Sin profesión de fe, el cristianismo se desmorona
El 1 de mayo de 1998 se publicó una carta apostólica de Juan Pablo II en forma de motu proprio. Era la Ad Tuendam Fidem: Para defender la fe. Casi dos meses después, el cardenal Ratzinger explicó el qué y el porqué de aquel motu proprio papal. Es un texto bastante técnico pero enormemente clarificador sobre, y quede claro que simplifico, cuál ha de ser el grado de aceptación de las diversas doctrinas y dogmas católicos y cuál la condición de los que los rechazan.
He quitado las notas porque si no se haría mucho más largo de lo que ya es.
SIN PROFESION DE FE EL CRISTIANISMO SE DESMORONA
Card. Ratzinger explica la carta apostólica del papa «Para defender la fe»
Desde sus inicios la Iglesia ha profesado la fe en el Señor crucificado y resucitado, recogiendo en algunas fórmulas los contenidos fundamentales de su credo.
El evento central de la muerte y resurrección del Señor Jesús, expresado primero con fórmulas simples y después con otras más completas, ha permitido dar vida a la proclamación ininterrumpida de la fe, por medio de la cual la Iglesia ha transmitido tanto lo que había recibido "por la palabra, por la convivencia y por las obras de Cristo", como lo que "había aprendido por la inspiración del Espíritu Santo".
El Nuevo Testamento es testimonio privilegiado de la primera profesión de fe proclamada por los discípulos inmediatamente después de los acontecimientos de la Pascua: "Porque lo primero que yo os transmití, tal como la había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce".
En el curso de los siglos, de este núcleo inmutable que da testimonio que Jesús es el Hijo de Dios y el Señor, se han desarrollado otros símbolos que atestiguan la unidad de la fe y la comunión de las Iglesias. En esos símbolos se recogen las verdades fundamentales que cada creyente debe conocer y profesar. Es por eso que antes de recibir el Bautismo, el catecúmeno debe emitir su profesión de fe. También los Padres reunidos en los concilios, para satisfacer las diversas exigencias históricas que requerían una presentación más completa de la verdad de fe o para defender la ortodoxia de esta misma fe, han formulado nuevos símbolos que ocupan, hasta nuestros días, un "lugar muy particular en la vida de la Iglesia".
La diversidad de estos símbolos expresa la riqueza de la única fe y ninguno de ellos puede ni ser superado ni anulado por la formulación de una profesión de fe sucesiva que corresponda a situaciones históricas nuevas. La promesa de Cristo de enviar el Espíritu Santo, el cual "guiaría hasta la verdad plena", sostiene a la Iglesia permanentemente en su camino. Es por eso que en el curso de su historia algunas verdades han sido definidas con la asistencia del Espíritu Santo y como etapas visibles del cumplimiento de la promesa inicial del Señor. Otras verdades deben ser más profundizadas, antes de lo que Dios, en su misterio de amor, ha deseado revelar al hombre para su salvación.
También recientemente la Iglesia, en su solicitud pastoral, ha estimado oportuno expresar en manera más explícita la fe de siempre. A algunos fieles llamados a sumir en la comunidad oficios particulares en nombre de la Iglesia, se les ha impuesto la obligación de emitir públicamente la profesión de fe según la fórmula aprobada por la Sede Apostólica.
Esta nueva fórmula de la «Professio fidei», la cual propone una vez más el símbolo niceoconstantinopolitano, se concluye con la adición de tres proposiciones o apartados, que tienen como finalidad distinguir mejor el orden de las verdades que abraza el creyente. Estos apartados ameritan ser explicados coherentemente, para que el significado ordinario que les ha dado el Magisterio de la Iglesia sea bien entiendo, recibido e íntegramente conservado. En la acepción actual del término «Iglesia» han llegado a condensarse contenidos diversos que, no obstante su verdad y coherencia, necesitan ser precisados en el momento de hacer referencia a las funciones específicas y propias de los sujetos que operan en la Iglesia. En este sentido, queda claro que sobre las cuestiones de fe o de moral el sujeto único hábil para desenvolver el oficio de enseñar con autoridad vinculante para los fieles es el Sumo Pontífice y el Colegio de los Obispos en comunión con el Papa.
Los Obispos, en efecto, son "maestros auténticos" de la fe, "es decir, herederos de la autoridad de Cristo", ya que por divina institución son sucesores de los Apóstoles "en el magisterio y en el gobierno pastoral": ellos ejercitan, junto con el Romano Pontífice, la suprema autoridad y la plena potestad sobre toda la Iglesia, si bien esta potestad no pueda ser ejercitada sin el acuerdo con el Romano Pontífice.
Con la fórmula del primer apartado: "Creo, también, con fe firme, todo aquello que se contiene en la Palabra de Dios escrita o transmitida por la Tradición, y que la Iglesia propone para ser creído, como divinamente revelado, mediante un juicio solemne o mediante el Magisterio ordinario y universal", se quiere afirmar que el objeto enseñado está constituido por todas aquellas doctrinas de fe divina y católica que la Iglesia propone como formalmente reveladas y, como tales, irreformables.
Esas doctrinas están contenidas en la Palabra de Dios escrita o transmitida y son definidas como verdades divinamente reveladas por medio de un juicio solemne del Romano Pontífice cuando éste habla «ex cathedra», o por el Colegio de los Obispos reunido en concilio, o bien son propuestas infaliblemente por el Magisterio ordinario y universal. Estas doctrinas requieren el asenso de fe teologal de parte de todos los fieles. Por esta razón, quién obstinadamente las pusiera un duda o las negara, caería en herejía, como lo indican los respectivos cánones de los Códigos canónicos.
La segunda proposición de la «Professio fidei» afirma: "Acepto y retengo firmemente, asimismo, todas y cada una de las cosas sobre la doctrina de la fe y las costumbre, propuestas por la Iglesia de modo definitivo". El objeto de esta fórmula comprende todas aquellas doctrinas que conciernen al campo dogmático o moral que son necesarias para custodiar y exponer fielmente el depósito de la fe, aunque no hayan sido propuestas por el Magisterio de la Iglesia como formalmente reveladas.
Estas doctrinas pueden ser definidas formalmente por el Romano Pontífice cuando habla «ex cathedra» o por el Colegio de los Obispos reunido en concilio, o también pueden ser enseñadas infaliblemente por el Magisterio ordinario y universal de la Iglesia como una "sententia definitive tenenda".
Todo creyente, por lo tanto, debe dar su asentimiento firme y definitivo a estas verdades, fundado sobre la fe en la asistencia del Espíritu Santo al Magisterio de la Iglesia, y sobre la doctrina católica de la Infalibilidad del Magisterio en estas materias. Quién las negara, asumiría la posición de rechazo de la verdad de la doctrina católica y por lo tanto no estaría en plena comunión con la Iglesia católica.
Las verdades relativas a este segundo apartado pueden ser de naturaleza diversa y revisten, por lo tanto, un carácter diferente debido al modo en el cual se relacionan con la revelación. Existen, en efecto, verdades que están necesariamente conectadas con la revelación en base a una relación histórica; mientras que otras verdades evidencian una conexión lógica, la cual expresa una etapa en la maduración del conocimiento de la misma revelación, que la Iglesia está llamada a recorrer.
El hecho de que estas doctrinas no sean propuestas como formalmente reveladas, en cuanto agregan al dato de fe elementos no revelados o no reconocidos todavía expresamente como tales, en nada afectan su carácter definitivo, el cual debe sostenerse como necesario, al menos por su vinculación intrínseca con la verdad revelada. Además, no se puede excluir que en un cierto momento del desarrollo dogmático, la inteligencia tanto de la realidad como de las palabras del depósito de la fe, pueda progresar en la vida de la Iglesia y el Magisterio llegue a proclamar algunas de estas doctrinas también como dogmas de fe divina y católica.
En lo que se refiere a la naturaleza del asentimiento debido a las verdades propuestas por la Iglesia como divinamente reveladas (primer apartado) o de retenerse en modo definitivo (segundo apartado), es importante subrayar que no hay diferencia en lo que se refiere al carácter pleno e irrevocable del asentimiento debido a ellas respectivamente. La diferencia se refiere a la virtud sobrenatural de la fe: en el caso de las verdades del primer apartado el asentimiento se funda directamente sobre la fe en la autoridad de la Palabra de Dios (doctrinas «de fide credenda»); en el caso de las verdades del segundo apartado, el asentimiento se funda sobre la fe en la asistencia del Espíritu Santo al Magisterio y sobre la doctrina católica de la infalibilidad del Magisterio (doctrinas de fide tenenda).
De todos modos, el Magisterio de la Iglesia enseña una doctrina que ha de ser creída como divinamente revelada (primer apartado) o que ha de ser sostenida como definitiva (segundo apartado), por medio de un acto definitorio o no definitorio. En el caso de que lo haga a través de un acto definitorio, se define solemnemente una verdad por medio de un pronunciamiento «ex cathedra» por parte del Romano Pontífice o por medio de la intervención de un concilio ecuménico.
En el caso de un acto no definitorio, se enseña infaliblemente una doctrina por medio del Magisterio ordinario y universal de los Obispos esparcidos por el mundo en comunión con el Sucesor de Pedro. Tal doctrina puede ser confirmada o reafirmada por el Romano Pontífice, aun sin recurrir a una definición solemne, declarando explícitamente que la misma pertenece a la enseñanza del Magisterio ordinario y universal como verdad divinamente revelada (primer apartado) o como verdad de la doctrina católica (segundo apartado).
En consecuencia, cuando sobre una doctrina no existe un juicio en la forma solemne de una definición, pero pertenece al patrimonio del depositum fidei y es enseñada por el Magisterio ordinario y universal incluye necesariamente el del Papa -, esa debe ser entendida como propuesta infaliblemente. La confirmación o la reafirmación por parte del Romano Pontífice, en este caso, no se trata de un nuevo acto de dogmatización, sino del testimonio formal sobre una verdad ya poseída e infaliblemente transmitida por la Iglesia.
La tercera proposición de la Professio fidei afirma: "Me adhiero, además, con religioso obsequio de voluntad y entendimiento, a las doctrinas enunciadas por el Romano Pontífice o por el Colegio de los Obispos cuando ejercen el Magisterio auténtico, aunque no tengan la intención de proclamarlas con un acto definitivo". A este apartado pertenecen todas aquellas enseñanzas - en materia de fe y moral - presentadas como verdaderas o al menos como seguras, aunque no hallan sido definidas por medio de un juicio solemne ni propuestas como definitivas por el Magisterio ordinario y universal. Estas enseñanzas son expresión auténtica del Magisterio ordinario del Romano Pontífice o del Colegio Episcopal y demandan, por lo tanto, el religioso asentimiento de voluntad y entendimiento.
Estas ayudan a alcanzar una inteligencia más profunda de la revelación, o sirven ya sea para mostrar la conformidad de una enseñanza con las verdades de fe, ya sea para poner en guardia contra concesiones incompatibles con estas mismas verdades o contra opiniones peligrosas que pueden llevar al error. La proposición contraria a tales doctrinas puede ser calificada respectivamente como errónea o, en el caso de las enseñanzas de orden prudencial, como temeraria o peligrosa y por lo tanto «tuto doceri non potest».
Ejemplificaciones: Sin ninguna intención de ser exhaustivos, pueden ser recordados, con finalidad meramente indicativa, algunos ejemplos de doctrinas relativas a los tres apartados arriba expuestos. A las verdades correspondientes al primer apartado pertenecen los artículos de la fe del Credo, y los diversos dogmas cristológicos y marianos; la doctrina de la institución de los sacramentos por parte de Cristo y su eficacia en lo que respecta a la gracia; la doctrina de la presencia real y substancial de Cristo en la eucaristía y la naturaleza sacrificial de la celebración eucarística; la fundación de la Iglesia por voluntad de Cristo; la doctrina sobre el primado y la infalibilidad del Romano Pontífice; la doctrina sobre la existencia del pecado original; la doctrina sobre la inmortalidad de alma y sobre la retribución inmediata después de la muerte; la inerrancia de los textos sagrados inspirados; la doctrina acerca de la grave inmoralidad de la muerte directa y voluntaria de un ser humano inocente. En lo que concierne a las verdades del segundo apartado, en referencia a aquellas conectadas con la Revelación por necesidad lógica, se puede considerar, por ejemplo, el desarrollo del conocimiento de la doctrina sobre la definición de la infalibilidad del Romano Pontífice, antes de la definición dogmática del Concilio Vaticano I.
El primado del Sucesor de Pedro ha sido siempre creído como un dato revelado, si bien hasta el Vaticano I hubiese quedado abierta la discusión sobre si la elaboración conceptual subentendida a los términos "jurisdicción" e "infalibilidad" debían considerarse como parte intrínseca de la revelación o solamente consecuencia racional. Aunque si su carácter de verdad divinamente revelada fue definido en el Concilio Vaticano I, la doctrina sobre la infalibilidad y sobre el primado de jurisdicción del Romano Pontífice era reconocida como definitiva ya en la fase precedente al concilio.
La historia muestra con claridad que cuanto fue asumido por la conciencia de la Iglesia, había sido considerado desde los inicios como una doctrina verdadera y, sucesivamente, sostenida como definitiva, si bien sólo en el paso final de la definición del Vaticano I fuera recibida como verdad divinamente revelada. En lo que concierne a la reciente enseñanza de la doctrina sobre la ordenación sacerdotal reservada sólo a los hombres, se debe observar un proceso similar. La intención del Sumo Pontífice, sin querer arribar a una definición dogmática, ha sido la de reafirmar que tal doctrina debe ser tenida como definitiva, pues fundada sobre la Palabra de Dios escrita, constantemente conservada y aplicada en la Tradición de la Iglesia, ha sido propuesta infaliblemente por el Magisterio ordinario y universal.
Nada impide que, como lo demuestra el ejemplo precedente, en el futuro la conciencia de la Iglesia pueda progresar hasta llegar a definir tal doctrina de forma que deba ser creída como divinamente revelada. Se puede también llamar la atención sobre la doctrina de la ilicitud de la eutanasia, enseñada en la Encíclica «Evangelium Viate». Confirmando que la eutanasia es "una grave violación de la ley de Dios", el Papa declara que "tal doctrina está fundada sobre la ley natural y sobre la Palabra de Dios escrita, que ha sido transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal".
Podría dar la impresión que en la doctrina sobre la eutanasia halla un elemento puramente racional, ya que la Escritura parece no conocer el concepto. Sin embargo, emerge en este caso la mutua relación entre el orden de la fe y el orden de la razón: la Escritura, en efecto, excluye con claridad toda forma de autodisposición sobre la existencia humana, lo cual es parte de la praxis y de la teoría de la eutanasia. Otros ejemplos de doctrinas morales enseñadas como definitivas por el Magisterio ordinario y universal de la Iglesia son: la ilicitud de la prostitución y la fornicación.
En referencia a las verdades conectadas con la revelación por necesidad histórica, que deben ser tenidas en modo definitivo, pero que no pueden ser declaradas como divinamente reveladas, se pueden indicar, por ejemplo, la legitimidad de la elección del Sumo Pontífice o de la celebración de un concilio ecuménico, la canonización de los santos (hechos dogmáticos); la declaración de León XIII en la Carta Apostólica «Apostolicae Curae» sobre la invalidez de las ordenaciones anglicanas, etc. Como ejemplos de doctrinas pertenecientes al tercer apartado se pueden indicar en general las enseñanzas propuestas por el Magisterio auténtico y ordinario en modo no definitivo, que requieren un grado de adhesión diferenciado, según la mente y la voluntad manifestada, la cual se hace patente especialmente por la naturaleza de los documentos, o por la frecuente proposición de la misma doctrina, o por en tenor de las expresiones verbales.
Con los diversos símbolos de fe, el creyente reconoce y atestigua que profesa la fe de toda la Iglesia. Es por ese motivo que, sobre todo, en los símbolos más antiguos, se expresa esta conciencia eclesial con la fórmula "Creemos". Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica "«Creo» es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente, sobre todo en el momento de bautismo. «Creemos» es la fe de la Iglesia confesada por los Obispos reunidos en concilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica de los creyentes. «Creo»: es también la Iglesia, nuestra Madre, que responde a Dios con su misma fe y que nos enseña a decir: «Creo», «Creemos»".
En cada profesión de fe, la Iglesia verifica las diferentes etapas que ha recorrido en su camino hacia el encuentro definitivo con el Señor. Ningún contenido ha sido superado con el pasar del tiempo; en cambio, todo se convierte en patrimonio insustituible por medio del cual la fe de siempre, vivida por todos en todas partes, contempla la acción perenne del Espíritu de Cristo Resucitado que acompaña y vivifica su Iglesia hasta conducirla a la plenitud de la verdad.
Dado en Roma, en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 29 de Junio de 1998, Solemnidad de San Pedro y San Pablo, Apóstoles.
+ Joseph Card. Ratzinger PREFECTO
+ Tarcisio Bertone SDB Arzobispo Emérito de Vercelli SECRETARIO.
40 comentarios
"Pinta" como ilustración de que necesitamos menos declaraciones dogmáticas y más caridad.
Yo no voy a releer el artículo tuyo hasta que haya tenido tiempo de hacer oración, porque cada vez que empiezan con los dogmas temo que me acaben quitando la fe en la Iglesia Católica. Ahora me apetece leer el evangelio de Juan: "Pedro, ¿me amas más que estos? apacienta mis ovejas." Seguramente tenemos la culpa los católicos por no rezar más por el Papa para que el Espíritu le ilumine. Después tenemos muchas normas, muchos dogmas y bastante poco Evangelio. Y acaba una diciendo: "Y sin embargo se mueve" Galileo dixit.
En fin, ya veremos. Ahora tengo que resolver algunos asuntos más urgentes.
Yo no temo a los dogmas. Temo al error.
Sofía: toda la doctrina del romano pontífice, por muy técnica que suene, está basada en el Evangelio y el Magisterio de la Iglesia, y no es capricho de Juan Pablo II, sino fruto de cientos de generaciones de cristianos, papas, obispos y seglares, muchos de ellos perseguidos por su fe. Lo de "menos doctrina y más evangelio" es una frase hueca: Jesucristo afrimó que venía a completar la Ley y a darle su significado, y modificó y añadió muchos mandatos. Por otra parte, a un texto doctrinal contraponerle anécdotas, falsas o reales, en las que se pinta una imagen negativa del que ha elaborado ese texto es una forma de descalificarle intelectualmente y eludir la discusión de fondo, y supone, en realidad, una confesión de parte de incapacidad de re...
Indica maldad y rencor.
Si Luis Fernando, o tu, adujérais un argumento A o B sobre doctrina de la Iglesia, y yo contestara con una anécdota vuestra en la que se os ve negándole limosna a un mendigo o echando a un perro de vuestra casa, aunque lo hiciérais por motivos perfectamente lícitos, yo no estaría "ilustrando una tesis", sino atacandoos de mala fe.
Un saludo en Cristo.
El movimiento se demuestra ANDANDO y no argumentando.
Así, la fe se demuestra con OBRAS, y si éstas son malas, qué FE me puede comunicar.
Y una promesa: no comentar nada más en este blog. Seguro que me lo agredeceréis.
yo te echaré mucho de menos, aunque te comprendo, porque este tipo de descalificaciones no hay por donde cogerlas. Se debería respetar a los que comentan y más cuando se hace de una forma tan educada como lo haces tú. No has dicho ninguna mentira. Simplemente crees que habría que dar primacía a la caridad sobre las definiciones. Se te puede discutir, se pueden justificar los motivos de JPII, pero no alegar que tienes mala fe.
La verdad nos hará libres. Yo le temo más a los dogmas que al error del que se equivoca de buena fe, buscando la verdad, siepre que no lo convierta en dogma, porque podrá revisarlo y encontrar finalmente la verdad, o acercarse más.
Las sectas están llenas de dogmas: ¿Queremos que la Iglesia Católica parezca una secta? Todas las religiones tienen dogmas, pero es de esperar que sean los menos posibles y lo más razonables posibles. También para un musulmán es dogma que el Corán se lo dictó Gabriel a Mahoma y contiene exactamente la voluntad de Dios, que además la dio a la humanidad en lengua árabe, la única lengua "divina." También los testigos de Jehová hacen un dogma de toda la Biblia, tal y como ellos la entienden, y prefieren morirse antes que hacerse una transfusión. Jesucristo no se dedicó a dar dogmas.
Sobre todo, los dogmas deberían servir para terminar con las discusiones que dividen, hay otras discusiones que unen y se llaman diálogo e intercambio ...
De todas maneras, si la gente se dedicaba a discutir este tipo de cosas a lo bestia, hasta me parece bien que se dé dogmáticamente cualquier respuesta, con tal de cerrar la discusión. Ahora, lo que veo absurdo es que se pretenda que una persona no es católica si no lo cree: Si no lo discute, si espera que puedan reinterpretarlo de alguna forma razonable, si simplemente pasa del tema... me parece que se es católico por otras muchas cosas y no por ese dogma q...
Lo que no tiene sentido es mantener el debate abierto cuando la Iglesia ha decidido cerrarlo, porque de lo contrario no tendríamos un credo sino un conjunto de creencias sujetas a debate eterno.
Tras veinte siglos de cristianismo todavía queda terreno teológico suficiente sobre el que opinar. Pero cuando el magisterio dice "esto está cerrado", eso está cerrado. O en palabras de San Agustín "Roma locuta, causa finita"
Respecto a la buena fe de los que se equivocan, yo se la supongo a casi todos. Por ejemplo, no creo que Arrio tuviera mala intención cuando negó que Cristo fuera Dios. Simplemente no creía que lo fuera. Y como él, todos.
No es igual dudar provisionalmente o no entender del todo, que negar pertinazmente aquello que ha sido propuesto por la Iglesia para ser creído.
A los que dudan, como dice Judas 22, hay que convencerlos. A los que niegan insistentemente, hay que admonestarlos primero y constatar públicamente su separación después.
Lo siento, pero la gente que habla mal de terceros ausentes (no digamos difuntos) y luego se escandaliza con tanta facilidad cuando se le dirigen a él en términos poco elogiosos... no me resulta de fiar. La Justicia es para todos, no sólo para uno.
Yo tengo una amiga que, precisamente se fue de la Iglesia por el dogma de la Inmaculada Concepción. Me dijo que le habían dicho que era protestante y que si no creía en ese dogma no podía ser católica. Yo no tengo ningún problema con el dogma de la Inmaculada, si bien es verdad que, a lo mejor, yo entiendo todas esas cosas un poco a mi manera. Pero nunca me iría porque la Iglesia tenga dogmas que no acepto. Lo que pasa es que me diréis que si no creo en la virginidad perpetua de María, soy protestante. Y eso es de lo que protesto, de que haya que creer un montón de cosas que no hacen ninguna falta para no ser protestante.
Así no hace falta que niegues ese dogma de fe.
Y entiéndase que los que creemos en todos los dogmas de fe católicos no nos oponemos a razonar. No dejamos nuestros cerebros a un lado. De lo contrario no habría lugar para la apologética. Y parece obvio que sí hay lugar.
¡Con lo sencillo que es el Evangelio! Son ganas de complicarlo todo. Yo creo que si no me convence, simplemente diré que no me convence y me desinteresaré del tema, y no sentiré que me falte nada importante que me impida ser católica. Ni me comeré el coco por eso. No merece la pena que te preocupes.
Finalmente la pregunta que uno debe de hacerse es:
¿debo creer lo que la Iglesia me proponer para creer o sólo aquello que me convence?
Buenas noches.
He aquí el problema de Sofía: en la Iglesia Católica no rige el principio protestante "Sola Scriptura". En la Iglesia, la Tradición también es fuente de la Revelación. Hay dogmas, como el de la Inmaculada Concepción, o el de la Asunción, que no están en la Escritura, pero sí en la Tradición constante de la Iglesia. Por ejemplo, la fiesta litúrgica de la Asunción de la Virgen es de las más antiguas de la Iglesia; está constatada ya en el siglo V: "lex orandi, lex credendi". Y, claro, la Iglesia, que está asistida por el Espíritu Santo, no puede equivocarse en aquello que ha venido creyendo de forma constante desde los primeros siglos.
La Iglesia no surge de los evangelios, sino que los evangelios surgen de la Iglesia. Por eso es absurdo pretender interpretarlos y entenderlos al margen de la predicación y la fe viva de la Iglesia, transmitida, cus...
Estoy de acuerdo contigo en que los Evangelios proceden de la Iglesia. Pero lo fundamental es que proceden de lo que hizo y dijo Jesucristo, aunque lo conservaran y lo redactaran las comunidades de creyentes que todas juntas, en comunión por su fe en Jesucristo, forman la Iglesia del siglo I.
La Iglesia dice que Jesucristo es la revelación definitiva del Padre. Lo que se agregue después sólo puede ser explicación del Evangelio de Jesucristo. No tengo nada que objetar a los dogmas de la Inmaculada y de la Asunción, pero en la Iglesia ortodoxa lo creen sin necesidad de declararlo dogma. Y me parece más adecuado. También creo que se puede ser cristiano sin necesidad de creer en esos dogmas, aunque sea conveniente intentar comprenderlos y aceptarlos. Pero no imprescindible. Si alguien no los cree, pero no se dedica a falsear la doctrina de la Iglesia ni a discutir, no veo que haya ningún motivo para decirle que no es católico.
En cuanto a Jesucristo, volvemos a lo de siempre. A Jesucristo lo conocemos por la Iglesia, y, por tanto, es la Iglesia la única que puede interpretar qué está en la Fe que predicó Cristo y qué no. No todo lo que predicó Cristo y creían los primeros cristianos se puso por escrito en el Nuevo Testamento.
Yo no he dicho que los ortodoxos cuestionen la Inmaculada Concepción o la Asunción, sino todo lo contrario: que lo creen sin necesidad de ningún dogma. Si a no hacer declaraciones dogmáticas se le llama estar fosilizado en el siglo once, sólo puedo decir: ¡viva la fosilización!
En cuanto a Jesucristo y el Evangelio, supongo que tenemos todo lo que importaba que se recordara de su doctrina. No hay nada que interpretar, está muy clarito todo. La Iglesia no dice nada sobre Jesucristo que no esté ya en el Evangelio. Y además insiste en que Jesucristo es la revelación definitiva del Padre y no habrá ninguna otra revelación después de Él.
Un saludo cordial y buenas noches.
En cuanto a las interpretaciones del Evangelio, fíjate si son posibles tantas que han surgido cientos de confesiones protestantes distintas, cada una con su propia interpretación.
Yo veo el dogma como lo que es: verdad revelada por Dios y conocida y promulgada por la Iglesia.
Y considero que la verdad SIEMPRE nos hace libres.
No podemos acercanos a los dogmas con la idea de "tengo que creer esto o me condeno" sino con la idea de "qué bien que puedo conocer y creer esto".
Y debo decir que me alucina la ignorancia supina del contenido de ese dogma que revelan algunas participaciones, sobre todo Sofía. Seguramente consecuencia de esa religión "a la carta" que parece practicar. Pero como mínimo, Sofía, para aceptar o no algo hay que conocerlo. Y ni tu ni tu amiga me parece que sabéis nada de ese dogma. El de la Inmaculada Concepción no tiene absolutamente nada que ver con la virginidad de María: lo que el dogma proclama es que la Virgen fue concebida (en el vientre de su madre) sin pecado original. No se refiere, por tanto, a la concepción en ella de Jesucristo, sino a su propia concepción en el seno de su madre. ¡Con cuánta alegría se habla de lo que se desconoce! Desde luego, no hay nada más osado que la ignorancia.
Saludos.
En las ocasiones en que algún dogma me ha resultado difícil de entender, cuando he estudiado las razones que llevaron a papas y concilios a definirlo, he descubierto que sus decisiones estaban profundamente documentadas, y que era más bien yo el que ignoraba los fundamentos de mi fe en algún concepto.
Te rogaría que leyeses despacio y no me colocases automáticamente tus prejuicios respecto a mi forma de pensar. Se puede comprobar que el tema de la Inmaculada lo introduce Nachet, y yo no lo confundo para nada con el de la virginidad.
Yo dije: "Yo tengo una amiga que, precisamente se fue de la Iglesia por el dogma de la Inmaculada Concepción.... Yo no tengo ningún problema con el dogma de la Inmaculada"
Yo he planteado problemas , desde el principio respecto a otro dogma, el de la "virginidad perpetua de María", como han comprendido perfectamente todos los demás - ha sido el motivo del post sobre este tema de LF.
Te diré que en mis diálogos con mi amiga, ella me decía que yo veía el dogma de la Inmaculada como los católicos, porque habíamos sido educadas en el catolicismo, y no sabía desprenderme de mis esquemas. Pero como yo había hecho un striptease total de esquemas, hasta el agnosticismo de corte ateo, creo que ella no tenía ninguna razón. Yo no ten...
Pero de prohibirme pensar, nada. Ni de fingir que estoy de acuerdo cuando no es así. Puedo callarme y esperar: eso es todo.
Miguel ¡Con que alegría se habla atribuyendo a otra persona los propios prejuicios! Tú tienes tu idea preconcebida de que yo soy una ignorante "relativista" e inconsecuente, y no hay quien te saque de ahí. Sé más objetivo, please.
Un saludo cordial:)
puede ser que mis entendederas sean cortas (como me dices en otro blog), pero a lo mejor es que te explicas mal (o demasiado bien). Como siempre, tienes una explicación para una cosa y para la contraria. Pero me parece que en este caso está claro lo que has dicho. Pero no me voy a molestar en replicarte: me basta con que de todo esto te enteres del contenido y significado del dogma de la Inmaculada Concepción. No te preocupes por no saberlo: conozco a curas y monjas que no lo saben (este es el nivel que hay).
Sobre que eres "una ignorante "relativista" e inconsecuente" te diré que de ignorante tienes algo (como todos), de relativista mucho y de inconsecuente pecas bastantes veces. Y es una lástima, porque te pierde esa manía de amagar y no dar (salvo en casos como el mío); de sí pero no; de siempre "estoy de acuerdo" o "me parece fenomenal" pero luego resulta que no; de "a veces estoy de acuerdo contigo" pero siempre aparentemente en contra; de un falso i...
Hablo por primera vez de dogmas"Por ejemplo me gustaría que Nachet me explicara cómo puede deducirse del Evangelio que la Virgen fuera virgen después del parto, en los términos que dice el dogma" Sigo hablando de la virginidad perpetua en otro comentario:"Vamos a ver, LF, yo no voy por ahí negando este dogma concreto, porque no merece la pena..."
Interviene Nachet de nuevo y sin confundir nada, pone como ejemplos un par de dogmas:"Los que se alejan de la Iglesia, querida Sofía, no lo hacen por el dogma de la Inmaculada Concepción de María, o el de la infalibilidad papal" ¿o quizás crees que confunde la virginidad con la infabilidad?
Le contesto:"..Yo no tengo ningún problema con el dogma de la Inmaculada"
Hermenegildo también sabe que al hablar de los dogmas el que yo he elegido para poner pegas es el de la virginidad. Míralo tú mismo. EL ÚNICO QUE NO SE HA ENTERADO DE NADA ERES TÚ.
Y en vez de extrañarte de ...
Y en vez de extrañarte de la "ignorancia de algunos comentaristas, sobre todo de sofía", deberías extrañarte de tus dificultades para comprender de qué están hablando otras personas. Por una vez en tu vida rectifica.
Paz y bien.
Sobre mis dos A, comprueba los primeros posts, empezando por el primer día del blog: Entonces yo firmaba SOFIAA y LF, me contestaba sofía. Lo mismo me pasaba en otros blogs, así que lo cambié. Nadie, excepto tú, tiene tampoco ningún problema con eso.
Y esto es lo que hay por mi parte. Por la tuya, parece que más ganas de discutir que de admitir la verdad.
Sinceramente.
Hablar de ello, parece ser que no hablo...ni creo que tuviera cardenales ni dicasterios....no se...me parece que estamos hablando de algo distinto a lo recogido en los evangelios que ni lo reconozco...asi las cosas las personas se retiran de la bambolla . la magia y la mitologia.
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