La sequía en España es doble.

El planeta se calienta y la fe se enfría. Así podría haber titulado este post. Al menos en lo referente a la fe en España. Los últimos datos sobre el número de seminaristas en este país confirman que todavía estamos pasando por un invierno de vocaciones al sacerdocio. Y es de suponer que ese invierno será aún más crudo en cuanto a las vocaciones a la vida religiosa. Se pueden dar muchas explicaciones a lo que ocurre pero creo que todas se resumen en una: la fe católica está en crisis en España. El número de vocaciones no es sino el termómetro de la fe en todo el país. Y no es que tengamos fiebre, no. Es que tenemos una crisis de hipotermia que amenaza con dejarnos paralizados y llevarnos al cadalso.

Por más que obispos y sacerdotes se empeñen, que no siempre lo hacen con la diligencia deseada, de donde no hay no se puede sacar. Hay un fracaso generacional evidente. Un fracaso absoluto de la familia como transmisora de la fe. Y si la fe no se transmite de padres a hijos, ¿cómo van a salir sacerdotes, religiosos y religosas de esos hijos?

Pues aunque la natalidad haya bajado; aunque sea obvio el ambiente radicalmente opuesto a los valores cristianos, que ha sido incubado y alimentado por unos mass media al servicio del hedonismo, la amoralidad sexual y el consumismo desenfrenado; aunque posiblemente estemos ante el mayor ataque a la fe católica en la historia de España (la persecución produce mártires; el hedonismo, cristianos tibios), si la familia no fallara, si se mantuviera como verdadera escuela de fe y de vida, hoy no estaríamos como estamos.

Y aun hemos de dar gracias a Dios de que ha habido una generación de abuelos que ha sabido cubrir la ausencia de educación en la fe de sus nietos. Pero esa generación, por ley de vida, acabará desapareciendo y entonces, ¿quién educará en la fe a aquellos niños que nazcan sin padres y abuelos cristianos?

Es necesario concienciar a las todavía numerosas familias cristianas que quedan en este país. De ellas depende la supervivencia de la fe en esta tierra. La familia cristiana es hoy, más que nunca, luz y sal. Luz que ilumina y sal que da sustancia a una sociedad que se suicida. No hay labor más importante para un padre y una madre cristianos que conducir a sus hijos a una relación personal y familiar con Dios. Quien fracasa en esa tarea, fracasa como cristiano. Y quede claro que no siempre los hijos responden como es debido a la educación paterna. Ocurre que jóvenes que han sido educados cristianamente acaban separándose de la fe. Ahí el fracaso no es de los padres. Es del que se separa.

La parroquia, verdadera casa familiar de los hijos de Dios, ha de recuperar su indispensable papel allá donde lo haya perdido. La parroquia no es una máquina de administrar sacramentos sino el hogar común de la comunidad cristiana adscrita a la misma. El párroco ha de ser auténtico padre, auténtico pastor, ayudado por los demás sacerdotes, si es que los hay, y por los muchos o pocos laicos que tengan tareas eclesiales, en especial los catequistas.

No está todo perdido, ni mucho menos. Se trata de que los pocos que son, en verdad sean lo que son. Se trata de que los católicos de verdad, en verdad sean católicos. El cristianismo genuino tiende a ser contagioso. Nos toca ser el virus mortal que destruya al enemigo de la fe, para luego sanar una sociedad que hoy va camino del abismo con una energía y alegría dignas de mejor destino.

Luis Fernando Pérez Bustamante.