España ante un futuro incierto
España está gravemente enferma. Económicamente la cosa está todavía más o menos bien, aunque la crisis inmobiliaria puede ser la ficha de dominó que haga caer al resto. Pero hay una crisis política e institucional de primer orden. Y sobre todo, se percibe hoy más que nunca un peligro verdadero de destrucción de la unidad de la nación. Ya no es una cuestión de que los independentistas deseen la independencia. Es que son cada vez más los españoles a los que les agradaría dársela para al menos impedir que sean ellos los que marquen el curso político del resto del país. De forma espontánea se oye a la gente decir "pues que les den la independencia y nos dejen en paz". Pero claro, ocurre que son centenares de miles los españoles residentes en esas regiones que se verían traicionados si el resto les dejáramos en manos de los que han hecho lo posible y lo imposible para reventar siglos de unión. Lo cómodo, lo fácil, lo cobarde es ceder. Lo difícil, lo responsable, lo imperativo es plantar cara y no permitir que una minoría, aunque sea mayoritaria en unas provincias o regiones, rompa el país. Sólo un pacto entre las dos fuerzas políticas mayoritarias -que a día de hoy parece utópico- podría solucionar ese asunto. Basta con aplicar la Constitución en su artículo 155 y -llegado el caso- en el octavo. Para algo están. Para algo han de servir. Es mejor usarlos sin miedo, a ceder. Hablando se suele entender la gente, pero hay quienes sólo entienden el lenguaje de la ley.
Con todo, el principal problema de España no está en su deterioro político sino en la enfermedad moral de su sociedad.
Que uno de cada siete embarazos acaben en aborto voluntario es un síntoma de hasta qué grado la enfermedad es mortal de necesidad. Un millón de españoles no tendrán oportunidad de ver si el país se rompe o sigue unido. Han sido ejecutados antes de poder ver la luz del sol. A eso se le ha de añadir el nivel educativo, tanto en la escuela como el hogar familiar, que lleva en caída libre desde hace demasiado tiempo. Por no hablar de la cantidad de familias que se deshacen por la ruptura de los cónyuges, que acaba por perjudicar sobre todo a los únicos que no tienen culpa de nada: los niños.Es cierto que todavía hay miles y miles de familias donde se mantiene el respeto y cariño por los mayores, la disciplina, el orden y el valor del esfuerzo personal. Siguen siendo muchos los españoles creyentes que entienden que lo mejor para sus hijos es que reciban una educación cristiana. Pero esos no son noticia, no salen en los periódicos, en las televisiones y casi en ninguna radio. La familia tradicional (que no tradicionalista) no vende, no está de moda, no se propone como modelo a seguir en ese lupanar escandaloso en que se han convertido la mayoría de los medios de comunicación, en especial los televisivos.
Pues bien, de la misma forma que afirmo que la Constitución tiene herramientas de sobra para impedir que el país se rompa, digo que la solución para el mal moral de la sociedad está en que los cristianos usemos aquello que se nos ha regalado: el evangelio. Es necesario que desde los púlpitos se anime a los fieles a ser consecuentes con su fe y a que den testimonio de la misma de palabra y de obra. Es necesario - en mi opinión fundamental- que haya empresarios cristianos dispuestos a invertir dinero en medios de comunicación que estén impregnados de los valores tradicionales de nuestra cultura judeocristiana. Hay que dar la batalla en la cultura, actualmente en manos del progresismo más extremista. Hay que….. etc, etc.
No basta con denunciar el mal. No basta con estar todo el día quejándose. El evangelio no consiste sólo en el no a la mentira sino sobre todo en el sí a la verdad y a la caridad. Tenemos mucho que ofrecer. Es tiempo de ser astutos como serpientes a la vez que sencillos como palomas (Mt 10,16). Y sobre todo es necesario que nos concienciemos de una vez por todas que si no estamos unidos, estamos perdidos. Para lograr que la Iglesia sea verdadera ayuda para la sociedad, es imprescindible que la comunión con los pastores sea plena, sin fisuras. Quienes desde dentro de la Iglesia se han convertido en pepitos grillos que hacen de eco de los contravalores cristianos que abundan en el mundo, deben saber que ellos son, desde ya mismo, el primer objetivo a derribar con la fuerza de la razón y la solidez de la autoridad que nace del evangelio y el magisterio de la Iglesia.
Que la Virgen María, en su advocación del Pilar, interceda ante Dios por esta España que ella visitó en carne mortal,
Luis Fernando Pérez Bustamante