Mensaje de Navidad, por Monseñor González Montes
Valga esta carta de Monseñor Adolfo González Montes, obispo de Almería, como ejemplo del mucho bien que nuestros obispos pueden hacer para la formación del pueblo de Dios, desde sus cartas pastorales.
Mensaje de Navidad
Queridos diocesanos:
Para los que creemos que Jesucristo es la buena nueva para la humanidad, hemos pedido a Dios en la liturgia del Adviento poder celebrar la Navidad, fiesta de gozo y salvación, con alegría desbordante. Todo cuanto sucede en estos días podría hacernos suponer que es así, y en buena medida lo es. La sociedad cristiana de nuestros días se halla, sin embargo, invadida por una cultura sin Dios, que va encontrando acogida en la mente y el corazón de miles de personas educadas desde su infancia en la fe cristiana.
Por eso al dirigirme este año a los diocesanos con motivo de la Navidad, quisiera invitar a reflexionar sobre esta situación social a todos los católicos, a los hermanos de otras Iglesias cristianas que viven entre nosotros, y a cuantos quieran acoger el mensaje que trae al mundo el nacimiento de Cristo. Con el mejor deseo de ayudar a esta reflexión, quiero preguntarme en voz alta si la luz del Evangelio ha dejado de iluminar la vida de nuestra sociedad.
Si de verdad la luz del Evangelio hubiera dejado de iluminar nuestras vidas, ¿qué esperanza nos queda? ¿Acaso no es el evangelio de Cristo la proclama solemne y luminosa de la verdad más profunda del ser humano y de su dignidad? El evangelio de Jesús es la verdad que viene de Dios de que todo hombre es digno de amor ilimitado. Sólo si hay un amor capaz de rescatar al hombre del dolor y de la muerte, hay también futuro seguro para la humanidad. El Hijo de Dios se ha hecho hombre para que el hombre pueda llegar a revestirse de la vida divina. He aquí el mensaje religioso de la Navidad y la razón de ser de su celebración gozosa y festiva.
El año que ahora termina ha traído consigo una gran inquietud internacional y todos hemos experimentado la amenaza de la paz. El fantasma de la guerra no se ha alejado del horizonte internacional. El enfrentamiento civil sigue llenando de terror, dolor y muerte el escenario del Próximo Oriente. Conviene repetir que sobre las ruinas que deja el odio y el exterminio del adversario convertido en enemigo es difícil levantar una sociedad reconciliada.
El conflicto está afectando gravemente la vida de las comunidades cristianas. ¿Cómo no pensar en los cristianos del Oriente cercano, particularmente en los territorios de Palestina, Israel y El Líbano, permanentemente atrapados entre las facciones y los estados enfrentados? Millones de cristianos vienen abandonando en las últimas décadas el escenario de vida que es el suyo, patria verdadera a la que se deben y aman, huyen con la urgencia de salvar la vida, y siempre para recobrar la paz social reconstruyendo la vida familiar y profesional en los países que los acogen. Ante esta situación, ¿cómo no decir que los cristianos echamos de menos la falta de protección y defensa que deberían brindarle las autoridades y los países cristianos; y, como cabría esperar, de manera decidida los organismos internacionales?
Siguiendo el camino abierto por el Papa Benedicto XVI, estamos plenamente convencidos de que el diálogo entre musulmanes y cristianos sólo puede realizarse en el mayor respeto a los derechos humanos de las personas y las poblaciones. Sólo desde la verdad que cada confesión religiosa cree honradamente poseer y proponer sin coacción alguna a los demás es posible dialogar en verdad y encontrar vías de solución a los conflictos.
Ya en nuestro país, cuando la Navidad viene a poner de relieve el valor social de la religión como fuente de paz social y de cultura, hemos de lamentar profundamente la beligerancia de ciertos sectores laicistas de nuestra sociedad, poco sensibles a los valores de la religión y prestos a desacreditarla viendo en ella un factor de perturbación social. Razón por la cual quisieran reducir la presencia de la religión en la sociedad a las solas convicciones de los creyentes. Son sectores que excluyen toda influencia religiosa sobre la vida de las personas y de la sociedad, pero están prestos a imponer la escala de sus propios valores con la misma intolerancia que dicen rechazar.
La religión se acredita por sí misma, y es expresión de la tendencia constitutiva del ser humano a comprenderse a sí mismo como destinado a una vida definitiva y plena en Dios, fuente verdadera de los valores y de una conducta moral y ética duradera. Lo hemos dicho así los Obispos españoles en nuestra reciente Instrucción pastoral sobre la situación actual de España: "Sin referencias al verdadero Absoluto, la ética queda reducida a algo relativo y mudable" (Instr., n. 12).
Los cristianos y todos los hombres religiosos en general, la mayoría de la humanidad, no podemos aceptar la privatización de las creencias, porque la religión abarca la persona en su vida privada y pública. Deseamos un entendimiento entre todos los españoles sobre la importancia que tiene salvaguardar la libertad religiosa en toda su amplitud, verdadera piedra angular de una sociedad democrática. Los Obispos vemos con pesadumbre que "vuelve a manifestarse entre nosotros una desconfianza y un rechazo de la Iglesia y de la religión católica que se presenta como algo más radical y profundo que la vuelta al viejo anticlericalismo" (Instr., n. 17).
Una verdadera convivencia en la tolerancia ha de tener en cuenta las creencias mayoritarias de los españoles, de legitimidad histórica y social indiscutible, así como las creencias de las minorías. Así lo reconoce con acierto la Constitución de 1978, marco de convivencia al que condujo la voluntad de concordia de todos los españoles durante la transición a la democracia.
No dejaré de referirme al desasosiego que en la sociedad española ha sembrado el terrorismo desde hace cuarenta años. El magisterio de los Obispos ha sido siempre claro en un asunto de tanta trascendencia para la paz pública. La fortaleza de una convivencia madura descansa en el respeto a las leyes justas. El terrorismo sólo puede ser vencido por el imperativo de la ley y la resistencia a cualquier presión de los terroristas sobre la sociedad y las instituciones democráticas. El respeto al ordenamiento jurídico exige la negativa contundente de todos a secundar la voluntad de los terroristas. De otra suerte, la leyes justas quedarían sin el más fundamental de los imperativos, sin razón moral.
Quiero terminar felicitando la Navidad a todos los diocesanos y a los hermanos de otras Iglesias. Los católicos nos sentimos unidos a todas las comunidades cristianas presentes en la diócesis en la común fe en el nacimiento en nuestra carne del Hijo de Dios y al mismo tiempo hijo del hombre por ser hijo de María. Felicito también a cuantos se honran con la cultura cristiana en la que han desarrollado sus vidas y tienen por criterio de identidad los valores que se fundan en el Evangelio.
A todos deseo unos días de paz y felicidad, mientras pido al Señor que bendiga a las familias, que se restañen las heridas y disensiones que separan a los hombres, y que el Amor nacido en Belén llene de felicidad los hogares y los corazones. Bendigo con especial afecto a los enfermos y necesitados, a los alejados de sus hogares por diversos imperativos de la vida, entre los que se encuentran tantos inmigrantes que buscan entre nosotros recomponer un hogar próspero. A todos deseo santas y felices Navidades y un feliz ya próximo Año nuevo de gracia del Señor. ¡Feliz Navidad!
Almería, a 24 de diciembre de 2006.
+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería
2 comentarios
24 de diciembre POR Guillermo Juan Morado
Tú, Señor, te has hecho hombre por nosotros.
Has querido ser nuestra Luz;
has venido a iluminar nuestras sombras,
a alumbrar nuestros caminos.
* * *
Tú eres nuestra Salvación y Redención.
Tú nos recuerdas que no somos el fruto inesperado
del azar o de la casualidad,
sino que el Padre,
contigo y con el Espíritu,
nos ha creado,
llamándonos por nuestro nombre.
Él nos ha dado, en Ti,
la posibilidad de ser hombres nuevos.
Sigue acá
Los comentarios están cerrados para esta publicación.