Monseñor Fellay, póngase a la cola

De la respuesta de Monseñor Fellay y los lefebvrianos al generosísimo ofrecimiento que Roma les hizo oficialmente la semana pasada (ellos lo conocían antes), quiero destacar un par de párrafos:

Debemos remarcar que el carácter tan general, para no decir vago, de las exigencias formuladas contrasta singularmente con la urgencia de un ultimatum. Las condiciones parecen hechas para obtener un clima favorable a un diálogo ulterior, más bien que implicar algún compromiso preciso sobre puntos determinantes. La Fraternidad San Pío X desea que el diálogo se situe nivel doctrinal y tenga en cuenta por completo todas las cuestiones que, si son eludidas, pueden correr el riesgo de hacer cadúco un status canónico establecido por precipitación. Ella [la FSSPX/SSPX] piensa que el levantamiento previo de las excomuniones de 1988 favorecerían la serenidad de un tal diálogo.

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La Fraternidad San Pío X no tiene la pretensión de ejercitar un magisterio superior al del Santo Padre, ni busca oponerse a la Iglesia. Siguiendo los pasos de su fundador, ella quiere transmitir lo que ha recibido, es decir «lo que siempre ha sido creido, en todos lados y por todos». Ella hace suya la profesión de fe que Msr. Marcel Lefebvre dirigió a Paulo VI, el 24 de Septiembre de 1975: «Jesucristo a confiado a Su Vicario el cargo de confirmar a sus hermanos en la fe y le ha pedido velar pra que cada obispo fielmente guarde el depósito de la fe, según las palabras de san Pablo a Tiomoteo».

Los lefebvrianos tienen razón en una cosa. Las exigencias eran muy simplonas. Algo así como “acepten ustedes la obediencia al Papa, digan que a partir de ahora van a ser buenos chicos y aquí paz y después gloria". Roma ni siquiera les exigía un acatamiento total al concilio Vaticano II, que es el meollo del asunto del cisma lefebvriano. Y claro, Roma puede mirar para otro lado en relación a ese tema pero ellos no. En otras palabras, aunque ellos están fuera de la Iglesia, parecen tener más clara que ella misma la importancia del concilio, siquiera sea para oponerse a algunas de sus enseñanzas.

El caso es que si los lefebvrianos quieren discutir con Roma de asuntos doctrinales, tienen que ponerse a la cola. Ellos mismos están demostrando a todo aquel que tiene ojos en la cara que lo suyo no es un mero cisma por una cuestión canónica de ordenaciones episcopales prohibidas. No, lo que está en juego es un tema doctrinal. O sea, lo mismo que con los ortodoxos y, a otro nivel, con los protestantes. Por eso digo que han de ponerse a la cola. Ya no tiene sentido darles un trato diferente al que se da a otras denominaciones cristianas. A los católicos y los lefebvrianos nos separa cuestiones doctrinales de la misma manera que a católicos y ortodoxos. Con la particularidad de que los ortodoxos son cientos de millones y los lefebvrianos cuatro gatos mal contados y disminuyendo. Es obvio que la situación no es idéntica porque el cisma lefebvriano es más reciente y las diferencias todavía no son tan importantes como las que mantenemos con los ortodoxos, pero en esencia es lo mismo.

No es descartable que Roma intente darles otra oportunidad. Pero en buena lógica creo que se acerca el momento en que el Papa jubile al cardenal Castrillón Hoyos, cuya labor ha sido encomiable, y canalice todos los contactos con Fellay y cía a través del dicasterio que presiden el cardenal Kasper. Lo cual, dicho sea de paso, alterará bastante a los lefebvrianos porque uno de los puntos en los que están más en desacuerdo es precisamente en el tema del ecumenismo. Esa será una de las ironías del destino: los más anti-ecuménicos tendrán que pasar por el diálogo ecuménico si quieren regresar a la Iglesia.