Seamos el vino bueno de Caná

"Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora."

Cuando el Señor hace un milagro, no hace cualquier milagro. No convierte el agua en vino corriente, sino en el mejor de los vinos. No convierte los corazones de piedra en corazones de carne muerta, sino en corazones de carne viva, que laten con fuerza extendiendo la sangre salvífica por todo el cuerpo de la Iglesia.

La vida del cristiano fiel a Dios es un constante milagro, pues la naturaleza humana no tiende por sí misma hacia la santidad, hacia el bien. Como dice la Escritura, no hay quien busque a Dios (Romanos 3,11). Y si alguno le busca y le ama, no es fruto de su bondad intrínseca sino de que previamente Dios le amó y le buscó. Como dice el apóstol San Juan, Dios nos amó primero (1ª Jn 4,10). A ese amor respondemos por gracia y nos convertimos en agentes del amor de Dios para los demás.

Dios es amor. Siempre lo ha sido. Antes de la creación, el amor del Padre hacia el Hijo y del Hijo hacia el Padre es tan perfecto que es divino, el Espíritu Santo. Por eso la Iglesia afirma con verdad que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Pues bien, ese Espíritu Santo es derramado sobre nuestros corazones. Por eso somos participantes de la naturaleza divina (2ª Pedro 1,4), porque el amor encuentra morada en el templo de nuestra alma, de nuestro espíritu, de todo nuestro ser.

Ese amor que nos hacer ser algo más que imagen de Dios, debe ser alimentado por nuestra comunión con el Señor. Igual que el vino puede avinagrarse si no es cuidado convenientemente, al amor puede apagarse en nuestro interior. No porque Dios deje de alimentarlo, sino porque nosotros dejamos de alimentarnos de él. Poca cosa tan miserable hay en este mundo como el corazón avinagrado y seco de aquellos que un día fueron zarza ardiente iluminados por el fuego amoroso de Dios.

Somos vasijas de barro, recipientes del amor de Dios que sabe a buen vino en los labios de un mundo sediento. No podemos guardar para nosotros mismos ese precioso líquido que alegra el alma del triste. Seamos el buen vino de Caná para un mundo acostumbrado a beber la hiel del pecado, las heces de la guerra y la destrucción.

Luis Fernando Pérez Bustamante

1 comentario

  
IreneF
La Iglesia tenemos [gramaticalmente incorrecto, pero cierto y correctísimo en la realidad] mucho de tinaja de agua. Se nos puede acabar el carbón antes que el invierno [y éste no es templado], el amor ante tanta demanda y encarecimiento. Ven Jesús a nuestra boda, cásate con tu Iglesia y transforma en vino bueno toda el agua de esta tinaja que somos.
Bon diumenge!
14/01/07 7:36 AM

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