Monseñor Sistach tiene razón al equiparar el repudio con la actual ley del divorcio
"La Ley aprobada por el Parlamento respecto al divorcio hiere profundamente la estabilidad del matrimonio, hasta el punto de que este tipo de divorcio equivale prácticamente al repudio."
Ciertamente se puede decir más alto. Más claro no. Monseñor Lluis Sistach, arzobispo de Barcelona, no se anduvo ayer por las ramas al hablar sobre la actual legislación matrimonial en España. De hecho, muchas relaciones mercantiles o societarias están más protegidas que el matrimonio. Y cabría preguntarse si se puede llamar matrimonio a algo que puede disolverse irremediablemente aunque una de las dos partes no quiera. Y ojo que no siempre la parte que rompe, o provoca la ruptura por su comportamiento nefando, es la que al menos se lleva la peor parte. Conozco varios casos en los que el cónyuge que rompe por haber empezado otra relación sentimental es el que se queda en el hogar familiar, mientras que el otro, que no tenía intención de separarse, se encuentra en la calle y en no pocas ocasiones teniendo que pagar una pensión a la otra parte, que acaba metiendo en casa a su nueva pareja, con la que no se casa para poder seguir cobrando del anterior. Y eso con hijos o sin hijos por medio.
Doy por hecho que no tiene sentido prolongar una relación donde hay violencia de por medio. Doy por hecho que a veces el amor se muere y resulta complicado compartir la vida con esa persona a la que ya no se ama. Pero, ¿tiene sentido favorecer por ley la debilidad de la institución familiar, verdadera columna que sostiene la sociedad? ¿no sería lo más lógico que el Estado hiciera todo lo que está en su mano para conseguir que perdure en el tiempo el compromiso que libremente toman dos personas para fundar una familia? ¿qué tipo de sociedad pensamos que nacerá de multitud de matrimonios débiles, recasamientos a go-go y niños desorientados porque no pueden vivir con sus padres?
Y es que, señores, aunque Cristo y su evangelio, cuya influencia en el devenir de nuestra civilización es inigualable, no hubiera aniquilado el repudio y el divorcio en la moral del Reino de Dios, aunque la Iglesia no se empeñara en afirmar la indisolubilidad del vínculo matrimonial, ¿no dice el sentido común que se debe salvaguardar la unidad familiar poniendo trabas importantes a su destrucción? ¿no dice el sentido común que hay que proteger a los más débiles, en este caso siempre los niños, o al menos penar a quien caprichosamente rompe los lazos que antes mantenían unida la relación conyugal? ¿no vemos que la legalización del repudio es precisamente un llamamiento a la proliferación del mismo? ¿no debería quedar el divorcio como la última salida para casos realmente imposibles de arreglar?
Vivimos en una generación donde todo va camino de convertirse en productos desechables. Criamos hijos en probetas y usamos los que nos convienen, dejando el resto para experimentación "científica". Proponemos modelos educativos que llevan hacia el analfabetismo funcional tanto en conocimientos como en valores tan importantes como la disciplina, el respeto y el binomio "esfuerzo=recompensa". Favorecemos la disolución de la institución familiar, tanto facilitando su ruptura como equiparándola a relaciones que ni están abiertas a la vida ni ha habido una sola civilización que las haya considerado como familiares.
Eso sí, la economía todavía va bien, la gente puede pagarse una consumición de cervezas con gambas a la plancha en su chiringuito playero, y a los nenes Papá Noel les traerá la Play Station 3 la próxima Navidad. Mas como dijo Cristo de la Iglesia de Sardis, podemos decir de esta sociedad "Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto" (Ap 3,1b). Quizás sea demasiado tarde cuando nos demos cuenta que vivimos en una sociedad muerta.
Luis Fernando Pérez Bustamante.