La Iglesia no tiene derecho a no respetarse a sí misma
Cuando un padre, o una madre, disciplina desigualmente a sus hijos, al final todos acaban perdiéndole el respeto. Eso de castigar duramente a los que sí acusan el castigo (léase tradicionalistas) y dar apenas un par de cachetes a los que se mofan de la corrección paterna (léase abundantísima prole de progres heterodoxos), es una injusticia y una irresponsabilidad. Cuando un hijo se chotea de su padre, le desprecia, le ataca y le pone en evidencia delante del resto de sus hermanos y delante todo el mundo, si el padre se queda de brazos cruzados, todos pensarán que es un calzonazos y que no es capaz de educar bien a su descendencia.
Pues bien, algunos hijos de la Iglesia ya estamos HARTOS de que ella no se respete a sí misma, no discipline de forma mucho más tajante a los que hacen befa continua de sus enseñanzas, cumpliendo de esa forma lo que la Escritura y la Tradición le mandan que haga. Malo, muy malo es el pastor que permite que los lobos moren en el mismo prado que las ovejas. Mala, muy mala es la caridad que se usa como excusa para no defender la verdad y apartar la mentira de la senda de los hijos de Dios.
Mal padre es el David que permite que Amnón se convierta en un niñato caprichoso que acaba violando a una de sus hermanas y Absalón en un rebelde orgulloso que luego se le revuelve hasta quitarle temporalmente el reino. Mal padre es el Samuel que, aun siendo oráculo del Señor para el pueblo de Israel, consiente los abusos e injusticias de sus hijos. Mal Padre sería Dios si no discplinara a sus hijos porque, como dice la Escritura, "el Señor, a quien ama le reprende, y azota a todo el que recibe por hijo. Soportad la corrección. Como con hijos se porta Dios con vosotros. ¿Pues qué hijo hay a quien su padre no corrija?" (Heb 12,6-7). Pues, ¡ay!, que sí hay hijos a quien su madre no corrige, no disciplina y no reprende. Esa madre es la Iglesia y esos hijos son los rebeldes, los que menosprecian continuamente a la madre de todos los bautizados en la fe católica, los que llegan incluso a llamarla sectaria a pesar de que el mero hecho de que ellos no hayan sido expulsados de la casa familiar, indica lo poquísimo sectaria que es.
A los malos pastores y a los males padres Dios les castigará, pero quienes mueren bajo las dentelladas de los lobos o bajo la carcoma espiritual de los hermanos mal criados son las ovejas y los hijos fieles. Pero no siempre ha sido así. No hace mucho hubo buenos padres, buenos pastores, buenos sucesores de los apóstoles que sabían cuál era su deber, cuál su responsabilidad, cuál su santa obligación. Sí, efectivamente hubo quien entendió que ser pastor de toda la Iglesia implica esto:
A la verdad, Nos habíamos esperado que algún día volverían sobre sí, y por esa razón habíamos empleado con ellos, primero, la dulzura como con hijos, después la severidad y, por último, aunque muy contra nuestra voluntad, las reprensiones públicas. Pero no ignoráis, venerables hermanos, la esterilidad de nuestros esfuerzos: inclinaron un momento la cabeza para erguirla en seguida con mayor orgullo. Ahora bien: si sólo se tratara de ellos, podríamos Nos tal vez disimular; pero se trata de la religión católica y de su seguridad. Basta, pues, de silencio; prolongarlo sería un crimen. Tiempo es de arrancar la máscara a esos hombres y de mostrarlos a la Iglesia entera tales cuales son en realidad.
¿Hasta cuándo tendremos que esperar para volver a tener un pastor así? ¿hasta cuándo Señor?
Exsurge Domine