¿Hay salvación fuera de la Iglesia Católica? ( IV )

Sé bien que algunos católicos están ciertamente incómodos ante la contundencia de las citas en favor de una interpretación radical de la doctrina “extra ecclesiam, nulla salus". Por eso creo que conviene recordar algo. Como muy bien explicó Henry Cardinal Newman, el dogma católico ha estado en constante evolución desde el primer siglo. Dicho dogma no cambia en su esencia pero sí crece en la claridad con que es expuesto. Me explico. Sabemos que la doctrina de la trinidad está más o menos implícita en la Escritura, pero no fue hasta los primeros grandes concilios cuando el dogma, como tal, se definió. Sabemos que María es Madre de Dios porque la Escritura dice que es Madre del Señor Jesucristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, pero no fue hasta el concilio de Éfeso cuando el título de “teotokos” fue dogma de fe. ¿Qué pasa, entonces, con la doctrina “Extra Ecclesiam Nulla Salus"? ¿Acaso no ha cambiado radicalmente una vez que se ha aceptado que los nacidos en iglesias protestantes e incluso miembros de otras religiones pueden salvarse? NO.

Nuestra Iglesia enseña que sólo a través de ella, que es el verdadero Cuerpo de Cristo, único y verdadero Salvador, los hombres pueden salvarse. La diferencia es que ahora entendemos que aquellos que de alguna manera confiesan a Cristo y comparten los sacramentos salvíficos (p.e bautismo), están en comunión, aunque sea imperfecta, con la Iglesia católico-romana y por eso pueden ser salvos. Y en referencia a la posible salvación de no cristianos, me remito a lo último que el magisterio ha declarado sobre el tema, en el capítulo VI de la Dominus Iesus y al mensaje que cerrará esta serie.

En el post anterior nos quedamos en el periodo previo a la Reforma protestante. Vamos a ver cómo algunos teólogos católicos del siglo XVI entendieron la responsabilidad de aquellos que no querían ser católicos por el mal testimonio de la Iglesia.

Francisco de Vitoria, dominico, vivió en la primera mitad del siglo XVI y fue maestro de teología en la Universidad de Salamanca en un tiempo vital para la expansión de la fe cristiana: la colonización española de Latinoamérica. Fijaos bien en lo que decía Vitoria acerca de los indígenas (bárbaros) y la forma de “evangelizarlos":
Relecciones sobre los Indios y el Derecho de guerra, 78:
“No me consta el que la fe cristiana haya sido hasta el presente propuesta y anunciada a los bárbaros en la forma antedicha, de modo que estén obligados a creerla bajo pena de pecado. Digo esto porque, como se infiere en la segunda parte de la proposición, no están obligados a creer si la fe no se les propone con motivos probables de persuasión. Pues bien, yo no he oído hablar de milagros ni de otras señales, ni tampoco de religiosos ejemplos de vida: antes, por el contrario, tengo noticias de muchos escándalos, de hechos inhumanos y de actos de impiedad perpretados en esas regiones. No se ve, en consecuencia, qe les haya sido predicada la religión de Cristo lo bastante piadosa y convenientemente para que estén obligados a asentir. Pues si bien es cierto que muchos religiosos y eclesiásticos, con su vida y ejemplos y diligente predicación hubieran consagrado a esta tarea el trabajo e industria necesarios, no pudieron hacerlo estorbados por otros cuyos intereses son muy ajenos a esto.”

Ahí lo tenéis. Francisco de Vitoria no consideraba culpables a los que no habían creído en Cristo por culpa del mal ejemplo de los cristianos. No hace falta que os diga que podemos aplicar eso exactamente igual a aquellos cristianos no católicos que no pasan a nuestra Iglesia por culpa del mal ejemplo de otros “católicos". Si Vitoria no consideraba culpables a los nativos no cristianos, ¿cómo considerar nosotros culpables a los cristianos que no ven una sana predicación de la verdad católica acompañada de una vida de santidad? ¿cómo culpar a aquellos que han salido de nuestra Iglesia por culpa del testimonio nefasto de determinados eclesiásticos que eran indignos de su ministerio? Si queremos que muchos de ellos vuelvan a casa, hemos de comportarnos como fieles siervos de Cristo, como ejemplos de santidad. Yo puedo decir con mucho orgullo que una de las cosas que más me ayudaron a volver a la Iglesia católica fue el ejemplo de paciencia y caridad cristiana que me dio Fray Nelson Medina, OP, y la increíble ayuda que recibí de los católicos cuando murió mi madre, muy superior a la recibida nunca por hermanos evangélicos.

Pero no nos quedamos sólo con Francisco de Vitoria. Veamos qué dijo Juan de Lugo, jesuita que desarrolló una labor docente en el Colegio Romano desde el 1621 hasta el 1643 y que acabó siendo cardenal:
De virtute fidei divinae 12, n50-51
“Aquellos que no creen con la fe católica pueden dividirse en diversas categorías. Hay algunos que, aunque no creen todos los dogmas de la religión católica, reconocen al único Dios verdadero; estos son los turcos y todos los musulmanes, así como los judíos. Otros reconocen el Dios trino y a Cristo, como hacen la mayoría de los herejes (protestantes)… Ahora bien, si esas gentes están excusadas del pecado de infedilidad por ignorancia invencible, pueden salvarse. En cuanto a aquellos que están en ignorancia invencible sobre algunos artículos de fe pero creen en otros, no son formalmente herejes, sino que tienen fe sobrenatural por la que creen artículos verdaderos, y sobre esta base pueden realizar actos de contricción perfecta, por los que pueden ser justificados y salvados. Lo mismo hay que decir de los judíos, si hay algunos que están invenciblemente equivocados sobre la religión cristiana; porque aún así pueden tener una fe sobrenatural verdadera en Dios, y en otros artículos basados en la Escritura que ellos aceptan, y así, con esta fe pueden tener contrición, por la cual pueden ser justificados y salvados, con tal de que la fe explícita en Cristo no se requiera con necesidad de medios, como será explicado después. Por último, si algunos turcos o musulmanes estuvieran en un error invencible sobre Cristo y su divinidad, no hay razón por la que no pudieran tener una fe sobrenatural verdadera sobre Dios como el que recompensa sobrenaturalmente, dado que su fe en Dios no está basada en argumentos deducidos de la creación natural, sino que tienen su fe de la tradición, y esta tradición deriva de la Iglesia de los fieles, y ha sido transmitida aunque está mezclada con los errores de su secta. Dado que tienen relativamente suficientes motivos para la fe en las doctrinas verdaderas, no se ve por qué no podrían tener una fe sobrenatural en ellas, dado que en otros aspectos no son culpables de pecar contra la fe. En consecuencia, con la fe que tienen, pueden llegar a un acto de perfecta contricción.”

Como veis, De Lugo se acercó a la postura actual de la Iglesia católica más que ninguno de sus contemporáneos y antecesores. Vemos cómo Dios iba ayudando a la Iglesia en la tarea de “afinar” esta doctrina.
Ahora bien, no dejemos de leer esto otro que escribió el propio De Lugo:
De virtute fidei divinae, disp 20, n.149
“Alguien que es bautizado siendo niño por herejes, y es criado por ellos en una falsa doctrina, cuando alcanza la edad adulta, podría no ser culpable durante un tiempo de pecado contra la fe católica, dado que no le ha sido presentada en una forma suficiente como para obligarle a aceptarla. Sin embargo, si la fe católica le fuera propuesta posteriormente de una manera suficiente como para obligarle a su aceptación, y a abandonar los errores contrarios a ella, y él todavía persistiera en su error, antonces sería hereje.”

En mi opinión, De Lugo dio en el centro de la diana. Y creo que es nuestra responsabilidad como católicos el presentar la fe católica de “una forma suficiente” como para que nadie pueda escaparse a la pregunta “¿aceptas la fe de la Iglesia?". Que luego cada cual responda como le parezca. Nosotros habremos procurado cumplir lo que dice la Escritura.
Stg 5,19-20
Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados.

Vayamos de nuevo al magisterio pontificio. Durante la segunda mitad del siglo XVII el jansenismo (una especie de calvinismo a lo católico) ganó mucha simpatía entre los católicos, especialmente en Francia y Bélgica. Finalmente, el papa Alejandro VIII, en 1690, autorizó la publicación de un decreto del Santo Oficio, en el cual se condenaban treinta y una proposiciones jansenitas, entre ellas la siguiente:

“5. Paganos, judíos, herejes y otros de esa clase no reciben absolutamente ninguna influencia de Jesucristo; de donde se deduce que sus voluntades son débiles e indefensas, totalmente faltas de gracia suficiente.” (proposición condenada)

Aunque la condena de una proposición teológica no supone inmediatamente la aceptación de su contraria, no es aventurado decir que Alejandro VIII estaba convencido de que de alguna manera todos los no cristianos podían recibir alguna influencia de Cristo.

Pasamos ya al siglo XIX, concretamente al pontificado de Pío IX (1846- 1878). Como quiera que algunos estaban empezando a sugerir la idea de que cualquier religión era válida para salvarse, el papa vino a poner las cosas en su sito en el documento Singulari quadam, en el que podemos leer lo siguiente:
Singulari quadam, Acta Pii IX, I/I, pg 626
“No sin pesar, hemos sabido que otro error, no menos nocivo, ha tomado posesión de ciertas partes del mundo católico, y ha entrado en las mentes de muchos católicos, que creen que bien pueden esperar la salvación eterna de todos aquellos que de ninguna manera han vivido en la verdadera Iglesia de Cristo. Por esta razón están acostumbrados a preguntar frecuentemente cual va a ser el destino y la condición de aquellos que nunca se han entregado a la fe católica, y guiados por las más absurdas razones, esperan una respuesta que favorezca a su depravada opinión. Lejos de nosotros intentar establecer límites a la misericordia divina, que es infinita. Lejos de nosotros querer escrutar los consejos y juicios escondidos de Dios, que son un `inmenso abismo´ que el pensamiento humano nunca puede penetrar. De acuerdo con Nuestro deber apostólico deseamos alentar vuestra solicitud y vigilancia episcopal para echar de las mentes de los hombres, hasta el punto en que seáis capaces de usar todas vuestras energías, esa impía y nociva idea: que el camino de la salvación eterna puede encontrarse en cualquier religión. Con toda la habilidad y el saber a vuestra disposición, deberíais probar a la gente encomendada a vuestro cuidado, que los dogmas de la fe católica no se oponen de ninguna manera a la misericordia y la justicia divinas. Ciertamente debemos mantener que es parte de la fe que nadie puede salvarse fuera de la Iglesia apostólica Romana, que es el único arca de salvación y que quien no entra en ella va a perecer en el diluvio. Pero, sin embargo, debemos de la misma manera defender como cierto que aquellos que se afanan en la ignorancia de la fe verdadera, si esa ignorancia es invencible, nunca serán acusados por esto ante los ojos del Señor. ¿Quién hay que se arrogaría el poder de señalar la extensión de tal ignorancia según la naturaleza y variedad de pueblos, regiones, talentos y tantas otras cosas?”

Más adelante, en otro escrito, aclara aún más el asunto:
Quanto conficiamur moeror, Acta Pii IX, I/3, pg 613:
“Es conocido por Nos y por vosotros que aquellos que se afanan en ignorancia invencible sobre nuestra muy santa religión y que, observando asiduamente la ley natural y sus preceptos que Dios ha inscrito en los corazones de todos, y estando dispuestos a obedecer a Dios, vivir una vida honesta y honrada pueden, mediante la acción de la luz divina y de la gracia, alcanzar la vida eterna, dado que Dios, que ve claramente, escruta y conoce la mente, las intenciones, los pensamientos y los hábitos de todos, en razón de su suprema bondad y misericordia, nunca permite que nadie que no es culpable de pecado deliberado, sea castigado en los sufrimientos eternos. Pero es también un dogma católico perfectamente conocido que nadie puede salvarse fuera de la Iglesia Católica, y que aquellos que son contumaces en contra de la autoridad y las definiciones de la misma Iglesia, y que están pertinazmente separados de la unidad de esa Iglesia y del sucesor de Pedro, el Romano Pontífice, a quien ha sido confiada la custodia de la viña por el Salvador, no pueden obtener la salvación eterna.”

Resumiendo, Pío IX vino a decir que “no hay salvación para aquellos que están CULPABLEMENTE fuera de la Iglesia". Así se ratificó en el Concilio Vaticano I y, matices de más o de menos, en el Vaticano II.

Poco más queda que añadir. Hemos dado un hermoso paseo por la evolución de la doctrina “Extra Ecclesiam Nulla Salus” desde los primeros siglos hasta el siglo XX. En el último mensaje de esta serie mostraré lo último que el magisterio vivo de la Iglesia ha enseñado y haré una serie de reflexiones personales sobre todo este asunto.

Luis Fernando Pérez Bustamante