisionero desea huir de la jaula, así mi alma desea a Dios. ¿Dónde estás, oh mi Luz? Te busco con lágrimas. Si no te hubieses revelado a mi alma, yo no podría buscarte así. Hoy me has visitado, a mí, pecador, y me has hecho conocer tu amor. Tú me has revelado que por amor a nosotros, te has dejado clavar en la cruz y que, por nosotros, has sufrido y has muerto. Me has hecho ver que tu amor te ha llevado del Cielo a la tierra y hasta el fondo de los infiernos para que nosotros podamos ver tu gloria. Has tenido piedad de mí y me has mostrado tu Rostro, y ahora mi alma tiene sed de Ti, mi Dios. Como un niño que ha perdido a su madre, ella llora por Ti día y noche y no encuentra la paz.
Humillémonos, y el Señor nos hará gustar la fuerza de la oración de Jesús y el Espíritu Santo instruirá nuestras almas. Revistámonos de la humildad de Cristo y el Señor nos hará gustar la beatitud de la oración.
¿Puede el Espíritu de Cristo desear el mal a alguien? ¿Somos llamados por Dios para esto? El Espíritu Santo es como una madre que ama a su hijo y comulga con sus sentimientos. Se hace conocer en la oración humilde, sufre con nosotros y perdona, cura e instruye. Quien por el contrario, no ama a sus enemigos y no reza por ellos, se atormenta a sí mismo y atormenta a los otros, y no conocerá jamás a Dios.
Quien ama verdaderamente a Dios ora sin interrupción; ha experimentado la gracia en la oración. Por supuesto tenemos las iglesias para rezar y los libros litúrgicos, pero que tu oración interior esté constantemente contigo.
En las iglesias se celebra el culto, y allí habita el Espíritu Santo. Pero que tu alma también sea la iglesia de Dios; para el que ora sin cesar, el mundo entero es una iglesia… Pero no es así con todos. Muchos hombres oran con los labios y prefieren orar con la ayuda de libros; por supuesto que el Señor acepta su oración. Él ha tenido piedad de todos aquellos que oran. Pero aquel que, orando, piensa en otra cosa no será escuchado por el Señor.
Quien pierde la humildad perderá igualmente la gracia y el amor de Dios; la oración se apaga en él. Pero quien ha sobrellevado las pasiones y abraza la humildad obtiene de Dios su gracia; ora por sus enemigos como por sí mismo, ora por el mundo entero con lágrimas de fuego.
¡Oh Humildad de Cristo! Te he conocido, pero no puedo alcanzarte. Tus frutos son sabrosos y dulces, porque no son de este mundo. El Señor ha venido a la tierra para darnos el fuego de su gracia en el Espíritu Santo. El humilde posee este fuego, y el Señor le concede esta gracia. En un alma desalentada y envilecida, este fuego no puede encenderse.
Los cielos se maravillan del Misterio de la Encarnación: ¡Cómo Él, el Pantocrator, ha descendido a la tierra para rescatar a los pecadores!
El alma llena de la paz del Espíritu Santo irradia esa paz y la derrama sobre los otros; pero quien tiene en sí el espíritu de malicia segrega el mal.
Muchos ignoran cuán grande es la misericordia de Dios; no se arrepienten de sus pecados y no quieren hacer penitencia. Y mi alma está triste y llora por ellos, porque veo su condenación.
Guarda la gracia de Dios, porque todo lo que cumplimos en Dios está bien hecho, es amor y gozo. En Dios el alma está en calma, camina como a través de un bello jardín donde habitan el Señor y la Madre de Dios. Por la gracia el hombre llega a ser espiritualmente igual a los ángeles, pero sin ella, no es más que una tierra pecadora. Y así como los ángeles aman y sirven a Dios, así lo hace también el hombre constituido en la gracia.
Los poderosos no harían la guerra si conocieran el Amor de Dios. La guerra es el fruto del pecado, no del amor. Dios nos ha creado por el amor y nos ha encomendado la caridad fraterna. Son el poder y la codicia de los orgullosos quienes arrastran al mundo a la guerra.
La tierra estaría llena de paz si los hombres guardaran el temor de Dios. Pero han abandonado sus mandamientos, viven según su propia voluntad, como si Dios no existiera, buscando únicamente gozar del mundo y pensando que los gozos de aquí abajo son los únicos verdaderos. Yo también he creído encontrar, alguna vez, la felicidad en la tierra. Era saludable, fuerte, alegre; la gente me deseaba el bien y yo me jactaba de ello; pero cuando conocí al Señor en el Espíritu Santo, toda la felicidad de este mundo me pareció como el humo. El verdadero gozo está solamente en el Señor; nuestra alma es verdaderamente feliz solamente en Él. Así como el sol da vida a las flores del campo y el viento las hace ondular, así el Espíritu Santo da calor y vivifica el alma.
El silencio espiritual nace del deseo de cumplir el mandamiento de Cristo. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas. El silencio es suscitado por la búsqueda del Dios viviente en el hombre que desea liberarse de las tentaciones del mundo, para encontrar así, en la plenitud del amor, al Señor; para vivir en su presencia en la oración pura.
¿Cómo podría no buscarte? ¡Te has revelado a mi alma de una forma tan increíble! La has hecho prisionera de tu amor, y ella no puede olvidarte.
El Señor me concedió ver entre los staretz rusos a un monje que escuchaba confesiones; tenía la apariencia de Cristo. Si bien sus cabellos eran blancos por la ancianidad, su rostro era bello y joven como el de un adolescente. Estaba parado en el lugar donde se escuchan las confesiones, indescriptiblemente radiante. También he visto una vez un obispo durante la santa liturgia. Cuando el Padre Juan de Cronstadt celebraba la liturgia, su rostro era semejante al de un ángel. Se sentía el deseo de mirarlo sin distracción; yo mismo lo he visto. Es que la gracia de Dios embellece al hombre; en cambio el pecado lo deforma.
¿Cómo puedes saber que vives conforme a la voluntad de Dios? He aquí el signo: si estás preocupado por algo, esto quiere decir que no estás completamente abandonado a la voluntad de Dios, aunque te parezca vivir según su voluntad. Aquel que vive según la voluntad del Señor, no se inquieta por nada. Si una cosa le es necesaria la pone en manos del Señor; y si no la recibe, permanece en calma, como si la hubiese recibido. Cualquier cosa que suceda, no lo hace temer, porque sabe que tal es la voluntad de Dios. Si una enfermedad lo golpea, piensa: "la enfermedad es necesaria para mí, de otra forma el Señor no me la habría enviado". Así guarda la paz del cuerpo y del alma. Quien ha logrado abandonarse a Dios en todas las cosas vive solamente en Dios, y en esta alegría interior, ruega por todos los hombres.
¡Cuán grande debió ser el sufrimiento de la Madre de Dios al pie de la cruz! Es que su amor era inmensamente grande y nosotros sabemos bien que quien más ama, también sufre más. Según su naturaleza humana, la Madre de Dios no podría haber soportado tal dolor si no se hubiese abandonado a la Voluntad de Dios y así, reconfortada por el Espíritu Santo, recibió la fuerza para sobrellevar su dolor. He aquí por qué llegó a ser para siempre, para todo el pueblo, el consuelo en el sufrimiento. "Heme aquí, yo soy la servidora del Señor; que se haga en mí según tu palabra." Así habla la Santa Virgen abandonándose enteramente a la Voluntad de Dios. Si nosotros también dijéramos: "Yo soy tu servidor; que se haga tu voluntad", entonces la Palabra de Dios habitaría en nuestra alma y el mundo se llenaría del amor de Dios. Pero si bien la Palabra de Dios ha sido anunciada desde hace siglos en el universo, los hombres no la comprenden y no quieren aceptarla.
Soy viejo y me aproximo a la muerte. He escrito la verdad por amor a los hombres, para que mi corazón sufra. Si pudiera ayudar a un solo hombre a encontrar la salvación, bendeciría a Dios eternamente, pero mi alma sufre por el mundo entero; ruego y lloro por todos los hombres para que hagan penitencia y reconozcan a Dios para vivir en el amor y ser libres en Dios.
Distinguimos diversos grados de amor. El primero, es el temor de ofender a Dios. Quien mantiene su alma libre de todo mal pensamiento ha alcanzado el segundo. El tercero es el del alma que lleva sensiblemente la gracia en sí; el cuarto es el amor perfecto de Dios y aquel que lo posee tiene en el cuerpo y en el alma la gracia del Espíritu Santo. Su cuerpo es santificado y sus huesos serán incorruptibles. Aquel que vive en una tal santidad está libre de toda envidia y de toda pasión; la caridad lo envuelve completamente, y las cosas de la tierra no tocan más al alma. Y si bien este hombre vive en el mundo junto con los otros, sin embargo olvida las cosas de este mundo en su amor por Dios.
¿Qué me ha sucedido? ¿Cómo puedo recobrar lo que he perdido? ¿Quién me cantará el canto que yo amaba desde mi infancia, el cántico de la Ascensión del Señor? Escucharé este cántico con lágrimas porque mi alma está triste. ¡Laméntense conmigo, pájaros y animales salvajes; lloren conmigo, bosques y desierto! ¡Consuélenme, oh criaturas de Dios!
Una vez, un día de Pascua, salí por la puerta principal del monasterio; un niño de cuatro años aproximadamente, con cara de fiesta, vino a mi encuentro -la gracia de Dios hace felices a los niños-. Yo tenía un huevo de Pascua y se lo di. Lleno de alegría, el niño corrió junto a su abuelo para mostrarle el regalo. Y por esta cosa insignificante, recibí de Dios una inmensa alegría; experimenté el amor por toda criatura y sentí el Espíritu de Dios en mi alma. De vuelta en la casa, oré largamente con lágrimas en una profunda compasión por el mundo.
Si el Espíritu Santo habita en un alma, el hombre reconoce en sí el Reino de Dios. Dices, seguramente: ¿Por qué no tengo yo, una tal gracia? Porque quieres vivir según tu voluntad propia y no quieres abandonarte a la de Dios.
¡Feliz el pecador que se convierte a Dios y lo ama! Aquel que comienza a odiar el pecado ha alcanzado el primer grado de la escala celestial. Si los deseos de pecar no te asaltan más, entonces, has alcanzado ya el segundo grado. Pero quien en el Espíritu Santo conoce el amor perfecto de Dios, ha llegado a un punto elevado de la escala del cielo. Sin embargo esto sucede raramente.
¿No es el Señor mismo quien dice: "El Reino de Dios está en ustedes"? Es ahora que comienza la vida eterna, es ahora que arrojamos la simiente de los tormentos eternos. ¡Les ruego, hermanos míos, hagan la prueba! Si alguien los ofende, los calumnia, arrebata lo que es vuestro, e incluso si es un perseguidor de la santa Iglesia, rueguen a Dios y digan: "Señor, somos tus criaturas, ten piedad de tus servidores y conduce sus corazones a la penitencia". Entonces sentirás la gracia en tu alma. Ciertamente, al principio, debes esforzarte en amar a tus enemigos; pero el Señor viendo tu buena voluntad te ayudará en todas las cosas y la experiencia misma te indicará el camino. Quien, por el contrario, medita en las malas cosas contra sus enemigos no puede poseer el amor y, por lo tanto, no puede conocer a Dios.
No ser violento con su hermano; no juzgarlo jamás. Convencerlo con la dulzura y el amor. Orgullo y dureza quitan la paz. Ama a quien no te ama y ruega por él; así tu paz no será turbada.
Puedes decir: los enemigos persiguen a nuestra Santa Iglesia, ¿cómo puedo yo amarlos? Escúchame: tu pobre alma no ha conocido a Dios; no ha reconocido cuánto nos ama y con qué deseo espera que todos los hombres hagan penitencia y consigan la vida eterna. Dios es Amor. Él envía sobre la tierra el Espíritu Santo que enseña al alma a amar a los enemigos y a rogar por ellos para que sean salvados. Este es el verdadero amor.
Nuestra alma desea saber cómo fue tu vida con el Señor sobre la tierra, ¡oh, Madre de Dios! Pero has envuelto tu secreto en el silencio, no fue tu voluntad librar todo esto a la Escritura.
Todo en el cielo vive y se mueve en el Espíritu Santo, pero Él está presente igualmente sobre la tierra; Él está presente en nuestra Iglesia, vive en los santos Sacramentos, en la Santa Escritura, en el corazón de los fieles. Él unifica a todos y es por esto que los santos nos son tan próximos, nos escuchan si los invocamos y nuestra alma siente que ellos interceden por nosotros.
Los santos viven en otro mundo y allí ven la gloria de Dios, pero ven también, en el Espíritu, toda nuestra vida y nuestras acciones. Saben nuestros sufrimientos y escuchan nuestras fervientes oraciones. El Espíritu Santo les enseñó el amor de Dios durante su vida terrestre y aquel que posee este amor sobre la tierra entra en la Vida eterna y allí, en el cielo, el amor se engrandece y alcanza su perfección.
Y si aquí abajo el amor no puede olvidar a su hermano, cuánto más los santos se acordarán y orarán por nosotros.
El alma que ora por el mundo sabe cuanto sufre y cuales son las necesidades de los hombres. La oración purifica el espíritu de tal suerte que el espíritu ve todo de una forma más clara, como si conociera al mundo por los periódicos.
El Señor dice: "Aquel que peca es esclavo de su pecado". Se debe orar mucho para librarse de una tal servidumbre. Nosotros pensamos que la verdadera libertad consiste en amar a Dios y al prójimo con todo el corazón. La perfecta libertad es la habitación continua en Dios.
Quien es perfecto no habla de sí sino que dice solamente lo que le enseña el Espíritu.
Aquel que ama a Dios puede pensar en Él día y noche; nadie podría impedírselo. Así, nadie impidió a los apóstoles amar al Señor; vivieron en el mundo, pero el mundo no impidió de ninguna manera su amor. Ellos rogaron por el mundo y proclamaron la Palabra.
Los santos Padres ubicaron a la obediencia por encima del ayuno y de las oraciones, porque un monje desobediente podría considerarse un asceta o un orante, en cambio sólo es puro de espíritu quien remite su voluntad propia a la de sus superiores y de su Padre espiritual.
Esfuérzate por alcanzar el bien, pero comienza por medir tus fuerzas. Busca saber lo que es útil para tu alma. Algunos llegan a ello orando cada vez más, otros leyendo o escribiendo. Todo esto es necesario, pero es preferible al alma orar sin distracción, y más preciosas todavía son las lágrimas. Cada uno se entrega a la gracia que Dios le da.
Cuanto más grande es el amor, más grande es la pena del alma; cuanto más vasto es el amor, más pleno es el conocimiento; cuanto más ardiente es el amor, más ferviente es la oración; cuanto más perfecto es el amor, más santa es la vida.
Todas las almas no tienen las mismas posibilidades; unas son fuertes como el hierro y otras débiles como el humo. Las almas orgullosas son como el humo; el enemigo las lleva de aquí para allá, como el viento que sopla de un lado y de otro, porque no tienen paciencia y se dejan engañar fácilmente por el enemigo. Las almas humildes, al contrario, observan los mandamientos de Dios; edifican sobre el peñasco del mar sobre el cual rompen las olas. Se abandonan a la voluntad de Dios, y el Señor les da la gracia del Espíritu Santo.
El 14 de setiembre de 1932 hubo un fuerte temblor de tierra en el Athos. Estábamos en los Maitines de la Exaltación de la Santa Cruz. Yo me encontraba en el coro, cerca del lugar donde se escuchan las confesiones; el superior del monasterio estaba al lado mío. En la nave de las confesiones, las piedras cayeron, el gran edificio del monasterio fue sacudido, candelabros y lámparas se mecían; la plata de los muros caía, en fin la gruesa campana de la torre sonaba violentamente. Quedé totalmente sobrecogido de temor y me calmaba diciendo: Dios quiere que hagamos penitencia. Miramos a los monjes que se encontraban en la iglesia o el coro; hubo algunos que fueron tomados por sorpresa; seis aproximadamente salieron, los otros permanecieron en su puesto. La liturgia se desarrollaba regularmente tan tranquilamente como si nada hubiese ocurrido. Y pensé: ¡Qué poderosa es la gracia del Espíritu Santo en las almas de los monjes, pues son capaces de permanecer en calma durante un temblor de tierra tan violento!
El alma es arrebatada por el amor de Dios; permanece en el silencio y no quiere hablar; mira el mundo como ausente y sin deseo. Los hombres no saben que ella ve al Señor amado; ha dejado y olvidado el mundo, no encontrando más ninguna dulzura en él. Así, colmada de amor está el alma que ha gustado de la dulzura del Espíritu Santo. ¡Oh Señor, danos ese amor a todos nosotros! Dáselo al mundo entero.
Espíritu Santo, desciende en nuestras almas para que glorifiquemos al Creador a viva voz, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo!
¡Amén! ¡Amén! ¡Aleluya!
Silvano.
Pues sí, ¡Amén! ¡Aleluya!
Luis Fernando Pérez Bustamante
4 comentarios
¿Cónocemos al Creador? ¿Conocemos lo que nos enseña Cristo en su Evangelio? podríamos hacernos preguntas hacia donde vamos. Porque no suceda que pensando que vamos arriba, con nuestras malas obras nos encontremos abajo repentinamente. Y nadie nos sacará ni consolará en el infierno.
Ahora es tiempo de meditar, vivir de la Eucaristía, ¿Cómo podemos decir que amamos a Dios y no vivimos con el mismo sentir de la Iglesia Católica?
Verdaderamente tiene razón esta santo monje: preciso que se lea más atentamente esta edificante reflexión y la comparemos con nuestra forma de ser, en qué fallamos, y corregir esos fallos... Porque el Espíritu de Dios no le ha faltado a este bendito monje que seguro que goza de la presencia de Dios para toda la eternidad.
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