No vayamos a olvidar lo más importante
Divorcio express, aborto, eutanasia, investigación con embriones, EpC adoctrinadora, matrimonio contra natura, etc, etc. Somos cada vez más los cristianos españoles concienciados de que estamos ante uno de los momentos más críticos en la reciente historia de nuestra patria. Tanto ataque contra aquello que creemos que debe formar parte de una sociedad sana está consiguiendo que se despierte esa Iglesia que parecía dormida. No somos mayoría pero sabemos que la razón está de nuestra parte. Y sólo la verdad, no las mayorías erradas, nos hace libres, como hombres y mujeres y como nación.
Sin embargo, corremos el peligro de centrarnos demasiado en la defensa de los valores que necesita nuestra sociedad y dejar de lado a Aquél de quien emanan. El problema de España no es el aborto, el divorcio y todo lo demás. No, el problema de España es que Cristo no reina en el corazón de la mayoría de los españoles. Y el problema de los cristianos es que no parecemos conscientes de que si no predicamos a Cristo crucificado por nuestros pecados y resucitado para gloria de Dios Padre, no habrá forma de cambiar el corazón de nuestra nación.
Es absolutamente necesario volver a lo esencial. El rebaño de Cristo en España no puede dedicarse sólo a denunciar el mal sino, sobre todo y por encima de todo, a anunciar las Buenas Nuevas. No digo que debamos bajar los brazos en la batalla contra legislaciones inicuas y contra el diablo de lo políticamente correcto. Más bien digo que debemos alzarlos con el evangelio en una de las manos y la santidad y la oración en la otra. Todos, obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y seglares, tenemos la responsabilidad de dar testimonio de Aquél que en verdad puede convencer a nuestros conciudadanos de la necesidad de que vuelvan sus ojos a Dios, que busca su salvación. Muchas veces vale más el testimonio de un alma convertida a Cristo que un discurso lleno de buenos argumentos pero que no está tocado por la unción del Espíritu. Valemos más por lo que somos en Cristo que por nuestra capacidad de razonar y debatir. No que esto último no sea necesario, porque lo es. Pero la prioridad siempre debe ser hablar antes de Dios mismo que de la ley de Dios. Porque si no conocen a Dios, ¿cómo querrán amoldar su comportamiento a la ley divina?
Paz y bien,
Luis Fernando Pérez Bustamante