La teología de Arguiñano

Apenas veo televisión y menos en horario matinal, así que es bastante difícil que coincida con el programa de Carlos Arguiñano. Pero este lunes pasado recalé en Tele 5 cuando el cocinero vasco estaba preparando una de sus recetas. Y hete aquí que le dio por hacernos partícipes de sus profundos conocimientos teológicos.

Primero nos contó que un amigo suyo le ha dicho que esto de ser de religión católica es un chollo ya que uno puede pecar, confesarse, pecar, confesarse… vamos, la repera.

No contento con eso, Arguiñano se lanzó a por el limbo y el purgatorio. Del limbo nos aseguró que "ahora que lo han quitado" su madre le ha confesado que nunca creyó en el mismo. Sabia señora, pensará alguno. De la existencia del purgatorio parece que duda el bueno de don Karlos, aunque nos aseguró que en esta vida ya pasamos por el mismo.

Creo que es bueno aclarar algunos conceptos al mediático chef guipuzcoano.
Estimado Carlos, ciertamente cuando pecamos debemos buscar la reconciliación con Dios. Lo dice San Juan en su primera epístola:

1ª Juan 2,1
Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.

¿Ves? San Juan nos pide que no pequemos, pero si lo hacemos, podemos ser perdonados gracias a Cristo. Tan cierto es que Dios nos perdona como que no podemos engañarnos a nosotros mismos pretendiendo que somos de Dios si a la vez vivimos constantemente en pecado. Mira qué clarito nos lo cuenta el apóstol que estuvo al pie de la cruz:

1ª Jn 3,4-9
Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley. Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él. Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido. Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo. El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.

Nadie te engañe, Arguiñano. No se puede ser de Dios y vivir constantemente en pecado. Aunque te confieses. Es obvio que es imposible no pecar jamás, pero una cosa es caer de vez en cuando y otra pasarse la vida por el suelo del pecado cual boñiga espiritual. El confesionario cumple su función cuando tenemos bien claro que nuestro objetivo es la santidad, sin la cual, dice la Escritura, nadie verá a Dios. Es decir, no nos confesamos sólo para que Dios nos limpie de pecados sino para proponernos firmemente no seguir pecando. De lo contrario estamos cometiendo un fraude espiritual y Dios no puede ser engañado.

Mira, Carlos, San Pablo supo captar la relación entre pecado y gracia. Leemos en Romanos 5,20-21
Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.

Qué bueno es nuestro Dios. quien cuando estábamos muertos en nuestros pecados nos salvó por pura gracia por medio de su Hijo Jesucristo. Pero, ¿significa eso que dado que hay gracia que perdona podemos pecar sin descanso?. A esa misma pregunta responde el apóstol:

Rom 6,1-4
¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?
Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.

Carlos, te lo vuelvo a repetir: nadie te engañe. El catolicismo no es la religión de los que pecan y se confiesan para volver a pecar como si tal cosa. No, ser cristiano es andar en vida nueva. Es abandonar la práctica del pecado, aun sabiendo que en esta vida no nos desprenderemos totalmente del mismo. Decir lo contrario, querido Arguiñano, es pisotear la sangre de Cristo, burlarse de su cruz y hacer de la gracia de Dios una mercancía mágica que sirve para tapar nuestras vergüenzas. Y oye, eso es grave. Mira si no lo que dice la carta a los hebreos:

Heb 10,26-29
Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?

No es una buena comida lo que nos jugamos con esto, Arguiñano. Es la vida eterna, cuyos ingredientes son siempre los mismos: gracia, justificación, santificación y santidad, cada cual en la medida que le sea dado alcanzar.

Respecto al purgatorio, es posible que tengas razón en que en esta vida ya pasamos por un purgatorio. Sin duda algunos de nuestros sufrimientos en este valle de lágrimas son expiatorios. Pero te diré que en la tierra donde naciste son muchos los que viven no ya en el purgatorio, sino en un auténtico infierno por no arrodillarse ante los tiranos asesinos que, tú lo sabes, luego son canonizados como hijos predilectos por los fieles de ese engendro satánico llamado izquierda abertzale, hija natural del idolátrico nacionalismo sabino-aranista al que, para mayor vergüenza de la Iglesia Católica en el País Vasco, sirven demasiados presbíteros y algún obispo traidor.

Pero eso, querido Carlos, lo dejaremos para otro artículo. Por ahora me basta con que entiendas que el cristianismo no es la caricatura que tu amigo te contó y a la que tú has dado pábulo.

Que te aproveche,
Luis Fernando Pérez Bustamante