Pensando en voz alta

Desesperado ante la evidencia. Sí, ante la evidencia de ser una especie de isla semi-estéril en medio de un océano de tibieza y de tinieblas. Vivir para Dios, aunque peque. No tengo otra razón para seguir en este valle de lágrimas. No encuentro otro motivo para vivir que no sea sentirme hijo de Dios, disfrutar en la intimidad de la comunión con Dios, buscar la forma de que otros siquiera intuyan que sólo en Dios, por Dios y con Dios pueden ser verdaderamente felices, aun en medio del dolor, la dificultad y las pruebas. Pero me siento un bicho raro. Apenas encuentro a alguien que sienta y piense como yo. Y no es que crea que soy mejor que nadie pues bien sé que entre los pecadores yo soy el primero, pues más luz que muchos he recibido y aún así caigo. Por eso no doy el fruto que debo. Mas su gracia me levanta. Y una vez restaurado, busco recostarme a los pies de Cristo como hizo aquella mujer del evangelio que fue criticada por su hermana. Porque, de verdad, ¿qué otra cosa puede haber mejor en este universo que sentarse a los pies del Salvador, oír sus palabras, ver sus ojos y dejarse acariciar por su amor?

Mas no todos parecen pensar igual. Y me duele que incluso los que se dicen cristianos pongan al Señor en el tercer o cuarto lugar de sus prioridades en este mundo. No quiero juzgarles porque en eso mismo he caído pero, por el amor de Dios, ¿no se dan cuenta de que el único lugar que puede ocupar Dios es el primero? ¿no ven que desde que despertamos hasta que nos acostamos debemos tener el corazón completamente abierto a mantener un encuentro de comunión, siquiera breve, con Él? ¿cuántas veces no nos habrá llamado Dios y no hemos respondido porque estábamos demasiado "ocupados"?

Me duele el alma, sí. Me duele porque ni siquiera aquellos a quienes más quiero en este mundo parecen capaces de entender que sólo entregándonos por completo a Dios podemos encontrar la luz del túnel en el que, por nuestros pecados pasados y presentes, hemos quedado atrapados. Sólo se puede construir un futuro digno desde la fidelidad al evangelio, que implica el perdonar las ofensas, el mirar hacia la meta que es Cristo y el no reabrir las heridas, que supone el sacar fuerzas de la gracia de Dios y no del rencor, el orgullo y búsqueda enfermiza del enfrentamiento.

Hace tiempo uno de los míos me dijo "es que quiero ser normal, quiero que seamos normales". O sea, apenas llegar a eso de ser cristianos de andar por casa, de misa dominical, con suerte, y unas cuantas oraciones sueltas entre semana. Y eso con suerte pues en la sociedad de hoy ser normal es aparecer por la iglesia en bodas, bautizos, comuniones y funerales. Pues no, no puedo ser normal. Dios no me ha hecho así. Necesito estar siempre cerca de Él porque cuando me alejo soy el más miserable de cuanto ser humano merodea por este planeta. Amo a Cristo. Necesito a Cristo. Quiero estar con Cristo y estando con Él sé que no estoy solo…. pero llego sólo a su presencia y cuando regreso me siento solo. Y, a menos que uno sea llamado a ese camino, no está hecha la fe para vivirla en soledad. Aunque sea una soledad plena de la presencia del Dios que todo lo llena, que de todo nos colma.

Toca los corazones Señor. Tócalos. Dame compañeros de viaje entre mi gente. Si no todos, al menos alguno. Pero si puede ser, Señor, si tu divina voluntad así lo dispone, que sean todos. Cada uno a su manera, pero siempre siendo tú el Primero y el Último en sus vidas. Y si no es así, al menos no permitas que caiga, no dejes que me vea arrastrado hacia las tinieblas de las que me sacaste a tu luz admirable.

Luis Fernando Pérez Bustamante.