No nos dejan objetar.... de momento

Desde que se ha hecho público el fallo del Tribunal Supremo por el que se pretende impedir a los padres el derecho a objetar contra la asignatura Educación para la Ciudadanía, se ha producido una cascada de declaraciones de todas las partes implicadas en este proceso. Las mismas van desde la alegría nada disimulada del gobierno, la izquierda social y la izquierda religiosa -fiel sierva de aquella- por un lado, a la decepción y cautela de los que no estamos dispuestos a que el Estado dicte la moral para nuestros hijos.

La sentencia no permite la objeción de la forma en que ha sido planteada hasta ahora en los tribunales, pero parece ser que no cierra del todo la puerta a futuras objeciones si se aborda la cuestión de forma diferente. Además, nos informan de que el texto pedirá al Gobierno que modifique los contenidos de la materia de forma que se evite el adoctrinamiento y la imposición de criterios morales en las aulas, especialmente a través de libros de texto y profesores. Lo cual es realmente curioso porque si el gobierno no hace tal cosa, ¿seguirán los padres sin tener derecho a objetar? ¿acaso no han objetado ya precisamente por el contenido de la asignatura?

Lo que se juega en todo este asunto es algo fundamental. Ni más ni menos que derecho de los padres a discernir qué es lo mejor para sus hijos o si eso lo decide el gobierno o un juez. Y yo lo siento mucho, pero ni diez mil gobiernos ni ochocientos mil jueces pueden tomar por mí la decisión sobre cuáles son los valores en los que quiero educar a mis hijos. Por ejemplo, yo les enseño que el aborto es un asesinato, que las relaciones sexuales fuera del matrimonio son pecado, que el matrimonio homosexual va en contra de la ley natural y que las urnas no pueden servir nunca para legitimar el mal pues, como dijo Juan Pablo II, “la democracia no puede mitificarse convirtiéndola en un sustitutivo de la moralidad o en una panacea de la inmoralidad. Fundamentalmente, es un `ordenamiento´ y, como tal, un instrumento y no un fin. Su carácter moral no es automático, sino que depende de su conformidad con la ley moral a la que, como cualquier otro comportamiento humano, debe someterse” (Evangelium Vitae, 40). Y yo pregunto: ¿quién es el gobierno o un tribunal para impedirme que mis hijos reciban en la escuela una enseñanza contraria a esas ideas?

Aclaro que en mi caso particular no corro, al menos a día de hoy, demasiado peligro de que tal cosa ocurra. Mis hijos van a colegios religiosos y en caso de que alguno me diga que le han enseñado alguna barbaridad, iría a reclamar al director o hasta al mismísimo obispo. Pero si el Estado me niega el derecho a decidir qué valores acepto en la educación de mis hijos, ¿qué no hará, antes o después, con esos colegios? Ese es el drama de esa entidad tan “católica” llamada FERE. Y es el drama de esos obispos que no han tenido ni el coraje ni el valor de que sus colegios diocesanos dieran la batalla como la están dando tantos padres. Es el puñetero miedo a perder el concierto, lo cual demuestra que el mismo hace el papel de la bola de acero puesta en el pie de los presos en algunas cárceles medievales. ¿Ellos se fían de un gobierno que no ha querido consensuar los contenidos de la EpC? Yo no. ¿Ellos se fían de la palabra de una ministra que les asegura que podrán adaptar la asignatura al ideario de los centros? Yo no. Ahora que el gobierno ha ganado, que se aten los machos. Tiempo al tiempo.

Queda esperar a ver en qué se concreta ese mandato del Supremo que supuestamente no permitirá que los contenidos de la EpC sean adoctrinadores. Si los padres pueden acogerse a esa parte de la sentencia para volver a llevar sus casos a los tribunales, estaremos otra vez como al principio. También está la opción del Constitucional y del Tribunal Europeo para los Derechos Humanos. Del primero me fío mucho menos que del Supremo. Hace falta algo más que fe religiosa para llegar a creer que ese tribunal es capaz de parar los pies al gobierno de la ingeniería social. De Europa no sé lo que podemos esperar, pero pasarán tantos años hasta que se pronuncie que para entonces mis hijos ya no estarán en la escuela.

Va siendo hora de tomar conciencia de que estamos ante una guerra larga. Hemos perdido, siquiera relativamente, la primera batalla pero queda mucho por combatir. Debemos seguir dando la cara no sólo por nuestros hijos en edad escolar sino por los hijos que vendrán e incluso por nuestros nietos. Vuelvo a decir que es hora de que los cristianos apoyemos un partido que sepa oponerse de verdad al socialismo totalitarista que nos gobierna. Un socialismo que tiene un concepto de la democracia absolutamente utilitarista. La usan para imponer sus criterios éticos y morales. Y el Partido Popular ni sabe ni quiere dar la batalla en ese terreno. Los medios de comunicación de la Iglesia deben dar paso a nuevas alternativas políticas de clara inspiración cristiana, lo cual no es el caso de la UPyD de Rosa Díez. Si no lo hacen, estarán dejando mancos a los padres que quieren seguir luchando contra un régimen que bajo la apariencia de democracia va camino de convertirse en una perversa tiranía. Y algunos no estamos dispuestos a callarnos. Que lo sepan.

Luis Fernando Pérez Bustamante