El pobre
Parece que a algunos alcaldes italianos los pobres que piden limosnas les molestan estéticamente. Y han decidido prohibirles tal actividad. El primer edil de Roma quiere incluso prohibirles que rebusquen entre los contenedores de basura porque, mira tú por dónde, ensucian. Por supuesto, la Iglesia Católica ha puesto el grito en el cielo. Creo que no hace falta dar muchos argumentos para oponerse a semejantes medidas. Cualquier persona con cierta sensibilidad no puede verlas con buenos ojos. Por supuesto que dentro del mundo del “limosneo” hay de todo, pero no creo que haya nadie que se dedique a pedir por mero placer. Y las circunstancias personales que llevan a la gente a tener que pedir limosna no van a cambiar por mucho que se les prohíba hacer tal cosa.
Hace unos años que escribí “El pobre”, uno de los textos de los que me siento más satisfecho. Aquí lo tenéis de nuevo:
Tengo hambre, frío y dolor en mis huesos. Veo pasar a la gente a toda prisa. Vienen de lugares ignotos y se dirigen a un destino incierto, pero sus miradas reflejan la ansiedad de quienes nunca se conforman con lo que tienen. Siempre quieren más. ¿Y yo? aquí tirado en la acera, sin más calor humano que la sonrisa que de vez en cuando me dirige un niño. Benditos los ojos de esas criaturas que reflejan la mirada de mis ángeles. Muy de vez en cuando, alguno de mis hermanos se convierte en niño y me dirige algunas palabras de consuelo. No sólo eso. Incluso me echa algunas monedas en el cesto para que ese día pueda comer algo caliente. No sabe que esas monedas las guardaré en un arca de oro que tengo en mi casa celestial. El día en que les reciba en los atrios de mi Templo en el cielo, reconocerán en mí a ese pobre al que entregaron parte de sus ganancias, y yo les devolveré esas monedas convertidas en bendiciones eternas.
Pero, no os quiero engañar. Son pocos los que me ayudan. Y, hasta ahora, sólo una dulce mujer tuvo a bien invitarme a su casa a comer. Ella era de mediana edad. Su nombre os será revelado el día en que vengáis todos a mi ciudad de oro. Me atendió como a un hijo, como a un hermano pequeño. No sólo supo darme alimento y limpiar mis rodillas llagadas. También me habló de su Señor. Aquella bendita mujer no sabía que tenía delante a su Amado. Por eso, sus palabras sinceras y llenas de amor conmovieron mi alma profundamente. No cantaba alabanzas pero sus palabras eran adoración pura y sencilla. Su corazón era como el de aquella niña que un día me prometió amor eterno. Santa inocencia en cada uno de sus pensamientos.
Hermanos, ¿cuántas veces os he llamado a voces desde los ojos de un pobre? ¿cuántas? Y no me habéis respondido. Alguno de vosotros ibais cantando preciosos coritos cristianos en los que mi nombre es exaltado, mientras vuestros ojos se cruzaron con los míos. Pero en ese momento, yo recibí vuestro silencio. Silencio de amor. Fría soledad que duele más en el alma que el hambre en el estómago.
Aún estáis a tiempo, queridos. Yo volveré a estar arrodillado en las aceras de vuestras ciudades, en los cruce de los caminos que llevan a vuestros pueblos. Esperaré una mirada, unas monedas. Sé que muchos no sois tan diferentes de aquella bendita mujer. Ni tan siquiera os pido que hagáis como ella, pero al menos, necesitaré vuestra sonrisa. Ese será mi alimento.
Luis Fernando Pérez Bustamante
18 comentarios
Uno solo quiere servir al Señor y por ende al prójimo, pero que hacemos con aquellos que solo quieren vivir en la calle, como modelo de vida, pues haberlos los hay y no en poco número, aparte de la mendicidad profesional, dificil problema de actitud y de conciencia. Alguien me aclara, como actuar?
Tienes razón y no la tienes.
Recuerdo a un pobre que formaba prácticamente parte de una comunidad parroquial al que una y otra vez se le intentaban buscar "soluciones" y una y otra vez volvía a situarse en la puerta de la parroquia y a dormir en los jardines. Desde Medina, donde tenía asegurado techo y comida, volvió a Cádiz a los dos días.
Era su elección como forma de vida.
Supongo que bebería, pero yo nunca le vi borracho.
El día que murió tuvo un funeral concelebrado al que asistieron los que lo conocían de verle en la puerta de la Iglesia y se dejaron sus cenizas bajo el árbol donde le gustaba dormir.
Hay que intentar sacar a las personas de la mendicidad, pero no buscarse la excusa de que es para vicios para no darles nada, ni un bocadillo, ni una sonrisa, pues la verdad es que se suele mirar hacia otro lado. Y al menos les debemos un saludo, un reconocimiento.
Aunque no esté de moda, el texto de Luis Fernando hay que leerlo y sacar conclusiones. Porque no podemos simplemente ignorar lo que le ocurre al prójimo.
"Pero, me diréis, éste es un mal hablado, un vengativo, un ingrato. — Mas, amigo mío, esto no te afecta a ti: ¿tienes con qué dar limosna en nombre de Jesucristo, con la mira de agradar a Jesucristo, de satisfacer por tus pecados? Deja a un lado todo lo demás… tú tienes que entendértelas con Dios… quédate tranquilo… tus limosnas no se perderán, aunque vayan a parar en los malos pobres que tanto desprecias. Además, amigo mío, aquel pobre que te escandalizó, que aún no hace ocho días sorprendiste abusando del vino o metido en cualquier otro desorden, ¿quién te dice que a estas horas no esté ya convertido, y sea ya agradable a Dios?"
Merece la pena leer el sermón completo:
http://panodigital.com/homilias/sermon_del_santo_cura_de_ars_sobre_la_limosna
Además, se puede dar comida en vez de dinero.
No demuestras el mismo celo con los pobres.
Estuve hace unos días en el festival dee teatro de Aviñón, ciudad que conozco bien pues resido cerca: en estos días hay una invasión de limosneros, provenientes de Francia y del extranjero. Tienen sus lugares, todo está muy organizado. Ésos no son los pobres del Evangelio.
Es lógico que los estados velen por la seguridad de los ciudadanos e intenten controlar el circuito mafioso de la mendicidad organizada.
Otra cosa son los pobres, y al gobierno pagano de Italia, ésa es la verdad, no le gustan los pobres. La Iglesia debe estar junto a ellos, los pobres, a los que realmente están necesitados. Creo que eso han querido decir los obispos de Italia.
Muy bueno el texto, LF.
Por cierto, ya les vale a los salesianos: http://blogs.periodistadigital.com/laciguena.php/2008/08/08/afortunadamente-ni-un-euro-mio-ha-ido-a-
Todo el mundo sabe que los yonkis no son hijos de Dios. (Notese la ironia).
Ultimamente ante la proliferación de mendigos de otros paises he sido algo mas frío.
No volverá a pasar, gracias a tu artículo, al menos una sonrisa y la recomendación de que vayan a Cáritas eso como mínimo lo tendrán.
Es posible que algunos sean mendigos profesionales. Si lo sabemos a ciencia cierta, al menos saludémosle con una sonrisa, aunque no queramos participar en su negocio, pues la dignidad no la pierden jamás.
Si son drogadictos, borrachos o enfermos mentales, entonces tal vez no necesiten nuestro dinero, pero probablemente necesiten mucho más de nosotros. Los voluntarios de cáritas que trabajan con los transeuntes lo saben de sobra: familia, apoyo, tratamiento, techo, acogida, reinserción, amor... esas son sus necesidades, y no me cabe duda de que Jesucristo les ama más que a nosotros, pues mucho más le necesitan que nosotros, y el no vino a curar a los sanos, sino a los enfermos. Trabajar o contribuir económicamente a los voluntariados que se ocupan de los transeuntes es una opción muy válida a dar limosna. En cualquier caso, siempre hay que tratar a nuestros hermanos con respeto. Un saludo o una sonrisa son gratis, y el Señor nos lo tendrá en cuenta.
Trato también de no situarme por encima de él (como el fariseo del Evangelio), aunque no siempre lo consigo. Y, sobre todo, mi experiencia es que dar limosna me ayuda muchísimo más a mi que al pobre que la recibe. No sé si alguno más se ha dado cuenta, pero el hecho de dar limosna es algo así como un arma secreta contra la esclavitud del pecado. A veces estoy deprimido, o tengo muchos problemas y no sé cómo resolverlos, y lo que hago es salir a la calle a buscar a un pobre, a cualquiera. Y le doy todo lo que puedo, aunque me duela (¡ay qué difícil es desprenderse del dinero, aunque sean cuatro perras!). Pero desde ese momento todo cambia y todo lo veo distinto. No sé si a alguien más le ha pasado lo mismo.
Con todo, es cierto que en algunos casos, al mendigo le haría más bien no recibir dinero, para buscar ayuda que resuelva su problema de una manera menos fácil, más definitiva y más digna. ¿Somos nosotros quiénes para juzgar cada caso? No es fácil decirlo, por eso yo prefiero confiar en las ONG católicas como Cáritas u otras (con las que he colaborado alguna vez y conozco como trabajan) para llevar a cabo esa labor.
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