Terrorismo etarra, obispos y diálogos
El año 2002 fue quizás el año de más tensión entre el gobierno de Aznar, apoyado en esta tesitura por el PSOE, y los obispos españoles. La razón fue la negativa de los mismos a "obedecer" al por entonces presidente del gobierno, que les pedía que firmaran el Pacto por las libertades y contra el terrorismo. Sí, ese pacto que después de las últimas elecciones los socialistas convirtieron en agua de borrajas, aunque parece ser que ya lo habían traicionado antes dados los contactos entre socialistas vascos y el entorno etarra.
Aznar y sus muchachos, los mismos que aprobaron la píldora abortiva para España, pedían entonces a Rouco la excomunión de los etarras, así como una posicionamiento oficial de la Iglesia contra el terrorismo, que fuera supuestamente más contundente que lo hasta entonces expresado por la misma.
En esas estábamos cuando, ante la aprobación de la Ley de partidos que supondría la ilegalización de Batasuna, a los obispos vascos, Blázquez incluído, no se les ocurrió otra cosa que sacar una pastoral criticando dicha ley y advirtiendo de las desastrosas consecuencias que la misma podía traer a Euskadi.
Aquello provocó que Aznar enviara a Roma a todo su arsenal diplomático para pedir el cese de los obispos vascos o al menos una desautorización formal. Ibarra, tan comedido como siempre, llegó a pedir incluso la actuación de la Fiscalía contra los prelados.Respecto a la pastorial, aparte de señalar el hecho de que no se menciona el nombre de Cristo en todo el texto, basta reproducir uno de sus párragos para que nos hagamos una idea de hasta qué punto el virus batasuno-etarra afecta a la Iglesia vasca. Hablando de los futuribles efectos de la ley, escribieron:
"Pero nos preocupan como pastores algunas consecuencias sombrías que prevemos como sólidamente probables y que, sean cuales fueren las relaciones existentes entre Batasuna y ETA, deberían ser evitadas."
En otras palabras, fueran cuales fueren las relaciones existentes entre Batasuna y Eta, a Batasuna no se le podía ilegalizar. Y se quedaron tan anchos, los señores. Vamos, cómo no sería la cosa que hasta el pío y nunca bien ponderado por su catolicismo versión "nacionalista catalana", don Antonio Durán i Lleida, osó criticar esa frase de los pastores vascos.
Pero, ¿quieren saber por qué les preocupaba de verdad a los obispos la posible ilegalización de Batasuna, aunque se demostrara que la misma era lo que es, un instrumento más de Eta? Pues según estos obispos metidos a profetas, por lo siguiente:
"La convivencia, ya gravemente alterada ¿no sufriría acaso un deterioro mayor en nuestros pueblos y ciudades? Probablemente la división y la confrontación cívica se agudizarían.
No vemos cómo un clima social así pueda afectar favorablemente a la seguridad de los más débiles: los amenazados. Más bien nos tememos que tal seguridad se vuelva, lamentablemente, más precaria. No somos, ni mucho menos, los únicos que albergamos esta reserva cautelosa."
Cómo no habrán de caérsenos las lágrimas de emoción, al constatar la "preocupación" de esos prelados por el posible deterioro de la seguridad personal de los amenazados por Eta. Sobre todo cuando estos amenazados estaban la mar de contentos ante el panorama que se oteaba en el horizonte con dicha ley. A los amenazados la ley les daba esperanza por el futuro, mientras que los obispos vascos, preocupadísimos siempre por el bienestar de las víctimas como todos sabemos, les tenía en un sin vivir la seguridad de aquellos.
Si como obispos valían lo que valían, como profetas demostraron ser una auténtica nulidad. Profetizaron más división y confrontación cívica, y resulta que la ley demostró ser el mejor instrumento para ahogar a los cachorros etarras y su kale borroka. Jamás una ley ha demostrado ser tan eficaz contra Eta como aquella. Jamás unos obispos metieron conjuntamente tanto la pata, como los vascos con aquella nefasta pastoral. Y lo hicieron sin mediar palabra alguna con el resto de sus colegas de la Conferencia episcopal. Se ve que a la mayoría de dichos colegas aquello les importó poco, pues no tuvieron el menor reparo de elegir, ni más ni menos que como presidente de la Conferencia Episcopal, a uno de los firmantes de dicha pastoral.
Tras el terremoto de indignación contra los obispos vascos (sólo salió a apoyarles ese señor que tienen en Sigüenza como Obispo), alguien en Añastro debió pensar que era hora de preparar un documento sobre la cuestión terrorista. Y en noviembre del 2002, durante la LXXIX Asamblea Plenaria de la CEE, se aprobó la Instrucción pastoral "Valoración moral del terrorismo en España, de sus causas y de sus consecuencias". Como casi todos los documentos que salen de la Conferencia episcopal, aquella Instrucción estaba muy bien redactada y todavía hoy es recomendable leerla. Dado que la misma fue aprobada por 63 de los 76 obispos con derecho a voto, mientras que 8 votaron en contra y 5 en blanco, cabe hacerse la pregunta de si el actual presidente de la Conferencia Episcopal española estaba entre los que votaron en contra o en blanco.
De la Instrucción quiero destacar acá un párrafo que hace referencia al diálogo para acabar con el terrorismo:
"Al hablar del diálogo no nos referimos a ETA, que no puede ser considerada como interlocutor político de un Estado legítimo, ni representa políticamente a nadie, sino al necesario diálogo y colaboración entre las diferentes instituciones sociales y políticas para eliminar la presencia del terrorismo, garantizar firmemente los legítimos derechos de los ciudadanos y perfeccionar, en lo que sea necesario, las formas de organizar la convivencia en libertad y justicia."
Aun más contundentes han sido los obispos españoles en su reciente Instrucción pastoral "Orientaciones morales ante la situación actual de España". La misma fue aprobada también con votos en contra, entre los cuales es de suponer que esta vez no habrá estado el de Monseñor Blázquez. En esta Instrucción leemos:
"Una sociedad que quiera ser libre y justa no puede reconocer explícita ni implícitamente a una organización terrorista como representante político legítimo de ningún sector de la población, ni puede tenerla como interlocutor político. Los eventuales contactos de la autoridad pública con los terroristas han de excluir todos los asuntos referentes a la organización política de la sociedad y ceñirse a establecer las condiciones conducentes a la desaparición de la organización terrorista, en nuestro caso, de ETA. La exigencia primordial para la normalización de la sociedad y la reconciliación entre los ciudadanos es el cese absoluto de toda violencia y la renuncia neta de los terroristas a imponer sus proyectos mediante la violencia. La justicia, que es el fundamento indispensable de la convivencia, quedaría herida si los terroristas lograran total o parcialmente sus objetivos por medio de concesiones políticas que legitimaran falsamente el ejercicio del terror. Una sociedad madura, y más si está animada por un espíritu cristiano, podría adoptar, en algunos casos, alguna medida de indulgencia que facilitara el fin de la violencia. Pero nada de esto se puede ni se debe hacer sin que los terroristas renuncien definitivamente a utilizar la violencia y el terror como instrumento de presión."
Puro sentido común es lo que encontramos en ese párrafo, ¿verdad? Conformidad con el evangelio y la doctrina católica, ¿no es cierto? No se puede dialogar con los violentos y los que les apoyan mientras no haya una renuncia definitiva, no permanente o temporal, a la violencia. Y entonces sólo cabría hablar con los terroristas de posibles medidas de gracia. Pues, querido lector, compare esas palabras con las que escribió el Obispo de San Sebastián nada más producirse el atentado con víctimas mortales de Barajas:
"Queremos pensar que este zarpazo no cerrará del todo el ya laborioso camino hacia la paz. El retorno a la incomunicación y a la violencia sería una regresión humana y moral intolerable. Para lograr la paz y la reconciliación no hay otro camino que el entendimiento."
Monseñor Uriarte SABE MUY BIEN que Eta jamás aceptará un diálogo en el que no se hable de política. Por tanto, cuando pide que se sigan manteniendo lazos de comunicación con Eta, se está pasando por el forro las recomendaciones de la inmensa mayoría de los obispos españoles. Cuando Monseñor Uriarte habla de que hay que seguir dialogando con Eta y/o su entorno, él ya sabe que sus profecías sobre los desastres de la ley de partidos resultaron ser falsas. Él ya sabe que Eta no estuvo nunca tan derrotada como con la aplicación de esa ley. Él ya sabe que Eta y su entorno resucitaron cuando un irresponsable presidente de gobierno y su partido decidieron "dialogar" con los etarras, aceptando el regreso de la izquierda abertzale al parlamento vasco, promoviendo mesas políticas extra-parlamentarias. Él ya sabe que la kale borroka ha renacido de sus cenizas. Él ya sabe que dialogar con Eta y su entorno es darles alas para que vuelvan a matar y a secuestrar a toda una nación. Por tanto, y a pesar de todas las condenas que quiera contarnos, cuando Monseñor Uriarte pide que se siga dialogando con Eta, está actuando al servicio de los intereses de la banda armada, está traicionando a sus compañeros de episcopado (que hasta ahora callan) y está produciendo un gravísimo daño a la Iglesia Católica en este país.
Menos mal que parece ser que esta vez está solo, pues ni Asurmendi ni Blázquez han osado decir semejante barbaridad. De hecho, Monseñor Blázquez ha estado muy correcto, dentro de su habitual tono moderado, a la hora de hablar de lo ocurrido y de lo que hay que hacer en el futuro.
En definitiva, dado que nos vamos a enfrentar a una etapa muy dura en este país, con un posible recrudecimiento de las acciones de la banda armada, sería deseable que de una vez por todas, el episcopado español señalara con el dedo a quien no sólo va por libre, siguiendo las pautas del partido político que lleva gobernando Euskadi desde hace décadas, sino que propone acciones que han demostrado ser beneficiosas para la serpiente asesina. ¿Lo harán?…. Lo dudo.
Luis Fernando Pérez Bustamante
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