Salvemos a los gorilas del Congo
Los obispos católicos del Congo han denunciado la total pasividad de las fuerzas militares de la ONU en el país ante el sufrimiento por el que está pasando la población civil, debido al recrudecimiento de la guerra entre las sempiternas fuerzas rebeldes y el gobierno de turno. Los obispos aseguran que “lo más lamentable es que estos desgraciados sucesos transcurran delante de los ojos impasibles de aquellos que han recibido el mandato de mantener la paz y proteger a la población civil".
Sin embargo, una luz de esperanza se ve en el horizonte. No es que la comunidad internacional piense hacer algo porque los obispos congoleños la señalen con el dedo. La clave en todo este asunto es que la guerra acaba de llegar hasta el corazón del Parque Nacional Virunga, el gran refugio mundial de los gorilas de montaña (’Gorilla beringei beringei’), donde vive la tercera parte de los 700 ejemplares que quedan de la especie en el mundo.
Eso sí que es intolerable. Ahora sí que se movilizarán ecologistas, izquierdistas y partidarios del Proyecto Gran Simio. Al fin y al cabo en el mundo hay millones de seres humanos, pero gorilas sólo unos pocos, y es más importante salvar a los gorilas congoleños que a sus “parientes” humanos.
De momento, ya se ha iniciado una campaña para conseguir fondos para los guardas del parque. Asociaciones internacionales de conservación y ciudadanos particulares ya han contribuido a través de internet para hacer llegar 40.000 dólares como ayuda inmediata, informa la bióloga británica y responsable de la campaña Samantha Newport. Es la mitad de lo que consideran necesario para salir adelante mientras para el conflicto.
Vamos, que en el Congo no hay nada como ser guarda forestal para que te ayuden a sobrevivir en la guerra. Y conste que a mí me parece bien que se ayude a esa gente, pero la ayuda les llega no porque sean seres humanos, sino porque son los encargados de cuidar a los gorilas.
Estamos ante uno de los casos más claros a los que se refirió Benedicto XVI en su discurso ante las Naciones Unidas, cuando pidió que la comunidad interviniera para proteger a los pueblos. Pero una vez más, esa comunidad internacional, con la ONU a la cabeza, demuestra su poca vergüenza, su nula capacidad para evitar masacres, su complicidad con los criminales, su pasividad ante el sufrimiento de los más desprotegidos. Me pregunto si tiene sentido seguir manteniendo una organización que cuesta tanto dinero y sirve para tan poco.
Luis Fernando Pérez Bustamante