El difícil equilibro entre verdad y caridad
La Iglesia, afirma la Escritura, es columna y baluarte de la verdad. A los cristianos, afirmó el Señor, se nos ha de distinguir por el amor. La fe es imprescindible para agradar a Dios. Mas la caridad es mayor que la fe. Y San Pablo nos dice que lo único que vale en Cristo es la fe que obra por la caridad. Por tanto, si a la fe la vaciamos del amor, de nada vale. Y si a la caridad la adornamos de una fe falsa, se prostituye y deja de ser verdadera caridad.
Cuando se observa la historia de la Iglesia es fácil constatar que siempre ha existido una tensión entre la caridad y la defensa de la fe, de la sana doctrina. La verdad no siempre se ha abierto camino bajo el paraguas del amor y la misericordia, lo cual ha afectado, se quiera o no, a su belleza ante los ojos del mundo. Toda defensa de la verdad es un acto de caridad porque sólo la verdad nos hace libres para amar y ser fieles a Dios, que es la única forma de ser verdaderamente libres. El amor cristiano no es debilidad ante la mentira, ni pusilanimidad ante quienes la difunden. Pero tampoco es propio de la caridad divina -Dios es amor- el usar la verdad cual arma de destrucción masiva, que no concede al que está errado la posibilidad de levantar la cabeza. El verdadero padre siempre anhela el regreso del hijo pródigo, no para azotarle sino para recibirle con los brazos abiertos. Y el hijo pródigo sólo recibe el amor de su padre si reconoce primero su error y emprende el camino de vuelta a casa.
El orgullo es mal compañero de camino tanto para el que está en la verdad como para el que camina alejado de ella. Para el primero, le impide ser instrumento de corrección del segundo. Y para el segundo, le aleja del camino de la conversión, siquiera por no reconocer la razón que tiene el primero. Ambos necesitan de la conversión. Pidamos a Dios que nos convierta a su verdad y a su amor. Nadie puede afirmar que no cojea de una de esas dos piernas que nos han de llevar al Padre de la mano de Cristo. Yo desde luego reconozco que estoy muy cojo. No creo que haga falta que diga de qué lado. Se me nota mucho.
Fil 4,7
Luis Fernando Pérez Bustamante