Sed agradecidos a los que nos ministran el perdón de Dios

Cuando Cristo dio a los apóstoles, y con ellos a la Iglesia, la autoridad para perdonar y retener pecados, abrió las puertas del ministerio que más ayuda a los cristianos a vivir en santidad. No hay forma de caminar en Cristo si no nos reconciliamos con Dios cada vez que nos apartamos de su gracia por el pecado. Y es el propio Señor quien dispuso que su Esposa, el Cuerpo de quien Él es cabeza, participara en el proceso por el cual el alma se limpia y el espíritu vuelve a la comunión con Dios.

Es por ello que una de las misiones más sagradas e importantes que tiene todo sacerdote es el de administrar el sacramento de la confesión. Pero a su vez, estoy convencido de que es la más difícil de todas. O se tiene un corazón de piedra o escuchar día tras día los pecados del prójimo debe ser algo psicológicamente agobiante. En especial cuando los pecados son gruesos. Ciertamente el ser canal del perdón de Dios ayudará a muchos sacerdotes a sobrellevar esa carga, pero no por ello deja de ser una especie de cruz difícil de llevar. Además, el buen confesor no se limita a absolver sino que también aconseja, guía, hace de pastor que repara la herida de la oveja descarriada. Cuánta necesidad tiene siempre la Iglesia de buenos confesores.

Los fieles siempre deberíamos estar agradecidos a esos hermanos que hacen de verdaderos padres espirituales que nos llevan a los pies del Señor para que nos conceda el perdón por nuestros pecados. Yo tengo la costumbre de acabar mis confesiones dándole las gracias al sacerdote que me ha confesado. Si para mí no ha sido fácil mostrarle mis debilidades, para él tampoco le ha sido conocerlas. Y sin embargo, lo hace por fidelidad a Dios.

Os animo a hacer lo mismo. Mostrad gratitud a quienes el Señor usa para administraros sacramentalmente su perdón. Y orad para que puedan sobrellevar esa carga con un espíritu bien dispuesto. Ahora que el Papa ha convocado un Año Sacerdotal, tengamos más que nunca presentes a nuestros sacerdotes en nuestras oraciones. Si les amáramos tanto como les necesitamos, su labor sacerdotal produciría mucho más fruto. Al fin y al cabo el amor es el mejor abono para la tierra labrada de una vida entregada al servicio a Dios y a los demás.

Luis Fernando Pérez Bustamante