El Papa, profeta de calamidades y de salvación
Benedicto XVI ha hecho de sí mismo en su mensaje de Navidad de este año. Siguiendo una tradición milenaria, que hunde sus raíces en el espíritu profético veterotestamentario, el Vicario de Cristo ha tenido a bien señalar lo siguiente:
“Donde se atropella la dignidad y los derechos de la persona humana; donde los egoísmos personales o de grupo prevalecen sobre el bien común; donde se corre el riesgo de habituarse al odio fratricida y a la explotación del hombre por el hombre; donde las luchas intestinas dividen grupos y etnias y laceran la convivencia; donde el terrorismo sigue golpeando; donde falta lo necesario para vivir; donde se mira con desconfianza un futuro que se esta haciendo cada vez más incierto, incluso en las Naciones del bienestar: que en todos estos casos brille la Luz de la Navidad y anime a todos a hacer su propia parte, con espíritu de auténtica solidaridad. Si cada uno piensa sólo en sus propios intereses, el mundo se encamina a la ruina”
El verdadero profeta no sólo denuncia el mal sino que señala el camino hacia el bien. De nada valdría decir que el mundo se encamina hacia la ruina si no se le da una solución para evitar ese destino. Lo que ocurrió con la ciudad de Nínive, en tiempos del profeta Jonás, indica que a veces los hombres responden positivamente al anuncio profético. Si Jonás no hubiera predicado el juicio inminente, si hubiera sido un falso profeta buenista de esos que buscan ser políticamente correctos, de esos que no quieren ser objeto de la crítica de aquellos que viven muy bien retozando entre el pecado como los gorrinos en las charcas de barro y cieno, los ninivitas habrían sufrido la ira de un Dios Santo, que aunque busca y desea la salvación de todos, no dejará de aplicar su castigo a aquellos pueblos que se obcecan pertinazmente en darle la espalda. Decir estas cosas te convierte automáticamente en una especie de talibán fundamentalista, pero más vale ser tachado de loco por los tibios que de tibio por el Santo de los santos.
El mundo sigue teniendo en Cristo a su Salvador y así hemos de anunciarlo en todo tiempo, modo y lugar. Mas ha de saber ese mundo lo que le espera si rechaza la salvación gratuita que se le ofrece. La historia demuestra que el principal enemigo del hombre es el propio hombre. Se da la circunstancia de incluso aquellos que decían aceptar a Cristo como Salvador se han comportado durante siglos como si no hubiera diferencia entre ser cristiano o no serlo. Naciones nominalmente cristianas se han hecho la guerra unas a otras. La Iglesia de Cristo ha dado muchos santos pero también no pocos ejemplos de indignidad. Por ello necesita una constante conversión. La primera predicación del cristiano ha de ser hacia sí mismo, pues sólo desde la santidad se puede ser verdadera luz que ilumine a los que viven en tinieblas.
España necesita hoy profetas que muestren el camino de la verdad y adviertan de lo que ocurrirá en este país si seguimos por la senda que hemos emprendido desde hace décadas. Esos profetas deben de surgir entre nuestros pastores, entre nuestros sacerdotes y entre nuestros seglares, hombres y mujeres. La clase política gobernante, y también gran parte de la que espera gobernar, les mirará con malos ojos, hará todo lo que esté en su mano para desacreditarlos, les situará si puede al margen de la legalidad. El que sean demócratas no les convierte en mejores dirigentes que los de otros tiempos, pues la bondad o maldad del hombre está en su corazón, no en el sistema político por el que se gobierna.
Estamos pues de nuevo en un tiempo donde resuena el eco de la palabra que Dios dio a Josué antes de tomar la Tierra Prometida: “Esfuérzate y sé valiente“. Hacen falta voluntarios para esa tarea. ¿Quién se apunta?
Luis Fernando Pérez Bustamante