Hipnotizado como en una sesión de magia
Estimados lectores, tengo un problema. He leído de la pluma de uno de los más insignes bloggers de Religión Digital el siguiente párrafo:
En esta Galilea de Entrevías comprendemos que la mesa de Jesús no es la de un medium de sortilegios, ni la de un mago hipnotizador. Tampoco es una mesa donde sacrificar animales como en las religiones primitivas. Su mesa es de comedor: para partir, repartir y compartir. Por eso no hemos cerrado los ojos cuando Enrique decía "Esto es mi cuerpo". Ni nos hemos quedado hipnotizados como en sesión de magia, como quien aguarda a que cambie de color una oblea alucinantemente ensangrentada.
Bien, yo tengo la extraña y cada vez menos extendida manía de arrodillarme y cerrar los ojos durante la consagración para abrirlos cuando el sacerdote levanta la hostia. Tengo el defecto de creer que la Iglesia dice la verdad acerca de lo que ocurre en esos momentos. Soy tan ultramontano, tan preconciliar, tan tridentino, tan católico de los de antes, tan católico como los chinos de la foto que ilustra este escrito, que me creo que el pan y el vino pasan a ser, después de la epíclesis, el cuerpo y la sangre de Cristo. Es más, confieso que en esto no me diferencio gran cosa de lo que creían esa panda de locos fanáticos que en el siglo II se debajan comer por los leones antes que negar su fe. Y si no, lean, lean ustedes:
Y este alimento se llama entre nosotros "Eucaristía", de la que a nadie le es lícito participar, sino al que cree verdaderamente nuestras enseñanzas y se ha lavado en el baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a lo que Cristo nos enseñó.
Porque no tomamos estas cosas como pan común ni bebida ordinaria, sino que, a la manera que Jesucristo, nuestro Salvador, hecho carne por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación; así se nos ha enseñado que por virtud de la oración al Verbo que Dios procede, el alimento sobre que fue dicha la acción de gracias -alimento del que, por transformación, se nutren nuestra sangre y nuestras carnes- es la carne y la sangre de Aquel mismo Jesús encarnado.
San Justino Mártir, Apología I
Y, ¡oh arcanos de la caverna!, de cuyos habitantes soy uno de los más osados, mi locura me lleva a confesar lo mismo que San Cipriano de Cargago en el siglo III:
Y porque hacemos mención en todos los sacrificios de su pasión, pues la pasión es el sacrificio del Señor que ofrecemos, no debemos hacer otra cosa que lo que Él hizo. Pues dice la Escritura que cuantas veces ofrecemos el cáliz en memoria del Señor y su pasión, hacemos aquello que consta que hizo el Señor….
San Cipriano de Cartago, Carta 63, n17
Pero ante la clarividencia de un conspicuo hijo de la orden fundada por San Ignacio de Loyola -si en el cielo se puede llegar a estar triste, San Ignacio debe ser el más triste de todos-, ¿podrán acecharme las dudas?. ¿Dudaré tanto que llegue a pensar que lo que ocurre en realidad en una misa, es que hay un señor que hace las veces de mago ilusionista que me hipnotiza, de tal forma que me hace creer que en el altar se actualiza incruentamente el sacrificio de un cordero inocente, que derrama su sangre para la salvación de mi alma y del mundo? ¿Seré como aquellos que abandonaron a Cristo cuando Él habló de comer su carne y beber su sangre? ¿o diré como San Pedro: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna."?
Sí, haré lo que hizo el príncipe de los apóstoles. Creeré al Señor. Pero también le preguntaré: Señor mío y Dios mío, ¿hasta cuándo las blasfemias contra ti? ¿hasta cuándo permitirás que algunos de tus ministros perviertan el regalo más precioso que nos has dejado, que no es sino tu presencia permanente y sacramental en la hostia consagrada?
Exsurge Domine. Exsurge Domine in ira tua exaltare in finibus inimicorum meorum et exsurge Domine Deus meus in praecepto quod mandasti.
Luis Fernando Pérez Bustamante