La salvación de los niños no bautizados.
"Debe quedar bien claro que la Iglesia no tiene la certeza absoluta de que se salven los niños que mueren sin bautizar". Esa es una de las citas (traducción mía del inglés) más clarificadoras que he leído del documento de 41 páginas que lleva por título «La esperanza de salvación para los niños que mueren sin el bautismo», preparado por la Comisión Teológica Internacional y aprobado por Benedicto XVI el pasado 19 de abril. Dada la habitual tendencia de los medios, incluídos buena parte de los católicos, a no recoger con fidelidad aquello que sale de Roma, es aconsejable no lanzarse a opinar de forma definitiva sobre cosas que luego no son lo que se dice que son. Por ejemplo, una de las agencias católicas más conocidas y de más fiabilidad, sub-tituló la noticia de la siguiente manera: "También los niños que mueren sin el Bautismo van al cielo". Que desde luego no es lo mismo que decir: "Tenemos la esperanza de que los niños que mueren sin el bautismo van al cielo".
Por tanto, no voy a opinar sobre la idea de que todos los niños no bautizados se salvan, sino sobre la esperanza de que así sea. No encuentro el más mínimo problema en aceptar la salvación de los hijos de creyentes que no han podido ser bautizados, ya sea porque murieron en el seno materno o porque no dio tiempo a bautizarles tras su nacimiento. En ese caso creo que se puede aplicar el bautismo de deseo, pues es obvio que los padres les habrían bautizado si hubiera podido. Ahora bien, ¿qué se puede decir de los hijos de incrédulos cuando la Revelación escrita es tan tajante como para llamarles inmundos (1 Cor 7,14)? Yo entiendo que cuesta hacerse a la idea de que una criatura recién nacida puede ser inmunda, pero hay que explicar bien qué se entiende por pecado original y cuáles son sus efectos sobre toda la raza humana.
El texto de la CTI parece abonarse al sí pero no. No afirmamos que todos los niños no bautizados sean salvos pero vayan haciéndose ustedes a la idea de que sí. Si ya hoy se retrasa el bautismo de los críos, ¿nos imaginamos cuáles serán las consecuencias pastorales de esa idea? ¿de verdad pensamos que todo esto no va a afectar a la visión que se tiene sobre el mismísimo sacramento del bautismo y, sobre todo, sobre su aplicación a infantes? A ver si por querer abrir una puerta que haga más "amable" a nuestro Dios a los ojos del mundo (no vende la idea de un Dios que condena a niños), y a nuestra alma acomodada al sentir del mundo, vamos a estar cometiendo la irresponsabilidad de retrasar la apertura de la única puerta segura para la salvación de millones de niños (nuestros hijos), que durante siglos ha sido el sacramento del bautismo.
Mas consecuencias pastorales aparte, no sería justo criticar sin más el esfuerzo por entender mejor cómo se conjuga la doctrina del pecado original, la doctrina de bautismos, la voluntad salvífica de Dios, la clara referencia de Cristo a que de los niños es el Reino de los cielos. Un buen amigo ha escrito lo siguiente. Al desechar el limbo tenemos dos opciones:
1. Volvemos a la doctrina de San Agustín, que fue abrazando Santo Tomás cada vez más a medida que maduraba, de la massa damnata donde todos nacemos en un estado tal de pecado original que Dios nos puede condenar al infierno y de allí sólo saca a algunos por el bautismo.
2. Adoptamos la postura de que el pecado original por sí sólo no es suficiente para que alguien se condene.
Yo creo que hay otra opción y parece que es por la que se inclina la CTI. Aceptamos que el pecado original, por sí sólo, es suficiente para que alguien se condene, pero a la vez aceptamos que la gracia de Cristo es más que suficiente para evitar la condenación de los que sólo están en pecado original pero no han cometido un pecado personal. O sea, el sacrificio de Cristo evita que se condenen los que están en pecado original. De hecho, parece que eso es lo que dice Romanos
Rom 5,17-21
Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos. Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase, mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia. Para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.
O sea, resumiendo. De la misma manera que el infante nace en pecado original sin hacer nada personalmente para contraerlo, tampoco hace nada personalmente para no recibir la gracia divina. Pero como no tenemos certeza sobre este asunto, es mejor dejarlo en manos de Dios y que la Iglesia se limite a interceder por todas esas almas que por una razón o por otra no han podido recibir el agua bautismal regeneradora. Que no es poco bien el que puede hacer la Iglesia si se dedica a ello. E, insisto, séase muy cuidadoso con los efectos pastorales de la idea errónea de que no hace falta bautizar a los niños porque en cualquier caso se van a ir al cielo si mueren antes de cometer pecados personales.
Luis Fernando Pérez Bustamante