La ayuda imprescindible en tiempo de prueba
Desde que hace algo más de 15 años me reconcilié con Dios y Él me regaló esa pizca de fe que, según su Palabra, sirve incluso para mover montañas, he pasado por diversos periodos de prueba. Muchos de ellos, lo reconozco, han sido motivados por mi falta de constancia, porque no he puesto de mi parte todo lo necesario para que la gracia de Dios obre eficazmente en mi persona. En ese sentido, a veces más que pruebas lo que padezco son consecuencias de mis actos, o más bien de mi falta de acción ante determinadas circunstancias. Consecuencias que en no pocas ocasiones parecen prolongarse durante años, de tal forma que hacen las veces de cadenas que lastran mi libertad.
Siendo esposo y padre de familia, no soy sólo yo el que sufre por mi falta de responsabilidad en momentos muy puntuales de nuestra vida familiar. Aunque si de algo estoy seguro es que amo a mi esposa y a mis tres hijos y de que ellos me aman a mí. No pasa un día sin que los dos pequeños, Juan (12) y Rut (6), me ofrezcan muestras de cariño que guardo en mi corazón como el mayor de los tesoros. Y de mi primogénito José Luis (18), ya mayor de edad, sé que a pesar de que está pasando por una etapa muy complicada de su vida, en su corazón está plantada la semilla del amor de Dios. Una semilla que antes o después dará fruto, aunque sinceramente me gustaría haber sido mejor labrador del campo de su alma. Mas donde no llego yo, llega Dios.
De mi esposa Lidia y mi relación con ella, no puedo decir algunas cosas por no faltar a una sana y prudente discrección, pero sí tengo muy claro que ambos somos testigos de que la gracia de Dios es más que suficiente para haber mantenido unido nuestro matrimonio durante 19 años. Eso a pesar de que nadie daba un duro por nosotros cuando nos casamos muy jóvenes. Eso a pesar de que nadie ha dado un duro por nosotros cuando hemos pasado por crisis muy graves. Mas para Dios no hay nada imposible. Y como en verdad nos amamos y el Señor ha bendecido ese amor, sé que sólo la muerte nos separará. Sólo lamento no haber sido el esposo que ella se merece. Sé que le he fallado en muchas ocasiones. Sé que soy una persona a la que cuesta dar muestras de cariño y que a veces parezco demasiado distante, cuando lo que ella necesita es afecto y cercanía. Sé que debería haberme implicado mucho más en ayudarla a librarse de una carga que la oprime prácticamente desde que nos casamos y que hoy es una seria amenaza para su salud. Pero también sé que el Señor, desde hace unas cuantas semanas, está obrando un auténtico milagro en nuestras vidas. Y sé que el amor que la profeso va a ser más que suficiente para que, desde ahora en adelante, yo sea el apoyo que ella necesita, el brazo en el que poner su mano cuando se sienta débil.
Mas ahora que se nos presentaba por delante un horizonte de esperanza, libres de problemas económicos y con la certeza de que buena parte de nuestras deficiencias como familia puede ser subsanados, ha aparecido la prueba en su variante más demoledora. Es como si una espada de Damocles se cirniera sobre nuestros cabezas. No puedo dar los detalles aunque sí diré que no es un problema de salud. Pero sí puedo decir que por primera vez en mi vida tengo auténtico miedo. Un miedo que me atenaza, que casi es un dolor físico, porque el alma puede llegar a doler. Sé que es una prueba que Dios permite y confío en que con su ayuda vamos a salir adelante, pero ¡ay! qué difícil es pasar por esto. Ni la muerte de mis padres me causó tanta desazón.
Mas en medio de la prueba, tengo que dar testimonio de algo que para mí es importantísimo. El apoyo de la gente que nos quiere y aprecia. Empezando por nuestro obispo, Monseñor Jesús Sanz Montes, que conoce la situación y está comportándose con nosotros de tal manera, que por más que yo viviera mil años nunca podré agradecérselo lo suficiente. Es un auténtico padre y pastor cercano para nosotros. Si por más Papas que conozca en mi vida, Juan Pablo II siempre será "mi Papa", por más obispos a los que deba filial afecto en los años que el Señor me dé, don Jesús siempre será "mi obispo".
También he de mencionar al padre Joaquín Climent, mi director espiritual. Siendo huérfano de padre desde los dieciséis años, el padre Joaquín ha ocupado ese hueco en mi vida y en mi corazón. Sé lo mucho que le he hecho sufrir por mi falta de constancia, pero sé que en él tengo siempre una palabra de ánimo, de exhortación, de exigencia sana de quien sabe que puedo dar de sí mucho más de lo que doy. Si algún día llego a ser un siervo útil para la Iglesia, habrá que anotárselo en su haber.
¿Y qué no diré de Fray Nelson Medina, OP? A él debo en buena medida que hoy sea católico. De él recibo muchos y sabios consejos de hermano. Sé que sus oraciones por nuestra familia pesan quintales en la balanza de nuestras vidas. Es una de esas personas que pasa por la vida de alguien y la cambia para mejor, así que siempre le agradeceré al Señor que le pusiera en mi camino. Lo mismo puedo decir del padre Guillermo, posiblemente la persona con quien más relación cotidiana, a través de la red, he tenido en los últimos años. Todo lo hemos comentado. De todo nos hemos reído, quejado, alegrado y desesperado. Buen maestro en las cosas de la fe y mejor amigo. Y además, amistad aparte, tengo pocas dudas de que la Iglesia haría bien en darle responsabilidades mayores en un futuro.
No quiero acabar sin mencionar a César Vidal y a mi buen amigo Arturo. La amistad de César es algo que todos aquellos que la disfrutan saben lo que vale. A mí nunca me ha fallado, a pesar de que a veces he sido muy pesado con él, en tiempos cuando necesitaba más tranquilidad. Y estoy seguro de que si hubiera hecho caso de los consejos que me dio hace años, me habría evitado un montón de problemas. Pero agua pasada no mueve molino. Arturo, protestante como César, es uno de los hermanos en el Señor a quien más aprecio. Jamás me ha defraudado. Siempre ha estado dispuesto a escucharme cuando de verdad lo necesitaba y ahora mucho más si cabe. Sólo su corazón es más grande que su paciencia. Dios le bendiga por ello.
A todos ellos podría añadir el nombre de muchos otros amigos y conocidos que el Señor me ha regalado en los últimos años. Paco Pepe, Isaac, Antonio, José Carlos, Xoán Xulio, Beatriz, el bueno de José Manuel Vidal, al que siempre le agradeceré el dejarme tener este blog,….. la lista sería muy larga. Y en la misma podría incluir perfectamente a algunos/as de los/las comentaristas habituales de este blog. A quienes probablemente nunca conoceré en persona, pero que con sus aportaciones me han enriquecido y me enriquecerán enormemente. A todos vosotros os pido que en esta Semana Santa os acordéis de toda mi familia en vuestras oraciones. Yo os tendré en las mías.
Que el Señor nos bendiga y nos guarde de todo mal,
Luis Fernando
14 comentarios
No dudes de que tus lectores nos acordaremos de vosotros.
Abrazos para todos.
El Señor te bendiga y te guarde, te muestre su rostro y te ilumine, Luis Fernando. Rezaré mucho por tí esta Semana Santa, y si puedo ayudarte de forma más práctica, no dudes en enviarme un privado por el correo del FSTM, que bien conoces. Recibe tú y toda tu familia, un fuerte abrazo.
Un sacerdote muy sabio me dijo una vez: "La Cruz fecunda todo lo que toca". Recuerda eso, que es muy cierto, y aguanta el dolor de los clavos fijando la vista en el fruto de la Cruz que sigue inmediatamente al sacrificio.
No dudes. Algo grande te espera ni bien pasen estas nubes negras.
Dios te bendiga.
Gracias a todos por vuestras oraciones.
Un abrazo.
Sois bálsamo para nuestras alamas.
Dios os lo pague.
Naturalmente desconozco lo que te pasa, pero lee Isaías 43, por favor. El Señor lo ponía en mi corazón mientras te leía.
"Animate y esfuerzate".
Recibe un abrazo en el Amor del Señor
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