Homilía de Mons. Demetrio Fernández González en la apertura d
Es obvio que en Tarazona están de suerte. Tienen un obispo de esos que dejan huella por donde pasan. Y lo bueno es que lo que él está plantando en esa pequeña diócesis no dejará de dar buen fruto a su debido tiempo. Quizás no sea el quien lo coseche, pero beneficiará a todos los fieles.
Homilía de Mons. Demetrio Fernández González en la apertura de curso del Seminario Diocesano de La Inmaculada de Tarazona.
Tarazona, 24 de septiembre de 2007
Saludos: Sacerdotes, seminaristas, autoridades locales, comarcales.
Saludos al vicedecano de San Dámaso.
Ven Espíritu Santo
Ven, Espíritu Santo, inflama nuestros corazones con el fuego de tu amor.
Ven, Espíritu de sabiduría, de entendimiento, de ciencia y de consejo.
Ven Espíritu de fortaleza, de piedad y de temor de Dios.
Ven, dulce huésped del alma, y riega nuestras vidas con el suave rocío de tu venida.
Al comenzar el nuevo curso académico en nuestro Seminario Diocesano de La Inmaculada, invocamos al Espíritu Santo, para que realice en nosotros un nuevo Pentecostés. Estamos aquí reunidos con María, la madre de Jesús, nuestra madre del cielo. Con esa preciosa imagen que preside nuestro retablo y que da nombre a esta casa. Estamos unidos a los apóstoles y a sus sucesores, en comunión con el Papa Benedicto XVI, que nos preside en la caridad. Somos la Iglesia católica, la Iglesia universal que camina en Tarazona. Queremos vivir en este clima de comunión que brota de la fe.
Pedimos que venga el Espíritu Santo para que sea Él quien mueva los corazones de todos en el año que comienza, no sólo en el Seminario sino en toda la diócesis. En primer lugar y sobre todo, los corazones de quienes han sentido la llamada de Dios para entregar su vida en el sacerdocio ministerial al servicio de los hermanos. Esta docena de seminaristas, a los que se añadirán en breve algunos más, son la esperanza de la Iglesia, también de nuestra iglesia diocesana que les acompaña en su camino de formación.
Pedimos que venga el Espíritu Santo sobre los formadores, que han recibido el encargo en la Iglesia de ir forjando el corazón sacerdotal de estos jóvenes. Pedimos que venga el Espíritu Santo sobre los profesores, que con sus enseñanzas irán transmitiendo la mente de Cristo, el pensamiento de Cristo y de su Iglesia, para que estos jóvenes sean maestros de la verdad que salva.
Ven, Espíritu Santo y quédate con nosotros. Recuérdanos las palabras de Jesús y danos a entender su sentido más profundo, haznos contemporáneos a Jesús, porque tú lo traes en medio de nosotros. Espíritu de amor, infunde en nosotros el amor de Jesús, para que nos amemos unos a otros como Él nos ha amado. Espíritu de santidad, enciende en nosotros la esperanza del cielo, que ya recibimos en ti como las arras de lo que el Padre nos tiene prometido. Espíritu Santo, ven.
Formar sacerdotes según el Corazón de Cristo, para la Iglesia universal
En el oficio de lectura de hoy y de estos días, leemos la palabra de Dios en el profeta Ezequiel (Ez 34). Y ahí Dios promete darnos pastores según su corazón. No pastores que buscan su propio interés, como el que busca un trabajo o busca cumplir una tarea que le encomiendan. Los pastores de mi pueblo no pastorean como yo quiero, dice el Señor. Dispersan las ovejas, no las alimentan, se aprovechan de su lana y de su leche. Iré yo mismo a pastorearlas, y os daré pastores según mi corazón (cf Jr 3,15)
En Cristo, Dios ha cumplido su promesa, porque él es el Hijo único, Dios como su Padre, que se ha hecho hombre como nosotros, y ha venido a buscar las ovejas perdidas de la casa de Israel. A este pastor, Jesucristo, no le importa recorrer los caminos llenos de barro, atravesar por áridos valles, superar las inclemencias del tiempo, e incluso dejarse la vida hecha jirones en la búsqueda de las ovejas. El es el buen pastor, que conoce a sus ovejas y las ovejas le conocen a El. Las llama por su nombre y le siguen (Cf. Jn 10).
Dios busca pastores así. Pastores según el corazón de Cristo, dispuestos a sintonizar con sus intereses, dispuestos a dar la vida con él por las ovejas. Pastores que no buscan su interés, sino el provecho de las ovejas. Pastores que salen al encuentro de cada persona, para anunciarle la verdad y llevarle a la salvación.
La Iglesia hoy necesita pastores así. Un mundo secularizado, en el que se ha diluido la imagen del pastor según el corazón de Cristo, necesita la presencia vigorosa y firme de quien está dispuesto a dar la vida por las ovejas. La escasez de vocaciones, queridos sacerdotes, debe interpelarnos a vosotros y a mí, que hemos sido constituidos pastores del rebaño, para convertir nuestras vidas según nos lo pide la iglesia, a fin de que jóvenes de hoy puedan sentir el atractivo y la belleza de ser sacerdotes sólo con vernos a nosotros.
No se trata de culpabilizarnos indebidamente. Las vocaciones al ministerio sacerdotal entran dentro del misterio profundo de Dios y de la respuesta libre del hombre. Pero es una constante en la vida de la Iglesia que donde hay sacerdotes según el corazón de Cristo, allí brotan vocaciones al sacerdocio. Cuando tales vocaciones no surgen, la pregunta va dirigida al obispo y a su presbiterio: ¿estamos viviendo como Dios quiere, como la Iglesia nos pide, como necesitan los hombres de nuestro tiempo? El comienzo de este nuevo curso sea una ocasión propicia para revisar nuestra vida y abrirnos a la conversión que Dios desea, con toda humildad y con toda esperanza.
No es tiempo de cobardías, ni de apocamiento. El mundo de hoy y nuestra sociedad contemporánea necesitan más que nunca de la presencia de Dios, de la Palabra de Dios, del perdón de Dios, del consuelo de Dios. Todo eso lo da el sacerdote de parte de Dios, cuando vive sintonizando con el corazón de Cristo. Yo os agradezco, queridos sacerdotes, colaboradores del obispo, el trabajo de cada día, el peso del día y el calor de la jornada en el trabajo de la viña del Señor. Y comparto con vosotros y vosotros conmigo el dolor inmenso de ver que nuestros jóvenes aragoneses no se sienten llamados o no responden a la llamada del Señor. Vivimos una sequía y un invierno vocacional de proporciones alarmantes para el futuro de la Iglesia en nuestras tierras. Constituye sin duda el problema más grave de todos los que la Iglesia puede tener en Aragón. A grandes males, hemos de responder con grandes remedios, sobre todo con remedios sobrenaturales. Intensifiquemos la oración, confiemos en Dios que nunca abandona a su pueblo, y convirtámonos al Señor, que él se apiadará de nosotros.
Nuestra esperanza está puesta en Dios, no en las estadísticas ni en los cálculos humanos. Y la esperanza en Dios no defrauda. Estad seguros de ello. Él ya tiene previsto cómo vendrá en nuestra ayuda. Pero nosotros, si hoy escuchamos su voz no endurezcamos el corazón. Sembremos con esperanza, que a su tiempo cosecharemos.
En este contexto, es motivo de gozo enorme para todos contar con este grupo de seminaristas, que provenientes de distintos lugares, algunos muy lejanos geográficamente (hay partos, medos, elamitas, etc.), estos jóvenes confían en que la Iglesia católica en Tarazona les va a formar adecuadamente para el sacerdocio ministerial. ¿No veis en ello una señal de esa providencia amorosa de Dios que no nos desampara? No hemos ido a buscar a ninguno. Han venido ellos por caminos providenciales. Nosotros los acogemos con el corazón abierto de par en par, y queremos tratarlos como hijos, como hermanos, como amigos, como algo nuestro, porque son de la Iglesia católica y para la Iglesia católica.
He aquí una de las claves de esta nueva etapa del Seminario en Tarazona. Abrimos nuestras puertas y nuestros corazones de par en par, para respirar con el aire de la Iglesia universal, que es la católica. No nos dejemos atrapar por el provincianismo, por el particularismo, por el nacionalismo que asfixia. Somos universales. E igual que los recibimos, estamos dispuestos a darlos, ya formados sacerdotes, a la Iglesia donde los necesite. No cultivamos un huerto particular de pequeñas dimensiones, donde sólo pueden darse los frutos de la tierra. Estamos cultivando sacerdotes. Y este es un fruto universal, que necesita un clima universal para que este fruto madure convenientemente. Son jóvenes que lo han dejado todo para seguir a Jesucristo y servirle en los hermanos por el sacerdocio ministerial. Demos gracias a Dios, que nos concede colaborar con él en tan alta tarea, y la diócesis de Tarazona ensanchará sus pulmones para tomar aire fresco que la rejuvenezca desde dentro.
En la fe de la Iglesia Católica
Al final de este acto religioso, los profesores y formadores, a quienes se ha confiado la formación de estos jóvenes para el sacerdocio, van a hacer pública profesión de la fe de la Iglesia católica, en la que realizamos esta tarea.
No se trata de un rito protocolario. La profesión de fe ante el obispo, sucesor de los Apóstoles, nos haga entender a todos que no hay tarea fructífera en la Iglesia, si no se hace en este clima de comunión. Comunión en la fe y en la caridad.
La profesión de fe inserta al que la hace en la gran tradición de la Iglesia, y le compromete bajo juramento a ser fiel a esta fe que públicamente profesa. Fidelidad en la actitud de fe y comunión eclesial con el Papa Benedicto XVI, que nos preside en la caridad. Fidelidad en la doctrina que se enseña y en la disciplina que se manda. Uno no enseña lo que le parece, ni hace lo que él quiere, ni enseña las opiniones discutidas de tantos autores. Enseña la fe de la Iglesia, enseña en nombre y con la autoridad de la Iglesia. Y si ha de asomarse a las múltiples opiniones de los que se apartan de la fe de la Iglesia, es para mejor conocer esa misma fe de la Iglesia, que un día estos jóvenes habrán de proponer con la autoridad de Cristo a los fieles.
No es momento de disensos ni de aventuras teológicas, como si discrepando de la enseñanza de la Iglesia fuéramos a descubrir el mediterráneo. Hemos de superar la tentación hegeliana y marxista de la dialéctica de la historia, que ha conducido al enfrentamiento y al odio, conduciendo a la humanidad a un rotundo fracaso histórico. La Iglesia enseña el amor, se funda en el amor, predica y habla en ese amor, y de ahí brota la comunión, y así edificamos el nuevo cielo y la nueva tierra, anticipándolo en la ciudad terrena.
Que ese amor, que construye, esté presente en las aulas, en la convivencia, en la vida de este Seminario que hoy comienza un nuevo curso. Es el amor que viene del Espíritu Santo.
Ven, Espíritu Santo, e inflama nuestros corazones con el fuego de tu amor. Así sea.
2 comentarios
!A buenas horas critica el Sr. obispo las tentaciones marxistas y hegelianas¡ ¡Qué fácil es dar lanzadas a toro muerto! Más les hubiera valido hacerlo hace años, cuando ponían por todas partes a curas que difundían estas doctrinas y que han hecho tanto daño a tanta gente. Sobre la escasez de vocaciones, tiene razón: están en relación directa con la fe y la conducta de los sacerdotes. Es muy difícil, casi imposible que un joven quiera seguir el camino sacerdotal cuando ve a tantos curas mundanizados, meros asistentes sociales en el mejor de los casos y criticando abiertamente a sus carcas predecesores. Es una pena, pero es el resultado lógico de la actuación de una jerarquía cobarde, acomplejada y en muchos casos totalmente confundida en los últimos 40 años.
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